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El mal de la vigilia

La voz de Watanabe se apagó pronto, pero todo se ilumina al volver a su poesía generosa

Watanabe visto por REP
Watanabe visto por REP

Hace 70 años nació en el pueblo peruano de Laredo uno de los poetas mayores del continente americano. Aunque un poeta —me corrijo— no es un lugar, sino una lengua; entonces: hace 70 años nació para el castellano el gran José Watanabe. Tuvo una vida tan fugaz como el hielo expuesto a los rayos que derretían su poema El guardián del hielo. “Ama rápido, me dijo el sol / Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino / a cumplir con la vida”.

Pero la existencia no debiera contarse en años, sino en visiones. Y si así fuera, la suya fue generosa. No sólo con él, sino con nosotros. “Tiendo a la noche”, escribió, implicándonos en el insomnio. Y parece extraño saber de su boca que vivía de noche, con el espacio corrido, porque hay mucha luz en su materia.

Leer su Poesía completa nos enfrenta a su manera particular, un modo físico, de mirar el mundo. Porque Watanabe no sólo ve, vuelve táctiles las palabras, “Hubiera querido inscribir mi poema en todo el paisaje / pero mi ojo, arbitrariamente, lo ha excluido / y sólo vuelve con obsesiva precisión / a aquel bello y extremo problema de texturas: / el muslo contra la roca”, escribe en Mi ojo tiene sus razones. Poeta que disecciona el plano y se centra en dos ideas que conviven en su extrañeza, el muslo y la roca. De ella se guarda el detalle.

Nacido de un japonés emigrado a Perú que leía entre gallinas haikús de Basho y de una madre difícil, dos hermanos muertos lo antecedieron. En una de sus últimas notas, concedida a la escritora chilena Andrea Jeftanovic en 2007, para la revista Quimera, José Watanabe contaba hasta qué punto la muerte nacía a diario en su infancia en boca de su madre. “Me decía: ‘En ese rincón, en esa silla pequeña se sentaba tu hermanito de tres años, era muy blanco, tenía una vena azul en la frente, era castaño, y al sol su pelo era aún más castaño. Antes de morir estaba sentado ahí’. Los idealizaba mucho, ‘el sol los hacía brillar”. Empezar el mundo con la síntesis y la muerte como asunto cotidiano parece haber dejado un contraste en su poesía, entre el pudor y la pena. Mejor la noche, amparo en la oscuridad, con el mundo en silencio para hacer trepidar las palabras.

Se inicia en la escritura conÁlbum de familia (1971) para enfrentar 18 años después un libro estremecedor, El huso de la palabra (1989). Torcedor texto donde confluyen su propia enfermedad, el decaimiento y la delicada observación con la que oscilan otros seres, tan capitales como su dolencia. “Aquí está todo muerto, sólo el aire / gira levemente vivo / pero a veces se agita y mueve las plumas y las pieles / y por un segundo nos hace creer en movimientos más ostensibles / donde el águila carnicera devore al petirrojo indefenso y sólo bello / o la pantera complete su salto sobre el anca de la gacela”.

Watanabe continúa con Historia natural (1994): cauces secos, orugas y esqueletos. La belleza en la instancia original de su descomposición. Así, describe en Camposanto la rebelión de la naturaleza frente a la ceremonia del muro corrompido: “Las grietas y el desprendimiento del revoque / le han dibujado duras facciones casuales / y la columna es un ángel marcial y mutilado de alas / un resentido”. Cierra el libro con un poema perturbador, titulado ‘Arte poética’: “La palabras, o mejor, las vampiro / ya vienen volando con lujurioso suspiro / Pronto serás tú, entre gozoso y aterrado / el mamado”.

En Cosas del cuerpo (1999) hay animales y órganos secretos, úteros que humean, bocas, miedo, lechugas, reinas doctas y cuevas: “En este mundo pétreo / nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo / y me tocaré / y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña / sabré / que aún no soy la montaña”.

La piedra alada (2005) y Banderas detrás de la niebla (2006) son sus últimas tentativas antes de que se derrita el hielo y caiga para él la noche. Pero es sabido, la luz refulge otra vez, cada vez que volvemos a su poesía. El mal de la vigilia se enciende leyendo.

Poesía completa. José Watanabe. Pre-Textos. Valencia, 2013. 264 páginas. 23 euros.

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