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SILLÓN DE OREJAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El verano más célebre de la literatura

'El año del verano que nunca llegó' de Ospina es la mejor -y más inteligente- novela histórica que he leído en mucho tiempo

Manuel Rodríguez Rivero
Hugh Grant, en el papel de Lord Byron en Remando al viento (1987), del director Gonzalo Suárez.
Hugh Grant, en el papel de Lord Byron en Remando al viento (1987), del director Gonzalo Suárez.

Lo milagroso es que el libro siga vivo, a pesar de Rajoy, de Wert y de esos funcionarios del ramo que, por mirar hacia otro lado (“es que las competencias están transferidas”, es su mantra) ni siquiera se hacen nunca una foto con uno de esos objetos en las manos, no sea que les coja algo. A ver si los del Ministerio de Cultura se pasan por la Feria del Retiro de incógnito: quizás hablando con los libreros y tocando “producto” se les ocurra algo. Otra sugerencia (de nada, es gratis) podría ser la de que, en vez de largarse este verano a playas o montañas “a desconectar”, se conecten con la realidad haciendo un cursillo intensivo en el Ministère de la Culture et de la Communication del país vecino, a ver si allí les enseñan a) qué es un libro y, b) cómo ayudar a un sector (el librero) que ha pasado el quinquenio menos memorable del último medio siglo, con una media de algo más de dos librerías echando el cierre a diario en 2014. Un sector compuesto por muchas pequeñas empresas de las que un 52 % factura menos de 90.000 euros al año. Y lo digo otra vez ahora, cuando parece que la Feria se anima un poco: los políticos emergentes (Carmena, Rivera), los fantoches mediáticos y la plaga inagotable de los libros de cocina, cocineros y cocinillas están subiendo el nivel de las ventas en los primeros días de feria. Según he podido saber, las estadísticas del Comercio Interior del Libro correspondientes a 2014 ofrecerán un crecimiento del orden del “cero coma algo” por ciento, pero menos da una piedra pasada por las horcas caudinas del rajoyato. En cuanto a la Feria, y reconociendo sus indudables mejoras técnicas -incluyendo la ubicación actual de la carpa de grandes firmas- sigue adoleciendo de fallos inexplicables. Por ejemplo, la página web, es no sólo de una pobreza desarmante, sino también de una increíble inutilidad: ¿tanto costaría poner la lista completa de las “firmas” cada día, sin necesidad de obligar al presunto visitante a ir tanteando en una lista alfabética en la que es difícil aclararse? Este año, que es el último del mandato de mi admirado Teodoro Sacristán Santos -un nombre increíble si lo llevara el protagonista de una novela, aunque fuera de Galdós- podría ser ocasión para una reflexión pendiente respecto a la modernización del certamen. Incluyendo, claro está, la revisión crítica de la hasta ahora vergonzante animadversión a las nuevas tecnologías de la lectura (y al wifi), y de la que sirve para que los libreros puedan imprimir libros (agotados) a la carta. Espero que su sucesor (vientos del pueblo librero me aseguran que será Fernando Valverde, que siempre ha estado ahí) se decida a abrir un debate sobre el modelo de feria que muchos libreros y la casi totalidad de editores reclaman. Mientras tanto, e imbuidos de ese medroso optimismo que impregna la actividad ferial, recorramos, en pos de las más gratas sorpresas, una de las más cultas avenidas del mundo.

Verano

Acabo de terminar la mejor -y más inteligente- novela histórica que he leído en mucho tiempo. Y conste que, al ponerle una etiqueta de novela de género, se me abren las carnes: es bastante más que eso, aunque la historia -y en este caso la historia literaria- esté también presente. William Ospina ha conseguido en El año del verano que nunca llegó (Random House) recrear el verano más célebre (y climatológicamente más oscuro) de la literatura romántica en una novela que incluye reportaje y memoria, y en la que, sin dejar de hablar de sí mismo, hace comparecer ante los ojos del lector a ese grupo irrepetible - Polidori, Shelley, Byron, Mary Wollstonecraft (Mary Shelley) y Claire Clairmont- cuyos atrabiliarios y audaces miembros coincidieron durante tres días siniestros (pero muy explotados por el cine y la literatura: ahí tienen, por ejemplo, Remando al viento, la película de Gonzalo Suárez) en Villa Deodati, a las orillas del lago Leman. De allí surgieron más o menos completos Frankenstein (Mary Shelley, tenía 18 años), el vampiro moderno (John Polidori, médico de Byron, 19 años) y el tercer canto de Las peregrinaciones de Childe Harold (Byron ya era un viejo: 29 años). Ospina, en un castellano vibrante de brillantez y brío, entreteje historias más o menos conjeturables, amores, terrores y fornicaciones mientras reflexiona con lucidez sobre la necesidad de forjar mitos. No se la pierdan.

Viaje

Siruela vuelve a estar que se sale en su intento de reconquistar a un lectorado a quien desconcertaron algunas de las decisiones tomadas en los años de crisis (¿han visto el rediseño de los diez volúmenes más vendidos de la colección ‘Las tres edades’ con motivo de sus bodas de plata?). Me apunto, con intención de echarles un vistazo en algún momento (¡tantos libros y tan poco tiempo!), novedades apetecibles en todas las series de su catálogo: desde novelas como Pensión Leonardo, de Rosa Ribas, a no ficción literaria, como En la trampa, que reúne tres breves ensayos de la siempre interesante escritora rumana, Herta Müller (premio Nobel 2009). En todo caso, mi recomendación va para un ensayo que mezcla con sabiduría las características del libro de memorias, el travelogue y la crónica de una aventura interior. Se trata del estupendo El leopardo de las nieves, de Peter Matthiessen, un libro de 1978 que no había sido publicado en castellano (traducción de José Luis López Muñoz) hasta la fecha. Escrito en forma de diario, el libro cuenta la experiencia de un viaje del autor acompañando al zoólogo George Shaller a la perdida Tierra de Dolpo, una región a orillas del Himalaya, en plena meseta del Tíbet, para estudiar los hábitos de apareamiento del carnero azul e intentar ver al rarísimo leopardo de las nieves, un felino (entonces) en vías de extinción. El viaje, realizado poco después de la muerte de la esposa de Matthiessen, resulta también un recorrido por los estados de ánimo del escritor, confrontado a una naturaleza extraña, casi virgen y aún ajena a los ruidos de la civilización. Para viajar muy lejos (y hacia dentro) desde el sillón del lector.

Librero

No cabe duda de que Anatole Broyard (1920-1990) fue cocinero antes de monje. Director del suplemento literario de The New York Times durante unos años gloriosos, Broyard canalizó primero sus intereses literarios fundando después de la guerra en Greenwich Village una librería de segunda mano especializada en literatura del siglo XX. Cuando Kafka hacía furor (La Uña rota; traducción de Catalina Martínez Muñoz) son unas breves memorias de una época y de un barrio entonces todavía bohemio, y en el que no había que ir esquivando a las hordas turísticas. El volumen se completa con un irónico Retrato del hipster, que en la subcultura urbana de los forties designaba a los jóvenes que escuchaban con arrobo a los mitos del bebop (Charlie Parker, Clifford Brown, Thelonius Monk), vestían despreocupadamente y pusieron de moda los petas de marihuana como método de relax.

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