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EXTRAVÍOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Maastricht

En nuestra revolucionaria era, que trocó el pasado por el futuro como fuente de prestigio, el anticuario, experto o comercial, se convirtió en una estrambótica ave

Imagen de la feria de anticuarios de Maastricht.
Imagen de la feria de anticuarios de Maastricht.AFP

Desde 1978 se celebra, en la estratégica ciudad holandesa de Maastricht, la más importante feria de anticuarios del mundo. El término “anticuario” se aplica hoy, como es sabido, al comerciante en objetos antiguos, aunque tradicionalmente era conocido como tal, sobre todo, el experto en las obras de arte de la Antigüedad clásica grecorromana. Pero, en nuestra revolucionaria era, que trocó el pasado por el futuro como fuente de prestigio, el anticuario, experto o comercial, se convirtió en una estrambótica ave, cuyo demasiado alargado vuelo se escapaba a nuestro estrechado visor solo apto para captar novedades, sin reparar en que lo fatalmente propio de la innovación es convertirse, una vez instantáneamente consumida, en antigüedad, con lo que, a cada vanguardia que pasa, se ensancha el vientre insaciable de lo anticuario. En este sentido, girando una vuelta por la última feria de Maastricht recién clausurada, en la que se entremezclan no solo productos de todas las épocas, prehistóricas, primitivas, históricas, modernas y posmodernas, todas ellas alardeando de fechas de caducidad, sino también toda suerte de objetos de arte y artesanía, manuales o industriales, suntuarios o populares, sentí, ante este dulce montón indiscriminado, una sensación de ebriedad, que, por un momento, me volvió filosófico. Este arrebato pensativo no fue debido a volver a constatar que lo que llamamos arte no tiene edad y, por tanto, que quienes afirman que les gusta solo el arte tradicional o solo el arte contemporáneo, no les gusta el arte en absoluto, sino, remontando el vuelo, que lo que hace algo digno de ser calificado como artístico es precisamente revalidarse como “pasado de moda”; esto es: el de sobrevivir como una antigualla, puesto que solo así, venciendo el paso de las locuras del día, cualquier cosa, realizada ayer o hace 50.000 años, acredita, ante nuestros pasmados ojos contemporáneos, el don de inmortal. Porque nuestras revoluciones artísticas modernas, sabiendo que el futuro es para nosotros una indescifrable entelequia, se fraguaron siempre buscando ejemplos entre lo cada vez más antiguamente remoto, recusando lo histórico y fondeando con ansiedad ­desesperada entre lo arcaico y primitivo. De manera que el cuño artístico ha estado siempre cifrado en una exigente marcha hacia atrás, hacia el origen. Quizás, porque transportados indeclinablemente por la máquina el tiempo, el anhelo humano fundamental sea bajarse de ese infernal automóvil del progreso para acomodarse en un paraíso donde, en efecto, no pasa nada. Así, meditando, mientras paseaba por entre los amenos pasillos de la edición de 2015 de la feria de Maastricht, requerido por el fulgor de estos objetos heteróclitos de cualquier edad pasada, que incluye hasta lo realizado el día anterior, me encontré como nunca en la intemporal senda del arte, cuyas huellas nos adentran en la noche de los tiempos. Desde luego que allí no había una sola cosa que tuviera la menor utilidad o, cuando la tuvo, se ufanaba por haberla perdido. Pues en esto consiste su valor: ¡raudales de talento empeñados en la fabricación esmerada de objetos que no sirven para nada más que celebrar el ingenio y la habilidad humanos, para revalidar nuestra libertad de pensamiento y acción, nuestro sentido lúdico, nuestra capacidad de gozar, nuestra infinita diversidad! Es cierto que todos tienen un precio, pero, entre las miserias del mercado, me quedo con la reflexión que hizo Walter Benjamin para definir lo que era un auténtico coleccionista: aquel cuya irrefrenable pasión le lleva, cueste lo que cueste, a retirar provisionalmente el objeto amado de la circulación comercial, para luego, en su intimidad, preguntarse por qué lo ha hecho. Y, ante esta maravillosa interrogación, no importa que los demás te consideren antiguo.

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