Lo que ocurre cuando no eres carne de cañón, ni de nada
Secun de la Rosa lleva 25 años montando obras de teatro dentro del cicuito independiente, pero las circunstancias han hecho que pase desapercibido, hasta ahora
Hace cuatro décadas que Secun de la Rosa iba a cocoleta con su padre. Cuatro décadas desde que su madre llenaba la nevera de pescado y verduras frescas cuando llegaba, después de un sinfín de horas, de trabajar. Creció en el barrio de La Guineueta —ahora Canyelles—, el humilde extrarradio de Barcelona que en los sesenta empezaron a poblar migrantes de Extremadura y Andalucía. Y, con apenas 18 años, se plantó, como un inconsciente, en Madrid.
Llegó como llegaba cualquiera al Madrid de los 90. Fascinado y perdido en una ciudad en la que todavía coleteaba la movida. Ahí empezó. Sin saber quién era Chejov, ni Ibsen. “Ni nadie. Llegué obsesionado por ser actor como a quien le da por ser astronauta”, apunta frente a una caña en un bar al lado del Teatro La Latina. “Le doy vueltas a eso últimamente. Desde que me puse a estudiar con Cristina Rota han pasado 25 años. Y ya en el 92 empecé a montar mis obras”. El paso del tiempo es, en este momento, un pensamiento recurrente en la mente del actor, director y dramaturgo.
Es precisamente su lado de autor, el menos conocido, lo que en este momento lo tiene más ocupado. El disco de cristal —una revisitación de El zoo de cristal de Tennessee Williams—, su última obra, está desde el pasado 6 de marzo en la Sala Off del Teatro Lara los viernes y los sábados. Una pieza con la que según él, le llega el “reconocimiento”. Quizás sería más exacta la palabra conocimiento. A Secun de la Rosa (Barcelona, 23 de diciembre de 1969) le miran por la calle por ser una de las caras de la serie Aída, o uno de los actores de Días de fútbol.
Detrás de esa máscara cómica en el imaginario general del público español hay alguien que lleva dos décadas, también, detrás del escenario, en eso que ahora llaman teatro off, o teatro indie, o teatro alternativo. Luchando en un sector en el que la supervivencia es una batalla que comienza con cada proyecto, una y otra vez. Invirtiendo, escribiendo, probando. Siendo independiente, que antes significaba “con pocos recursos” y hoy es tendencia. “No, no todo el mundo lo sabe. Mis compañeros de profesión, mis amigos, ellos sí. Pero el público en general, no, eso es cierto”.
La cuestión es que Secun de la Rosa está echando un vistazo al pasado, y precisamente en este instante, cuando ese grano a grano de cigarra durante 20 años empieza a tomar peso, él cree que lo mejor es parar: “Es quizás mi obra más autobiográfica, la que más alegrías me está dando como dramaturgo pero tengo el sentimiento de tener que despedirme”. Apostilla que eso no quiere decir que mañana no se suba a una lata de refresco en la calle para hacer un monólogo improvisado, pero con 45 años, es momento de subirse a otro tren. “Es raro, pero creo que es consecuencia de cómo me siento, de todo este tiempo”.
El actor llegó a Madrid para buscarse la vida: “Sin un duro. Yo no era carne de cañón de nada, venía de una familia humilde, y mi única opción era aprender, absorber todo lo que pudiera e ir creciendo”. Estudió en la escuela de Cristina Rota durante cuatro años en los que no faltó ni un solo día. Mientras, recogió vasos en la Sala El Sol de 02.00 a 07.00, se metió en todos los laboratorios, cursos y talleres gratuitos que veía para seguir aprendiendo, y consiguió no perderse en la noche de Madrid. “Algo que podría haber ocurrido, ¿por qué no? Como tantos otros que se comieron todos los pollos del mundo”.
