Antígona: buceando a pulmón
Me cuenta: “Recuerdo el aire de irrealidad que nos rodeaba cuando murió mi hermano. Las calles eran las mismas, la luz era la misma, la misma familia, pero había algo suspendido en un tiempo que no pertenecía a la realidad. Ese es el espacio de enajenación donde creo que pasa Antígona y que me gustaría alcanzar en escena”.
Me encuentro con Miguel del Arco, que anda zambullido (nunca mejor dicho) en los ensayos de la tragedia que estrenará en La Abadía. Andrés Lima, Alfredo Sanzol y él han creado el Teatro de la Ciudad, y la última semana de abril despegan con Medea (Lima), Edipo rey (Sanzol) y Antígona (Del Arco). “Se nos ocurrió hacer algo los tres juntos, buscar un espacio y montar tres obras que de algún modo dialogaran entre sí. Tragedias, perfecto. Tragedias como origen del teatro. Isra Elejalde me enseñó una estupenda frase de Roland Barthes: ‘La tragedia es un largo grito ante una tumba mal cerrada’. Los griegos veían la tragedia y la filosofía como el arte de aprender a morir. Tenían una relación mucho más sana y directa con la muerte que nosotros”.
Del Arco me recuerda a Scorsese porque hablan igual, lanzando ideas, planes e historias como una ametralladora. Esto son notas muy resumidas de una larga conversación. “Yo creo que las tragedias no son realistas. Tienen mucho de espacio mental. Arranco la función con el cadáver de Polinices diciendo palabras de Edipo en Colono: ‘Hermana, si alguna vez cayera, te pido el don de la tumba para que no me dejes en el campo de batalla’. Antígona sueña con su hermano muerto, mientras se escucha a una jauría de perros devorando el cuerpo”.
Antígona es Manuela Paso, que ya había mostrado una formidable intensidad trágica en La función por hacer. Ismene es Ángela Cremonte, a la que todavía no he visto en teatro. Raúl Prieto es Hemon. Cristobal Suárez es Tiresias. José Luis Martínez es el guardián. Sílvia Álvarez es el mensajero. Y Creonte es Carmen Machi. “No convierto a Carmen Machi en un hombre: su Creonte es una mujer que manda. Hemon la llama madre, y el careo entre ambos es mucho más doloroso. Si comparas lo que dicen Antígona y Creonte ves que ambas están obcecadas pero sus razones son muy poderosas, y por eso es tragedia. Ismene también tiene razón: comprendemos que baje la cabeza, porque le va la vida. Al principio dice ‘No quiero seguir siendo digna heredera de la estirpe de Edipo’. Elige acatar porque quiere vivir. Incluso Tiresias, que es el portavoz de los dioses, no vaticina nada de una forma mágica sino desde el sentido común”.
Hablamos de la velocidad de la tragedia: Antígona arranca en punta, justo una hora después de la muerte de los dos hermanos, y la rueda ya no para. Y de la pregunta capital: ¿qué puede decirnos hoy, cómo puede tocarnos?
“Todos están bajo un enorme peso, como si tuvieran que bucear a pulmón: creo que esa es la clave de nuestro trabajo. Lo fundamental es que el espectador pueda decirse: ‘¿Qué haría yo en esta situación?’. En Antígona hay una especie de sistema intuitivo de la moral, de lo que está mal y lo que está bien. Por eso no he querido actualizar o reubicar el texto: los conflictos son muy próximos. Y son eternos”.
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