Margarita Alexandre: coraje, películas y corazón
A sus 92 años, recuerda toda una vida de brega en el cine; primero como actriz, más tarde como directora y productora, finalmente como creadora en la Cuba revolucionaria
A sus 92 años mantiene el carácter firme que siempre la caracterizó. “A mí no me trates de usted, es un término raro que no conozco”. Y comienza a hablar con pasión de las memorias que está escribiendo sobre su estancia en Cuba durante 11 años en plena época revolucionaria.
Margarita Alexandre se inició en el cine como actriz en 1944. “No me inicié, me iniciaron eligiéndome para un pequeño papel, y de ahí vinieron los otros”. Tenía entonces 18 años, era guapa, alta, rubia, y con un porte poco frecuente en el cine español de aquel tiempo. Se había casado muy joven con Juan Melgar: “Acordamos que si el matrimonio no funcionaba, cada uno se iría por su lado. Lo raro no es prometerlo, lo raro es cumplirlo, y él lo cumplió. Era un personaje único”.
Y es que Alexandre, que había quedado fascinada con el cine (“España era un país tremendamente aburrido, y el cine me pareció una cosa interesante”), pensó en dirigir películas, y pasó a trabajos preliminares de script; en uno de ellos conoció a Rafael Torrecilla, ayudante de dirección, con quien mantuvo relaciones hasta que él murió en 2005. Ambos crearon una productora para dirigir sus propias películas, y en 1954 rodaron Cristo, un largo experimental sobre la pintura: “No queríamos hacer un documental sino contar una historia, y como uno de los personajes más pintados a lo largo del tiempo es Cristo, la hicimos sobre él”.
En 1944 España era un país tremendamente aburrido, y el cine me pareció interesante
Luego se embarcaron en La ciudad perdida en coproducción con Italia: la historia de un comunista que regresa a España clandestinamente para una misión. En la versión italiana cambiaron hasta el título, Terroristas en Madrid. “En España la censura la machacó no porque él fuera comunista, sino porque tomaba como rehén a una mujer para protegerse y ella iba comprendiendo que se trataba de un hombre normal, sin cuernos ni rabo, y una española no podía pensar así. La censura reescribió los diálogos de La ciudad perdida y así pudo estrenarse”.
Su tercera película, La gata, fue la primera en Cinemascope que se rodó en España. “Toda una aventura, los americanos creían que estábamos locos”, recuerda Alexandre, que también se refiere a las dificultades de rodar en Andalucía: “Nos estuvo lloviendo quince días seguidos; cuando salió el sol, uno que tenía un papelito pequeño pero fundamental para la escena no aparecía, y cuando se presentó dos horas más tarde le arreé una bofetada de la que siempre me arrepentí pero que me salió del alma”. Mujer de carácter. Años después, estando la pareja en París vieron que La gata se proyectaba en un cine porno: “Era increíble. Habían intercalado en la secuencia del pajar con Aurora Bautista y Jorge Mistral imágenes ajenas con un muslo por acá, un seno por allá, un revolcón… Estuvimos pensando si poner un pleito pero al final la cosa se quedó como estaba”.
El problema que tenían Torrecilla y Alexandre era que “en aquella España” no podían mantener su relación. “Mejor dicho, podíamos tenerla pero no conviviendo, y yo nunca he sido persona de tapadillo. La solución fue coger el avión y marcharnos fuera”. Aunque querían ir a México acabaron en Cuba en 1959, en pleno estallido revolucionario con el que ella se quedó deslumbrada. Y se puso a colaborar en la creación del nuevo cine cubano. “No había costumbre de producción de cine, por eso me llamaron y con amor revolucionario dije que si. Yo creo que les parecía una loca pero nunca me sentí extranjera en Cuba”. Organizó la producción y colaboró en el guion de La vida comienza ahora, la primera película de la revolución, a la que siguieron muchas otras. “Todos querían rodar conmigo. Aunque soy dura en los rodajes, me adoraban… Es suerte, al final la vida es suerte”.
Mi relación con el cine es una historia de amor, con el cine y con las gentes del cine
Pero un día la mandaron llamar: “Me dijeron que yo no podía hablar en las asambleas porque era personal dirigente, una clasificación en la que nos habían metido al director, al fotógrafo y al productor. Respondí que me sentía una mujer libre y que diría lo que me pareciera conveniente. Yo quiero mucho a Cuba y admiré mucho esa revolución pero no pude dejar de ser crítica porque es mi manera de funcionar. Total, que me echaron del Instituto del cine y me metí a organizar el Teatro Musical de La Habana. Ahora, cuando he ido a Cuba con un director vasco que está haciendo un documental sobre mí, me han recibido como a una estrella de Hollywood, con un gran ramo de flores”. Y dice con firmeza: “Mi relación con el cine es una historia de amor, con el cine y con las gentes del cine”.
“Luego, viviendo ya en Italia, por medio de un fraile de Montserrat conocimos a unos etarras que habían escrito un libro, Ogro, sobre la voladura de Carrero Blanco, y buscaban financiación para editarlo. En París nos pusimos en contacto con el director de Ruedo Ibérico, un editor magnifico pero que nunca tenía un duro, y Rafa y yo acabamos financiando el libro”, que luego se convirtió en película. “Alguien debería escribir la historia de Operación Ogro antes de que yo estire la pata: cuando le ofrecí a Pontecorvo el libro cogió un subidón y quiso dirigir la película inmediatamente. Sin embargo, estuvo trabajando con varios guionistas y se prolongó tanto preparándola que Franco se murió, y Pontecorvo se encontró ante un dilema: él iba a hacer una película contra un dictador pero como eurocomunista italiano ya no la quería hacer con él muerto porque podía convertirse en una defensa de la lucha armada. Empezó a darle nuevas vueltas al guion y el resultado acabó no gustándoles ni a unos ni a otros…. Habría que escribir un pequeño libro sobre las vicisitudes de la película y por qué no cuajó”.
Ella está ahora inmersa en sus memorias de Cuba. El cine quedó aparcado tras intentar que Buñuel adaptara la biografía de Ian Gibson sobre Lorca (“Me dijo que era lo mejor que había leído nunca sobre Lorca, pero al final no se decidió”) o de rodar en Venezuela una novela de Uslar Pietri sobre un gran amor de Bolívar (“Pero no la pude hacer porque me ponían de supervisor a un general y la condición de que no se viera a Bolívar”) o de su aventura intentando sacar de España una copia de Canciones para después de una guerra, cuando estaba prohibida (“Me la requisaron en la frontera y estuve varios días detenida”).
Ya tenía costumbre Margarita Alexandre de situaciones de riesgo. Aún viviendo en Cuba le organizaron un viaje clandestino a España (“Muy bien organizado”) donde recuperó a sus dos hijos adolescentes: “Los saqué de España sin papeles ni nada. Y salió bien, hubo suerte, fue una osadía mía pero hubo suerte. La vida es cuestión de suerte”. Y de coraje, Margarita.
Babelia
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