Padre e hijo, entre rejas
En La perrera (Dog Pound) (2010), película notable que tuvo un discreto estreno español hace unas temporadas, el francés Kim Chapiron proponía una suerte de remake inconfeso de Scum (1979), la cruda película carcelaria de Alan Clarke que hoy se considera un auténtico punto de inflexión en el realismo británico y su tratamiento de la violencia. El recuerdo de Scum también palpita bajo las imágenes y el tenso tono, ejecutado con cámara nerviosa frecuentemente pegada a su indomable protagonista, de Convicto, último largometraje del escocés David MacKenzie, cineasta cuya capacidad de riesgo revelada en la muy turbia Young Adam (2003) sigue cristalizando en una trayectoria llamativa pero aún necesitada de reconocimiento y atención crítica. MacKenzie, Peter Strickland y Ben Wheatley son tres manifestaciones distintas de un muy alentador relevo de sensibilidad generacional en el último cine venido de Reino Unido.
CONVICTO
Dirección: David McKenzie.
Intérpretes: Jack O'Connell, Ben Mendelsohn, Gilly Gilchrist, Frederick Schmidt, Darren Hart, Edna Caskey.
Género: drama. Reino Unido, 2013.
Duración: 106 minutos.
Gran triunfadora en los Bafta escoceses, Convicto se centra en la figura de Eric Love —Jack O'Connell, tan espléndido y convincente aquí como en la reciente 71—, un joven prematuramente trasladado del reformatorio a una cárcel adulta donde se reencontrará con su propio padre, reo de larga duración que parece formar parte del propio mobiliario penal —sensacional Ben Mendelsohn, capaz de transpirar peligro y dolor bajo una inestable coraza de dignidad—. Con un guion de Jonathan Asser basado en sus propias experiencias como terapeuta penitenciario, Convicto combate tópicos, brilla en el manejo de la violencia latente y sólo se le vislumbran los arquetipos bajo los sólidos personajes en su algo exasperado tramo final.
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