A hacer teatro, ¡a la calle!
Valladolid celebra el festival TAC con 170 espectáculos en los que el espectador es protagonista
En el corazón del parque vallisoletano de Campo Grande, entre el gluglutear de los pavos reales, emergen 22 caminantes vestidos con abrigos blancos que llevan altas sillas de metal e invitan a las docenas de personas que los rodean a seguirlos al espacioso bulevar de Recoletos. Allí, durante una hora, los 18 actores y cuatro músicos de la compañía de teatro francesa Oposito representan Kori Kori, un montaje en el que los intérpretes se convierten en un coro que canta en una lengua inventada, bailan tangos y valses y se mueven arriba y abajo, arrastrando con ellos al público, que ahora se sienta, ahora se levanta, les sigue, da palmas o aplaude.
Es el teatro con entrada gratis, sin patio de butacas ni escenario, en el que los actores soportan el sol o el viento y al final de la obra pasan el gorro o venden CD y DVD para llevarse unas monedas. Desde el pasado miércoles y hasta mañana domingo, 31 de mayo, quien visite Valladolid se encuentra esta clase de representaciones, las del XVI Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle (TAC): obras, circo, danza, música, mímica, espectáculos audiovisuales... El director artístico de este evento desde su primera edición, celebrada en 2000, Javier Martínez, explica que el origen del TAC estuvo, a finales del pasado siglo, en los carnavales, cuando se celebraba “un encuentro de artes de calle”. Después, el PP llegó al Ayuntamiento y “decidió que se convirtiese en festival”. El Consistorio vallisoletano “es hoy el 95% de esta cita, que cuenta con un presupuesto que supera los 600.000 euros”. La organización calcula que unas 200.000 personas asisten a los espectáculos, programados en 23 espacios: Campo Grande, plazas, delante de iglesias, en el claustro del Museo Nacional de Escultura…
Por lo tanto, las calles son el escenario de los más de 170 montajes realizados por 53 compañías de 12 países (sobre todo de Europa, y también de Argentina, Perú, Israel y Kenia). La sección Oficial es el eje, con 33 grupos y la danza como protagonista, mientras que el Off es para propuestas de 15 compañías, menos conocidas y que tienen al circo como principal ingrediente. Cinco representantes vallisoletanos tienen su hueco en la sección Estación Norte para “dar rienda suelta a un tipo de obras que no hacen a lo largo del año". En cualquier caso, es un certamen en el que "predomina el componente internacional porque por desgracia en España aún no se ha evolucionado tanto en las artes de calle. Estamos distanciados de lo que se hace en Bélgica, Holanda, Francia, Alemania…", señala, Martínez.
"En el TAC se ven formas de expresión que se asfixian en los teatros y por eso atraviesan las paredes de las salas, para ubicarse donde el individuo hace su vida”, describe. “Son espectáculos que no tienen por qué contar con la estructura clásica de planteamiento, nudo y desenlace, sino que se basan en la sugerencia, para que el público construya su propia historia". Y al contemplarlos en la calle, "la gente redescubre su ciudad e intercambia emociones".
Sentimientos como los que expresan los chavales que se acercan a los componentes de la compañía Oposito cuando acaban su espectáculo en Campo Grande para hacerse fotos y besarlos, como le ocurre a la rusa Yana Maizel, que ha sido ¡bailaora de flamenco en Madrid! "El público aquí es fantástico. En otros sitios es más reservado pero en Valladolid se implica desde el primer momento y se emociona", cuenta. Actores como Yana "están más curtidos que los de sala", opina Martínez, porque "la vida de los artistas de calle es más dura: actúan con el sonido de una niña llorando, o con el de una ambulancia, o un autobús, o alguien que pasa y no sabe que en ese momento hay un silencio y va hablando".
Pirámides humanas
A unos cientos de metros de la rusa Yana, en la Plaza Mayor, actúan en un graderío repleto con unas 1.000 personas (y otras muchas haciendo cola para entrar) los Black Blues Brothers, cinco kenianos que ponen al público en pie con su recital de impresionantes acrobacias, saltos y pirámides humanas. Todo ambientado con la banda sonora de la comedia de John Landis que les da nombre. Cuando acaba la función, la gente se apresura para seguir L’enterrement de maman, el descacharrante cortejo fúnebre que representa la Compagnie Cacahuète, de Francia. Con un féretro a cuestas, una extravagante familia interactúa con el público, que puede acabar bañado en agua o en la cerveza que se toman los actores en las terrazas, convertidas en improvisados escenarios.
A los pies del antiguo monasterio de San Benito, hoy sala de exposiciones, se desarrolla en ese momento Sendas, una pieza de la compañía sevillana Danza Mobile y que busca un objetivo distinto. Este grupo demuestra —como deja claro uno de los dos bailarines del espectáculo— que personas con discapacidad intelectual pueden subirse a un escenario o, en este caso, hacer arte de calle.
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