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Mumford & Sons vence a la esquizofrenia

El cuarteto británico brilla en la primera jornada del BBK Live con un concierto que alternó su folk de estadio con ropajes eléctricos

Mumford and Sons esta noche en el BBK Live.
Mumford and Sons esta noche en el BBK Live. luis TEJIDO (EFE)

Llevaba más de una hora de concierto y tenía rendidas a las cuarenta mil personas que agotaron el jueves todo el papel de la primera jornada del Bilbao BBK Live cuando Marcus Mumford se dirigió al público y preguntó: "¿español o vasco?". Y acto seguido trató de decir en euskera y en un castellano que parecía francés aquello de "¡Bilbao, danza!". Pero la pregunta bien hubiera podido ser "¿country-folk o rock modernete?". Y hubiera encontrado la respuesta justo a continuación, con la desbordante respuesta que el público dio a Little Lion Man, uno de sus himnos folkies con los que Mumford & Sons se hicieron un nombre en la primera división de los grandes recintos.

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Porque el cuarteto británico, guinda del pastel de la primera jornada de esta décima edición del BBK Live, llegaba a Bilbao con ese nuevo disco bajo, Wilder mind, que ha despistado a todos y ha llevado a pensar que Mumford & Sons eran al country-folk lo que un hipster a su barba. Al final, y visto lo de este jueves, no era para tanto. Sí es cierto que hay un punto de esquizofrenia entre tanto quitarse la guitarra y volver a colgarse el banjo, entre pasar de todo lo que fue y es Babel, y que el público aprecia, y esas otras canciones que, es cierto, sonaron muy bien, como Tompkins Square Park, Snake eyes o una soberbia The Wolf, que cerró el show. Pero que no son la marca de la casa. El público fue generoso y aceptó ese Doctor Jekyll y Mr. Hyde en que se convierte el nuevo repertorio, aunque se notó que no estaban ahí tanto para escuchar lo nuevo como para entregarse a la llamada del folclore. Con canciones como I will wait era aparecer el contrabajo o escuchar los primeros rasgeos de la acústica y arrancar el delirio. La entrega de la banda, que logró no perder ni intensidad ni pulso cada vez que se quitaba o ponía la barba, salvó el desgaste psíquico que podría haber supuesto ir todo el rato de la marca blanca a la marca de la casa.

Counting Crows, nostalgia y corazón

El contrapunto al vigor y la fuerza musical bruta, también a la perfección, con la que trabajan Mumford & Sons lo había puesto en el segundo escenario y una hora antes, justo mientras empezaba a caer el sol, Adam Duritz y sus muchachos. Los Counting Crows se presentaban en la primera jornada del Bilbao BBK Live como la opción de la nostalgia, pero después de despachar el Mister Jones en la tercera canción, se permitieron hacer prácticamente de todo. Sin mucha prisa, con buen rollo y cierto desaliño, como una versión desenfadada de lo que pudieron haber sido. Duritz, todo rastas, había empezado haciendo una foto al público y trasteando durante unos segundos con su teléfono móvil y acabaría el bolo subido a los monitores coreando el California dreamin que sonaba de fondo.

La banda se portó y por el medio sonaron desde la versión de Joni Mitchell Big yellow taxi a un puñado de canciones de ayer y hoy, como Scarecrow, A Long December, Palisades Park o la preciosa Holiday in Spain, con la que cerraron. Durtiz no estuvo muy fino de voz pero sí de corazón. Ganó por la simpatía y dejó buen sabor de boca a nostálgicos, fans y curiosos un poco despistados.

La tarde había empezado sobre las seis de la tarde con esa especie de gira campestre al monte Kobetas en que se convierte el trayecto a pie entre la parada de los buses lanzadera y el recinto de Kobetamendi donde se celebra el festival. Dentro, una marea de sombreros panamá naranja fosforito distribuidos por una conocida compañía de telecomunicaciones trataba de agitar los primeros compases de la tarde en el escenario principal. Sobre las tablas, los Of Montreal, desde Athens, Georgia, también se esforzaban en sacar todo el jugo posible a su pop-disco con reflejos glam. Hasta tal punto que para cuando llegó uno de los primeros éxitos, la chillona, Gronlandic edit, su histriónico líder, Kevin Barnes, ya se había ido despojando de casi todas sus prendas y daba saltos en calzón blanco clásico de caballero agarrado a su SG. Estuvo bien mientras duró, aunque fuera demasiado pronto y el público necesitara, quizá, otra cosa.

Calor y mucha gente joven, veinteañeros en su mayor parte, buscaban la sombra de un árbol, el cachi en la barra o curiosear en los ya inevitables food-trucks. Future islands y su crooner canalla lo tuvieron algo mejor. Unas cuantas horas más tarde, y consumidos ya los platos fuertes, el público empezaría a disfrutar del larguísimo postre que quedaba por delante con Capital cities y su electrónica bufa y efectiva.

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