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CRÍTICA / LIBROS

Música para instrumentos de agua

El colombiano Tomás González trabaja con maestría las voces de su novela. Su vida fuera del foco mediático parece permitirle una rara concentración en lo pequeño

Imagen del río Orinoco en Colombia.
Imagen del río Orinoco en Colombia.Aldo Brando / Getty

Niebla al mediodía confirmaría a Tomás González (Colombia, 1950), si aún hiciera falta, como uno de los mejores escritores latinoamericanos de los últimos años. Y digo “si hiciera falta” porque desde Primero estaba el mar, su debut en 1983, hasta La luz difícil, esa excepcional indagación del luto, de 2012, su escritura mantiene un altísimo nivel y la repetición de unos temas y modos singulares, eso que solemos llamar mundo propio. Niebla al mediodía no es una excepción: unos pocos personajes para los que sólo cuenta su cotidianidad, microcosmos de una realidad más amplia, parejas de “desiguales” que encauzan mal un proyecto de vida al margen, incomunicación, celos, envidias con las que nos ejercitamos día a día y, finalmente, una presencia de la naturaleza como continuo de los personajes (en este caso, la siempre húmeda selva cercana a Bogotá) son algunas de sus constantes.

Niebla al mediodía es la historia de un duelo sentimental y, en cierto sentido, también una novela negra. Raúl debe recomponerse después de la desaparición de Julia (no sólo un abandono de la novia, sino una desaparición real, criminal), y el lector debe componer el puzle de esta trama.

También es una novela coral, el retrato de cuatro maneras de entender el mundo bien entrada la madurez, casi cuatro instrumentos de agua: de la niebla, la lluvia, la nieve y el agua muerta de una poza. La niebla de Raúl, arquitecto casi artesano, una especie de estoico maduro con una voluntad de quietud incompatible con el presente. La nieve de su hermana Raquel, profesora de Literatura Inglesa en Manhattan que lidia con diversas frustraciones en su mundo cada vez más reducido. La poza de Julia, poeta y vanidosa egoísta, la desaparecida. Y la lluvia de la mejor amiga de ésta, Aleja, nerviosa profesora de yoga en el otoño de su coquetería.

Es especialmente sutil la manera en que estas cuatro voces reconstruyen la trama de la novela (el desamor y la desaparición de Julia) mientras introducen, cada una, diferentes aspectos del mundo: social, sentimental, profesional… Cuatro caracteres bien definidos por su lenguaje, cuatro principios de realidad y casi cuatro maneras de huir del mundo para no resultar dañados.

Y es que Tomás González trabaja con maestría la distancia de cada una de las voces: todas en un cuidado estilo indirecto libre que filtra empáticamente su percepción, excepto la de Julia, monólogo fantasmal en primera persona. En Julia es la verborrea egocéntrica de la poeta de escaso talento la que crea la distancia y la convierte en una voz sospechosa.

El hallazgo de este distanciamiento permite que los personajes se comporten siempre a pocos pasos de lo ridículo, con una comprensión humorística que no llega a la sátira. Casi con el desvalido aspecto de marionetas que tenemos si nos miramos desde fuera, la falta de importancia general de nuestras graves preocupaciones cotidianas.

A esta distancia la ayuda el estilo lacónico y preciso, poético en el sentido menos cursi de la palabra, de la escritura de Tomás González, casi zen. Y es que Oriente es otra constante en su obra: como tema lateral, pero sobre todo por la “capacidad negativa” de su estilo, su narrar sin invadir.

Se ha vuelto común decir que Tomás González debería ser reconocido como uno de los grandes de la novela latinoamericana, pero quizá debamos agradecer esta falta de foco porque parece permitirle una rara concentración en lo pequeño. Niebla al mediodía descubre la complejidad de los detalles nimios: la historia íntima de una relación, envejecer y hacerse al tiempo. El mundo en una gota de agua.

Niebla al mediodía. Tomás González. Alfaguara. Madrid, 2015. 152 páginas. 18,90 euros.

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