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Ópera barroca
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Escuchar sin ver

'La fida ninfa', acaba de recalar en Madrid, en una versión extraordinaria comandada por Andrea Marcon

Luis Gago
La Cetra, el conjunto barroco de Basilea, en una imagen promocional.
La Cetra, el conjunto barroco de Basilea, en una imagen promocional.

¿Tiene algún sentido escuchar una ópera barroca —una sucesión fuertemente estandarizada de recitativos y arias— en versión de concierto, privada de una puesta en escena que pueda infundir atractivo a sus casi siempre enrevesados libretos y solaz visual a sus oyentes? Probablemente no, pero es preferible, sin duda, a obviarlas sin remedio, ya que los teatros de ópera las acogen con cuentagotas y harían falta varias vidas para poder ver representadas, por ejemplo, las 37 de Haendel o las 45 de Vivaldi.

Una de estas últimas, La fida ninfa (1732), acaba de recalar en Madrid, probablemente por primera vez, y lo ha hecho en una versión extraordinaria comandada por Andrea Marcon, véneto de Treviso, que ha dado incontables muestras de afinidad con la música de su coterráneo Antonio Vivaldi y que supo imprimir brío y lirismo, según lo requiriera la partitura, durante tres horas el pasado domingo sin bajar la guardia ni el entusiasmo un solo momento.

‘La fida ninfa’

Autor: Antonio Vivaldi.

Compañía La Cetra.

Director: Andrea Marcon. Con Roberta Invernizzi, María Espada, Carlos Mena, Topi Lehtipuu y Luca Tittoto. Auditorio Nacional, 19 de abril.

Contó para ello con la prestación instrumental impecable de La Cetra, el conjunto barroco de Basilea que ha nacido al calor de la mítica Schola Cantorum de la ciudad suiza, un vivero inagotable de intérpretes “históricamente informados”.

A pesar de la parca instrumentación de Vivaldi (cuerda, un par de oboes/flautas de pico y continuo, con una presencia casi testimonial de dos trompas y una trompeta al principio y al final de la ópera), Marcon mantuvo la música viva —y, a ratos, efervescente— desde la sinfonía inicial, tomada prestada de Bajazet, hasta el coro final.

De su grupo de cantantes, y sin afán alguno de hacer patria, brillaron especialmente dos españoles: el contratenor Carlos Mena, otro fruto de la Schola Cantorum, magnífico en sus dos arias y, sobre todo, en los recitativos, a los que supo imprimir sentido y veracidad, y la soprano María Espada, de timbre fresco y muy segura y musical en las temibles agilidades.

Roberta Invernizzi ha castigado en exceso su voz y sólo se acercó a su esplendor de antaño en el aria Dite, oimè. Franziska Gottwald sacó el máximo partido teatral a su instrumento, de volumen muy limitado, y Topi Lehtipuu y Luca Tittoto rindieron con eficacia. Sobria y señorial, por último, Romina Basso en su breve intervención final como Juno, bien secundada por el Eolo de Ismael Arróniz, el tercer español en concordia.

Cierra así su curso por esta temporada el ciclo Universo barroco, que acentúa su condición de refugio seguro de un repertorio que, aun fuera de su escenario natural, pide a gritos ser interpretado y disfrutado con más frecuencia.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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