Bilbao se rinde ante el rock inmenso de Muse
El trío británico despide el BBK Live ante decenas de miles de seguidores con un directo arrollador y sin efectos especiales
Todo el mundo estaba esperando este sábado en Kobetamendi a Muse y todo el mundo quedó satisfecho y exhausto. Estrellas indiscutibles de la décima edición del festival Bilbao BBK Live, su concierto de este sábado, dentro de la gira de su último disco, Drones, no fue ningún ejercicio de pirotecnia como alguno temía. No hubo filigranas ni épica rococó. O sólo en pequeñísimas dosis.
Matthew Bellamy y sus muchachos (Chris Wolstenholme al bajo y Dominic Howard a la batería) parecen haber aparcado cualquier distracción para centrarse en hacer rock, un rock poderoso y obsesivo. Llegan, tocan y se largan. Vestidos de negro y sin muchas más concesiones a la galería que la explosión de confeti y serpentinas que llegaría con Mercy, unos globos gigantes y el inmenso videowall en que convierten la trasera del escenario para evocar obsesiones orwellianas y militares, Muse saltó a jugar un partido ya ganado de antemano con trajes negros y bajo un txirimiri amenazante que duró sólo cuatro canciones. Éxitos como Supermassive Black Hole, Plug In Baby o Dead Inside fueron cayendo uno tras otro para alimentar a un público hambriento que se volcaba con cada guitarrazo, cada punteo majara y cada estribillo liberador.
Bellamy se desplazó muy poco al piano, dio las gracias en español y fue a la sustancia de las canciones
Sin necesidad de ir de Freddie Mercury a Thom Yorke, metido en sus propias botas, comedido pero fuerte, Bellamy se desplazó muy poco al piano, dio las gracias en español y fue a la sustancia de las canciones. Time is running out levantó coros en decenas de miles de gargantas, animadas por una inmensa cuenta atrás en las pantallas, y los bises fueron un paseo triunfal desde Uprising a Knights of Cydonia. Con ellos el décimo BBK Live pasó página y entró en una larga despedida que empezó con el show hiptónico de SBTRKT.
La lección de Vintage Trouble y The Cat Empire
Uno que tuvo que pasarlo en grande con Muse fue Stephen Garrigan, líder de la banda de pop indie Kodaline. En el mismo escenario que los de Bellamy, sólo que cuatro horas antes, el personal ya andaba cogiendo sitio y el cantante irlandés quiso ser sincero: "Estáis esperando a Muse... Pues yo soy uno de los mayores fans de Muse que hay en el mundo". Una regla de oro para bandas más o menos debutantes en un festival es obviar la insignificancia propia ante los cabeza de cartel. Otra que Garrigan también se saltó es que no se debe hacer la pelota al público más de lo necesario, y menos limitándote a repetir una y otra vez el nombre de la ciudad donde estás esa noche: "¡Bilbao!". Y por último, no es aconsejable recorrer tantos palos cuando pretendes tener nombre y carácter en la primera división del pop internacional. Porque del Way back when, entre las primeras, al All I Want,con que cerraron, la banda fue del pop oxímoron, intimista y grandilocuente, a la manera de Coldplay, a los pasajes acústicos con mandolina, incluyendo algún ejercicio de ruidismo poco acertado. A pesar de los errores, el público les perdonó y ellos salieron vivos de un concierto correcto y hasta agradable por momentos.
La actitud opuesta a la de Garrigan la ofrecieron dos bandas a las que les tocó levantar el telón de la última jornada, en el primer tramo de la tarde, pero que salieron al escenario como si estuvieran jugando la final de la Champions. Hablo de Vintage Trouble y The Cat Empire. Desde California con un blues-rock infectado de funk rabioso los primeros y desde Melbourne con un ska trufado de acid jazz y buenrollismo los segundos, cada uno firmó, en su estilo y a su manera, un recital que debería figurar entre la docena de los mejores de esta edición. Ty Taylor, el cantante de Vintage Trouble, es como un James Brown poseído por el espíritu de Mick Jagger. Entró al escenario como una locomotora funk a punto de descarrilar y ya no paró hasta el final, sumergiéndose en medio del público, nadando por encima de sus manos y cabezas y dejándose la piel, el sudor y la sangre en un concierto para enmarcar.
Ty Taylor, el cantante de Vintage Trouble, es como un James Brown poseído por el espíritu de Mick Jagger
Canciones tan salvajes como Blues hand me down o Run like the river alternaron con alguna balada a su manera, mención especial de Angeles City, California, una mezcla de Dead Flowers y Sweet Virginia pasada por el potenciador de sabor y pegada del señor Taylor. A los australianos, una banda de ocho componentes, con su sección de vientos, su Dj, teclas, dos cantantes y todo lo demás, les sobró complicidad con un público que se las sabía todas, desde Prophets in the sky, a Two Shoes, The Chariot o la exultante Still Young, que sirvió de cierre. En la arena, amago de pogo y polvareda y encima del escenario, solos efectivos y afilados, vientos enérgicos y un dominio del ritmo fuera de lo normal.
La tercera vía la ofreció Of monsters and men. Los islandeses llegaron al BBK sólo dos días después de haber lanzado su segundo trabajo, Beneath the skin, y con una carrera que con sólo el debut de My head is an animal ya les ha puesto en la parte alta de las listas de medio mundo. Su indie pop para la Tierra Media, de inspiración acústica, gusto tribal en el trabajo de la batería y líneas de trompeta para reforzar los pasajes más épicos, fue muy bien recibido. Si bueno, dos veces bueno, porque la organización anunció que la enfermedad de uno de los componentes obligaba a recortar el repertorio y despuésde tres cuartos de hora tocaron "Six weeks" y salieron corriendo como Cenicienta. En su repertorio condensado no faltaron ni Little Talks ni Mountain sound ni Crystals, single de su nuevo trabajo. Nanna Brindís, vestida de Gandalf, alternó bien la batuta al frente de la banda con su colega Raggi, con buenas voces y grandes canciones.
En el balance final, la organización destacó los tres llenos totales, con 40.000 espectadores cada día y sumó otros 21.000 espectadores de los conciertos en salas y actividades en la calle, con una cifra final de 141.000 personas a lo largo de toda la programación.
Babelia
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