Para él, aquellos cuatro años fueron definitorios. “Pasé de ser un ser absolutamente bloqueado a poder ir a casa de alguien a cenar. El teatro cambió mi vida, me cambió por completo. Mi nivel de torpeza era total. No sabía hacer nada, y cuando digo nada es nada”, lo cuenta serio. Él, un joven que se inventaba que sus padres eran abogados o que había tocado en un grupo de música en Barcelona para encajar, empezó a leer, a aprender y a vivir. “Y según aprendía más, dejé de inventar fantasías, por fin un día pude aceptar mi yo normal”.
Fue en el taller de análisis de textos, con Milagros Viñas, donde todo terminó de tomar forma. “Se me abrieron las puertas de todo un mundo. Descubrí lo que era el darse cuenta, las tramas, las líneas de pensamiento… todo encajaba”. Y ahí supo que no había elegido mal, era lo que quería ser. Los sketches empezaron a ser cada vez más largos, después intentó saber qué quería contar, cómo contarlo y las “cosas maravillosas”, como él las llama, comenzaron a ocurrir: “Fernando Arrabal me cedió los derechos de uno de sus trabajos junto a Alejandro Jodorowsky, Fando y Lis; con Animalario dirigí uno de mis primeros montajes y esa gente a la que admiraba y admiro empezó a llamarme”.
Su cara empezó a ser conocida y reconocible. Y siente que, por eso mismo, tiene que cuidar su teatro. Ese pequeño niño mimado al que lleva alimentando un cuarto de siglo: “El monstruo de la fama te puede pillar por cualquier lado, a mí me pilló en la comedia con personajes muy característicos. Y lo que hice, y hago, como buen tonto teatrero, es gastar lo que gano en los capítulos en montar una obra”.
Cree que está en tierra de nadie y quiere para y decidir desde dónde seguir. “Está muy bien investigar y trabajar por amor al arte, pero hay que frenar. Hasta hace cuatro años yo tenía la sensación de que podía hacer lo que quisiera porque nadie se iba a dar cuenta si me equivocaba. Creo que ya no me lo puedo permitir”. El disco de cristal le ha permitido, como actor y director, hacer algo que le ha movido las entrañas; pero ahora toca otra cosa. Alguien le ha dicho hace poco: “Secun, sueña, escribe y lo montamos”. Y otra cosa no, pero en eso es extremadamente ducho. Lleva soñando, escribiendo y montando 25 años.
'El disco de cristal'
La última obra de Secun de la Rosa nació por una petición de Alberto San Juan para Teatro del Barrio. "Me dijo que montara algo pequeño para representar un jueves por la noche, y hasta aquí ha llegado, a ser una obra con entidad propia". El espacio creativo Lanau, en Madrid, acogió los ensayos de esta obra que ahora se representa en la Sala Off del Teatro Lara los jueves y sábados.
El disco de cristal es el texto del que más orgulloso se siente de la Rosa. En esa pieza todo ha encajado: el qué, el cómo, la forma y el fondo. Alrededor de la historia de Tomy Tomas, un antiguo cantante melódico desfasado de casi cincuenta años que en su momento soñó con ser artista y que emigró con su familia desde Andalucía a Barcelona, está la propia historia de Secun. Ha hurgado en el pasado, en los recuerdos y lo ha unido a un presente común a muchos ciudadanos que, en su momento, migraron en busca de un futuro mejor.
Tal y como él explica: "Quería unir la tragedia del heroe anónimo que ha fracasado en lo más íntimo pero que pese a todo sigue adelante en el día a día y encuentra en los deseos de los demás, de los hijos en este caso, el motor para sobrevivír y sobrellevar ese fracaso. La tragedia sería insoportable si no apareciese a cada instante esa ráfaga de alegría en forma de diálogos divertidos, música, situaciones cómicas y momentos tiernos. La familia, la búsqueda de la dignidad, el trabajo, la lucha por el éxito, las reflexiones sobre la vida, los recuerdos de un país que ya no existe, son algunos de los temas que fluyen por la obra entre risas y momentos emotivos que van dejando un poso hasta llegar a un final inevitable".
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