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El hombre que fue Jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gombrowicz en camiseta

El dramaturgo Rodrigo García cada día escribe mejor, con más claridad y más misterio

Marcos Ordóñez

Estoy leyendo dos libros de Rodrigo García: Esto es así y a mí no me jodáis, publicado por el centro murciano Cendeac, en su colección Infraleves, y el recopilatorio Barullo, editado por la heroica y segoviana Uña Rota. Algunas veces no le entiendo, pero otras creo que le entiendo mucho, absolutamente, à la folie. Como ando falto de espacio, hablaré de las cosas que creo que entiendo, de lo que me gusta. Me gusta Rodrigo García cuando me da brío y fluidez. Antes había una cáscara, un ruido de lavadora a toda máquina que se interponía entre su palabra y mi percepción. Puede que fuera cosa mía. O no. Ahora pienso que cada día escribe mejor, con más claridad y más misterio. Anoto y subrayo a cada paso, espigo y mezclo frases. Buena señal.

Me gusta lo que dice de la risa posmoderna en Gólgota Picnic. Extracto: "La pos-pos-modernidad nos ha hecho irónicos hasta la médula. Estáis por encima de todo. Todo lo conocéis. Todo lo sabéis. Todo lo habéis vivido. Habéis construido, conmigo, la metrópolis irónica. Así que todo en vuestras vidas son guiños. Amanece, capullos. Y no lo celebráis, miráis el amanecer con autosuficiencia, tenéis vuestro guiño para estar por encima de la salida del sol". Cuando más me gusta, Rodrigo García me recuerda a Gombrowicz en camiseta asomado a la ventana, joven y punk y aristócrata a sus cincuenta años. O al tipo de la zamba de Balderrama, que se alborota quemando, que canta por la medianoche y llora por la madrugada, “y en cada vaso de vino / tiembla el lucero del alba”. O cuando se pone Cadícamo y escucho un bandoneón a lo lejos: “A las siete se encienden las farolas /qué pena todo en general”.

Me gusta mucho la tercera parte de Esto es así y a mí no me jodáis, cuando descubre que el paraíso, según Massacio, es un lugar fortificado, y que el Edén es lo que está afuera, “porque ahí afuera está pegando el sol y yo estoy hablando de otra cosa”. Me gusta cuando habla de otra cosa y cuando habla de la mismísima cosa. La mismísima cosa puede ser el texto radiofónico que escribió para Stefano Scodanibbio, su amigo enfermo y suicidado: esa nuez resquebrajada y seca por la que corre un hilillo de sangre, un arroyo escarlata, esa música de Brahms, ese silencio.

Me gusta el Libro de los cinco poemas, dos de ellos muy lindos. (Sí, esos dos). Ya sabemos que él no tiene por qué ser necesariamente el narrador, pero le cuadra mucho esta poética. Canta, viejo. “Siempre que escribió relatos acabaron como poemas, y aquella vez que urdió un cuento terminó siendo un ensayo. Siempre que tentó el teatro concluyó filosofando, y cada vez que se calló la boca soltó en la cama por las noches pedos horribles. De ahí que su chica le alentara a seguir escribiendo lo que fuese”. Me sumo a esa demanda. Y aún no he acabado de leer, voy leyendo a saltos. Barullo es un libro ideal para leer en el metro, en el váter, junto a la jaula de las fieras. Ah, y esta cita suya del Eclesiastés: “Por muchos años que viva el hombre, que los disfrute todos, considerando que sus días de oscuridad serán más”. ¿Qué puedo decir después de eso? Amén, por ejemplo. Amén y adelante.

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