El ‘off’ madrileño se queda sin La Casa de la Portera
Este espacio teatral único cierra sus puertas tras tres años y casi cuatro meses
Empecemos por el final: uno de ellos acaba llorando. Ese uno es Alberto Puraenvidia, amo y señor junto a José Martret de La Casa de la Portera, como reza su cuenta de Instagram, (y director de arte y escenógrafo). Hasta ahora, el que había lagrimeado tras los cristales de unas arquitectónicas gafas de pasta negra había sido Martret (Palma de Mallorca, 1971); es el turno de Puraenvidia (Ávila, 1977), un hombre rociado con el don (o la maldición, según quién lo mire) de la transparencia. Es martes 23 de junio, son algo más de las 19.30 y desde el salón del número 24 de la calle de Abades se escucha como ruge el cielo. Lluvia tibia sobre Madrid. Un escenario adecuado para la última entrevista de los creadores de este espacio único de teatro: La Casa de la Portera cierra.
La última función fue el pasado domingo y el adiós no podía ser sino con Ivan-OFF. Esa versión del Ivanov de Chéjov dirigida por el propio Martret abrió el bajo del barrio de Lavapiés el 8 de marzo de 2012. “Estas paredes se pintaron para esa pieza”, recuerda Martret con el ritmo de quien ha rebobinado esa cinta varias veces en las últimas semanas. Puraenvidia vivía en la tercera planta del mismo edificio desde hacía varios años, acabó alquilando la casa de la antigua portera para rodar Fumando espero, un corto de Edu Casanova. “Lo pintó todo de gris, muy monocromático, daba la sensación de que entrabas a las cuevas de Altamira”, espeta Martret acompañándose de una carcajada. Puraenvidia quería quedarse con el espacio para hacer talleres teatrales, “una especie de lugar de coworking”. Fue entonces cuando a Martret se le ocurrió proponerle que pusieran en marcha una obra de teatro para un público reducido que iría cambiando de sala por actos. “No éramos conscientes de que estábamos abriendo una sala de teatro”.
Así nació La Casa de la Portera, como un lugar para Ivan-OFF. Y así debía despedirse, con la función número 358. Tres años y casi cuatro meses surgidos de una idea que en un principio no duraría más de una decena de semanas. “Pero cuando estrenamos, vinieron amigos de la profesión, a la gente le gustó el proyecto y recuerdo a Carmen Mayordoma diciéndonos: ‘Pues estamos con Peceras, de Carlos Be, y yo creo que podría encajar aquí’. Y acabamos aceptando”, explica Puraenvidia. Y a pesar de que cada centímetro de la casa había sido modelado para esa primera obra, Peceras encajó. “Fue como si viésemos la casa por primera vez. Y después llegaron más (Delicia, Petra, Cenizas, Una extraña comedia...), y todas se acoplaban a la casa. Aunque también ha habido cosas que no lo hacían, pero funcionaban igualmente”, argumenta el decorador de la estética de la casa. “Es el magnetismo de este lugar”, apostilla Martret.
Lo cierto es que tiene mucho de fascinante y un algo de mágico un lugar de luces cálidas donde cada detalle, por sí mismo, podría ser una ofensa a la estética dominante del siglo XXI. Sin embargo, el hilván de la puerta acolchada, el teléfono en la pared, el papel pintado, las cabezas de ciervo, la virgen de expresión amable, los espejos, los posavasos de nácar que estructuran el mosaico del pasillo, las cuentas de cristal de las arañas… todo es un todo con un innegable vaho retro y una simbiosis chocante. “Es pura Puraenvidia”, se ríe el padre de cada detalle del que, hasta ahora, ha sido su hogar. “Pero ya no podemos seguir con la obra, 358 funciones son muchas y sin Ivan-OFF en el cartel sentimos que todo pierde un poco el sentido”.
Hablan de cerrar ciclos, de futuro a medio o largo plazo: La pensión de las pulgas, que abrieron solo unos meses después de La Casa de la Portera por el éxito de la iniciativa, también acabará cerrada. “¿En un año, en dos? No lo sabemos, pero aquello empezó con Macbeth (MBIG), y cuando ya no se pueda representar más, La Pensión tendrá que dejar de existir”, cuenta Martret. Cierran con lista de espera, con gente que les ha pedido que no lo hagan, con un asistente almeriense fiel y jubilado cuya foto de comunión viste una de las paredes de la taquilla, con no saben exactamente cuántos dramaturgos, actores y técnicos han pasado por ese suelo que emana olor al Madrid más castizo porque son “un desastre”. Cierran mientras hablan de los días que vendrán, de encontrar otro espacio para “intervenirlo”, de dejar atrás lo que tiene que quedarse atrás para que lleguen otros “algos” nuevos. Dejan la llave de ese pequeño laberinto para adentrarse en otros. Pero las despedidas, necesarias a veces, inevitables otras, duelen. Siempre.
La Casa de la Portera, por partes
José Martret y Alberto Puraenvidia han decidido montar un mercadillo con los objetos y el mobiliario de La Casa de la Portera. "Aunque no todo se venderá", avisa, nostálgico, Puraenvidia. Hay cosas de las que no pueden desprenderse.
Para aquellos que quieran llevarse a casa algo de este bajo de la calle de Abades en Madrid, el sábado la casa abrirá las puertas de 12.00 a 19.00, de forma ininterrumpida; y el domingo, de 11.00 a 15.00.
Babelia
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