La arquitectura del poder en el siglo XXI
Jacques Herzog explica el proyecto para la sede del BBVA, su nuevo edificio en Madrid, que acogerá a 6.000 trabajadores
En unos días los seis mil trabajadores de la nueva sede madrileña del BBVA estarán instalados en su flamante nuevo ¿edificio? ¿barrio? Es difícil describirla atendiendo a antiguas tipologías arquitectónicas. Más cuando, recorriéndola, su autor, el suizo Jacques Herzog (1950) habla de desierto y paraíso. “Cuesta adivinar que tras el muro está el paraíso, pero el desierto urbano queda al otro lado de la fachada y dentro, el paraíso de los trabajadores”, explica.
Lleva razón el artífice del TEA de Tenerife o el Caixaforum de Madrid cuando califica el interior de la sede de paradisíaco: sombras y brisas y una altura de tres plantas —salvo en la torre circular central— permiten pensar que, con el paso del tiempo, los robles, los fresnos y las acacias, hoy escuálidos, terminarán por sobrepasar la base del edificio que quedará “devorado por la naturaleza”. “Ese es mi objetivo, que desaparezca la arquitectura”, añade frente al inmueble de 19 plantas, emplazado en el barrio de Las Tablas [en el distrito de Fuencarral-El Pardo] y conocido entre los empleados como “la vela”. Sin embargo, ¿qué hacer para que los edificios no tengan que protegerse de la ciudad hostil y contribuyan a hacerla más amable? ¿Las empresas o los bancos más poderosos y los arquitectos más destacados del mundo no pueden aportar a las urbes otra idea que defenderse de ellas? “Esto es una zona muy nueva. Es árida. No tiene vida fuera y no tiene identidad. Por eso hablo del desierto. La modernidad no ha mejorado la calidad de las ciudades. Al contrario, las rompió sembrándolas de edificios aislados. No hay un acuerdo sobre cuál es el modelo de ciudad ideal por una razón, porque no existe, es una utopía”, opina. Sin embargo, el arquitecto defiende que la sede de una empresa global puede acercarse a la ciudad soñada tomando como modelo la trama medieval.
Jacques Herzog insiste en que un futuro “lejano” su proyecto podría transformarse en un barrio en el que los apartamentos y las tiendas sustituirían a las oficinas. Pero la ingeniera encargada de las instalaciones corrige que, por seguridad y por normativa del Banco de España, el futuro barrio del que habla el arquitecto queda lejos. “En el momento en que la ciudad llegue hasta aquí el edificio deberá reaccionar”, explica.
La Vela, un rascacielos de 93 metros
Las sedes empresariales vanguardistas se han alejado de los centros urbanos y, en la mudanza, han perdido altura. Ahora están pensadas para que los empleados lleguen a ellas en transporte rodado, se llaman a sí mismas ciudades y no terminan de decidir si prefieren ser discretas o icónicas como siempre fueron. Algo así sucede con la sede que Foster ha diseñado para Apple en Cupertino y con el proyecto que Frank Gehry dibujó para las oficinas de Facebook.
Las arquitecturas corporativas han dejado de ser rascacielos para convertirse en fortalezas. Al oeste de Madrid, Kevin Roche levantó la ciudad financiera del Banco de Santander y en Las Tablas, al norte, despunta el rascacielos de la sede del BBVA ideada por Herzog y de Meuron. La Vela, de 93 metros de altura, es un eco del terreno liberado en el suelo para dejar espacio a una gran plaza pública, que es, en realidad, privada.
La decisión de cerrarse a una trama urbana —todavía poco definida— por fuera contrasta con la voluntad de potenciar la cercanía para humanizar el espacio interior. Así, se da la paradoja de que la nueva sede madrileña del BBVA es la ciudad antigua —de calles estrechas y sombreadas, edificios de poca altura y plazas—, el modelo que intervenciones como esta —que generan islas urbanas, como esta de 250.000 metros cuadrados— amenazan con no permitir crecer. La ambigüedad ya no está en la extravagancia de las formas; se ha instalado en la recreación de un mundo: ese que llevan a su interior al tiempo que lo niegan en el exterior.
Tal vez por eso el autor de la Tate Modern de Londres describe su proyecto como un pionero. Y ciertamente tanto en el trato a los empleados —todos los puestos de trabajo tienen luz natural— como en la eficiencia energética —recicla agua de lluvia y aguas grises y la fachada tiene alto rendimiento térmico y acústico— el edificio parece buscar humanizar la arquitectura. Eso sí, de puertas para dentro. “Como soy discípulo de Aldo Rossi y creo en la permanencia de la arquitectura, creo en el cambio. La transformación de los edificios es lo que les permite durar. Ha sucedido con palacios, parques y monasterios que acaban formando parte de la ciudad”. ¿En qué plazo podría un complejo financiero integrarse deshaciendo el plan especial del Ayuntamiento que privatizó sus calles internas? “Si sigues una línea recta nunca logras nada. Me interesan los edificios que nos sobrevivirán. Y un edificio no sobrevive por ser sólido, sino por ser versátil”, afirma.
Al comentarle que su proyecto habla más de protección que de convivencia, Herzog pregunta: “¿Cuánto tiempo más podremos vivir en ciudades tan abiertas? Ese es el gran lujo de Europa, pero un arquitecto debe garantizar las dos cosas. Y crear el potencial para la apertura”. Él y su estudio —con 450 empleados— lo han hecho en la sede de Novartis, en Basilea. “Allí también construimos una ciudad dentro de la ciudad. Pero ahora hay un restaurante abierto al público. En el futuro pasará a ser un barrio más”, asegura. Cree que lo que hace que la sede de un banco pueda convertirse en un modelo para hacer barrios es su calidad. “Dar ejemplo positivo es de lo poco que puede hacer un arquitecto hoy. Mis medios pasan por trabajar para un banco, pero yo no defiendo los barrios cerrados, defiendo la calidad y la escala humana”.
Un Pritzker de la luz
Nacido en Basilea en 1950, Jacques Herzog recibió el Premio Pritzker en 2000, junto a su compañero de estudio Pierre de Meuron. El aprovechamiento de la luz natural es una de sus características.
Es autor de la Tate Modern de Londres y en España ha diseñado el Edificio Fórum en Barcelona, la sede de Caixaforum en Madrid o el Tenerife Espacio de las Artes (TEA)
Como los grandes artistas, Herzog y de Meuron han vivido varias épocas. Pasaron de innovar con las fachadas a experimentar con las formas. “La contribución a la vida en la ciudad podría marcar nuestra tercera fase creativa”, señala. Pero la Tate ya lo hizo hace más de tres lustros: convirtió un edificio en espacio urbano. Ese museo es justo lo contrario que su nuevo proyecto madrileño. “En la Tate descubrimos la ciudad y aprendimos a trabajar con poca arquitectura. Fue más importante pensar que dibujar. La belleza no se inventa, se produce cuando los edificios funcionan y este también lo hará”.
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