La explosiva normalidad del Arenal Sound
El festival recobra su curso tras dos de días de lluvia, con The Kooks, The Ting Tings o La Habitación Roja concitando el fervor mayoritario
Sin aguaceros ni vendavales, el Arenal Sound recobró en la noche del sábado la normalidad. Sin nubarrones amenazantes y con gran parte del público accediendo al recinto con mayor demora que en las dos jornadas precedentes. Habrá que achacarlo al cansancio, quizá acrecentado porque buena parte de su clientela (más de un millar) tuvo que ser realojada tras las lluvias que obligaron a cancelar casi toda la programación de madrugada en las noches del jueves y el viernes. Un cielo claro espera esta noche a Mika, Tom Odell o We Are Scientists, quienes corren con la responsabilidad de cerrar el cartel de un festival que ha vuelto a reunir a más de 50.000 asistentes diarios, confirmándolo una vez más como el más concurrido de todos los que pueblan nuestra geografía. Y en menos de cinco años.
En lo estrictamente musical, afear la solvencia de cualquiera de las bandas que capitalizan su line up es tan estéril como recriminarle al disc jockey de una boda que pinche a David Bisbal o enardezca a sus invitados al ritmo de Paquito El Chocolatero. El principal leit motiv de la muchachada que se agolpa junto a la playa de Burriana (Castellón) es la fiesta como fin supremo, el irrefrenable contoneo del cuerpo y el desgaste indiscriminado de suelas de zapatilla. Hasta que el cuerpo aguante. Y en ese contexto tiene poco sentido aguardar cotas de sutileza o discursos intrincados desde el escenario, porque ambas partes cumplen su parte del trato: los grupos invocan al baile por la vía rápida, sin atajos, repuntes de singularidad ni coartadas creativas, y el público responde con total alborozo. La fórmula resulta sencilla, y funciona. Vaya si funciona. De hecho, se antoja poco probable que músicos que han enlucido su cartel en los últimos tiempos -como Metronomy, Clap Your Hands Say Yeah!o Miles Kane- vayan a repetir, porque no rentan. A sus actuaciones se les dispensa una acogida minoritaria, por mucho que discurran en prime time. No reportan un plus ganancial, y este festival no necesita inyecciones de crédito artístico para descoser sus previsiones de asistencia más optimistas una vez tras otra, como por ensalmo. Los restos de serie y un elenco de bandas casi franquiciadas se bastan, aunque en la mayoría de los casos no pasen de la medianía. Aquí parecen gigantes.
El escenario principal del Arenal Sound es aquel sitio en el que una banda prácticamente tiene que excusarse por tocar un tema “muy viejo”, que en realidad se remonta a 2006. Sin acritudes, porque la vida útil de las bandas que lo pueblan no permite mucho más. El hype británico de hace cuatro años es allí el cabeza de cartel de ahora. La canción de marras fue el She Moves in Her Own Way (tema popularizado en nuestro país con un anuncio de telefonía) de The Kooks, banda británica de perfil medio -bien conocida ya por el público del festival-, que ofreció el mejor concierto de los que uno es capaz de recordarles, agotando con garra y determinación los limitados cauces por los que discurre su música: una licuada y ligerita relectura de los clásicos del pop de su país, apta para toda clase de paladares. Entretuvieron y hasta divirtieron, aunque su remanente de temas memorables no rebose, precisamente. Nunca pasarían de ser unos dignos teloneros de los Arctic Monkeys, pero en Burriana casi parecen los Rolling Stones.
En tal tesitura, resulta muy significativo que una banda que celebra sus 20 años de trayectoria (¿hay alguna más veterana en el cartel de este año?) sea capaz de conectar con un público al que prácticamente duplica en edad. Y que lo haga tanto con sus temas recientes como con sus clásicos no deja de ser un síntoma de coherencia y fértil longevidad. Esa banda se llama La Habitación Roja, y despacharon un rotundo set en clave conmemorativa, desde temas ya lejanos en el tiempo como Un día perfecto o El eje del mal hasta puntales de su producción más reciente como Indestructibles, Ayer, La moneda en el aire o De cine. Su directo va tan rodado que es muy difícil que encalle, y su bombeo de radiaciones pop con un subrayado rock (al menos en un entorno en el que no les cuesta despuntar por lo rugoso de su sonido, sostenido a veces por tres guitarras) fue de lo mejor del apartado estatal. Porque la nueva reconversión de Hola a Todo el Mundo (y ya van dos), del folk pop de aliento épico al pop sintético de tiralíneas, no termina de confirmar una clara progresión, y los catalanes Dorian siguen reivindicando sus diez años de trayectoria con una sección de cuerda que no aporta gran cosa a su indie profiláctico, aunque se hayan ganado a pulso el incremento de su parroquia en los últimos años.
Los británicos The Ting Tings, por su parte, escenificaron el giro abiertamente dance de su propuesta (concretado en su tercer álbum, Super Critical) con el apoyo de un MC de refuerzo, desde cuya mesa de operaciones esbozaron su guiño al Once In a Lifetime de Talking Heads. Su fórmula ha perdido frescura desde que se dejaran caer por el mismo escenario hace tres años, cuando conjugaban el efectivo dance rock de su gomoso debut con las enseñanzas de los Beastie Boys que asimilaron en su secuela. No obstante, su total ausencia de pretensiones -en medio de esa marejada de aspiraciones épicas de baratillo que nos asola y prácticamente nos ahoga- les redime, aunque hayan apostado ya descaradamente por reforzar el trazo grueso (bombo inmisericorde) de un show que sigue teniendo en That's Not My Name, Great DJ y Shut Up and Let Me Go sus argumentos más efervescentes. Sí, aún los de su primer disco.
El pop electrónico de sus paisanos Citizens! había suscitado un poco antes menos (mucho menos, en realidad) entusiasmo. Más allá de hits puntuales como True Romance, su discurso es tan inocuo y candoroso que apenas puede perfilarse como algo más que un tentempié de digestión muy rápida.
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