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Patio de columnas
Columna
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La vida imita al arte cuando quiere

El creyente es afortunado por lo fácil que le resulta encontrar un sentido a su vida

Javier Sampedro

Los creyentes son gente afortunada, o eso creemos los demás. No porque piensen que van a vivir una eternidad (¿quién querría eso?), ni por llevar incrustado en la nuca un vigilante de la moralidad que trabaja las 24 horas del día para impedirles hacer cualquier cosa que les apetezca o que les venga bien.

El creyente es afortunado por lo fácil que le resulta encontrar un sentido a su vida. Ser producto del azar es irritante en grado sumo, piénsenlo. Cuando uno es producto del azar, uno dice ¿pero qué demonios hago yo aquí?, uno dice ¿para qué seguir con este padecimiento y este malestar?, uno se pregunta cómo escapar de esta esfera negra de contingencia, de intrascendencia, de no servir para nada en el sentido cósmico de no hacerlo. Qué angustia.

También debo decirles, queridos amigos, que las artes y las ciencias han encontrado la salida del laberinto. Las artes y las ciencias dicen: Vale, pero ¿y si el mundo no fuera absurdo, y si todo tuviera un significado del tipo de los que encontraban Kandinsky o Einstein hace un siglo? ¿Y si hubiera una forma que se pudiera enseñar a un niño en cinco minutos y lo dejara convencido de que su vida tiene un sentido, una geometría, un carácter en cierto modo inevitable? ¿No puede equivaler eso a un plan divino?

Cuando uno es producto del
azar, uno dice ¿pero qué
demonios hago yo aquí?

¿Absurdo? Puede ser, pero créanme, ese absurdo es exactamente lo que piensan los poetas y los matemáticos. Por eso los admiramos como a chamanes o pitonisas, porque estamos programados para encontrar un significado a las cosas, y cuando Dios se nos escurre entre las manos nos vemos abocados a caer en sus fauces poderosas y seductoras. Un gran verso es como una ecuación de Einstein: captura enormes sectores del mundo prolijo e inextricable en la mínima expresión “justa y necesaria”, como dice mi buen amigo de las Hurdes (y no les doy su nombre para que no me lo quiten).

Y ahora les dejo con una pregunta tan profunda que hiela la sangre en plena ola de calor: si el mundo no tiene sentido, ¿cómo es posible que la relatividad general, la teoría de Einstein que gobierna el cosmos a pesar de Einstein y a pesar del cosmos, se base en una geometría descubierta 50 años antes por un matemático de Tubinga?

Ya les dije el otro día que se fueran al chiringuito antes de leer mis columnas. Ustedes no aprenden.

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