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CRÍTICA | HABLAR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Subrayado de motivaciones

Javier Ocaña
Raúl Arévalo y Álex García, en 'Hablar'.
Raúl Arévalo y Álex García, en 'Hablar'.

Que haya infinitos motivos para hacer una película como Hablar no significa que sea una buena idea hacerla. Al menos así. La estrategia consiste en mostrar en hora y cuarto de metraje el panorama de esta España del paro y de los recortes, de la asfixia y la decepción, del hundimiento económico, social y quizá moral. Presentar una serie de situaciones cotidianas que ilustren el estado del pueblo, sobre todo de los más desfavorecidos, aunque también haya apuntes de lo complicado que resulta simplemente vivir, más allá de lo económico y más cerca de lo emocional.

HABLAR

Dirección: Joaquín Oristrell.

Intérpretes: María Botto, Raúl Arévalo, Sergio Peris-Mencheta, Marta Etura.

Género: drama. España, 2015.

Duración: 75 minutos.

Sin embargo, ¿hay alguna idea o aportación que, aunque real, no se haya oído ya? ¿Hay alguna idea que te haga recapacitar, reflexionar para al menos dudar de lo que ya pensabas antes sobre esas situaciones? No. ¿Por qué? Porque todo es grueso, subrayado. Porque los personajes negativos no sólo lo son sino que lo aparentan, lo demuestran, lo escupen. No vale con que un pequeño empresario sin escrúpulos tenga trabajando a inmigrantes sin contrato; además no les paga, y además es violento y capaz de llamarles "puta negra de mierda". Nadie discute que ese personaje exista. Lo que se discute es que eso, sin desarrollo, tenga interés dramático. Incluso político. Porque estamos ante una película de la variante "convencer al convencido".

Tampoco basta con que la película tenga una ideología. Cada uno hace con su ideología lo que le parece, pero subrayarla con una conversación delante de un cartel electoral de Podemos y la frase de diálogo "merecen una oportunidad..." no es cinematográfico, es discursivo. Y no es que no merezcan esa oportunidad, sino que no hace falta verbalizarlo todo.

Queda el excelente trabajo técnico, pues toda la película está narrada en las calles del madrileño Lavapiés a través de un plano secuencia sin corte, de gran sentido narrativo, admirable en la puesta en escena de Joaquín Oristrell, en la fotografía y el sonido, en las interpretaciones. Pero, una vez más, se subraya innecesariamente con un texto en el primer segundo de metraje, antes de que la cámara comience a moverse: "Esta película se ha rodado en un único plano secuencia". Por si alguien no se daba cuenta. Como todo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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