El negro Van Gogh de los mineros
El pintor holandés abandonó su idea de ser evangelista para decantarse por el arte
Corre el año 1878. Una cabaña de dos alturas con tejado a dos aguas, típico de la región del Borinage, cuenca minera entre Francia y Bélgica, y un camino empedrado. Es un dibujo pequeño, muy plano, casi sin perspectiva. Podría decirse que trazado por cualquiera. Y muy gris, como la mayoría de los días en esta región del norte de Europa. Se trata del Café Au Charbonnage, el primer dibujo conocido del artista Vincent van Gogh (Zundert, 1853 -Auvers-sur-Oise, 1890) que ahora se expone, junto a más de 160 obras del holandés en la pequeña ciudad valona de Mons.
Esta urbe belga, de poco más de 93.000 habitantes y actual capital de la cultura europea, conmemora el 125 aniversario de la muerte del creador con una exposición clave: el momento en que, sorprendido por la miseria de la zona minera de Borinage, perdió la fe y abandonó la idea de ser evangelista protestante para convertirse en uno de los maestros del posimpresionismo y uno de los pintores más cotizados.
“Esta exposición está más enfocada a lo que le movió a convertirse en artista durante sus dos años en Borinage que en la propia evolución de su técnica”, sostiene el comisario Sjraar Van Heugten, que fue director del museo Van Gogh de Ámsterdam, donde se concentra la mayoría de sus obras. Van Heugten conoce bien la vida del artista y lleva estudiando esta etapa triste y oscura desde 2008.
Llama la atención al visitante la curiosa perspectiva que tenía Van Gogh en esta etapa y la evolución en el colorido de sus obras, del gris carbón de las minas de Mons al amarillo omnipresente en sus pinturas más tardías.
El Museo de Bellas Artes de Mons (BAM, por sus siglas en francés) acoge hasta el 17 de mayo esta muestra que, dividida por temas, deja patente la personal técnica que va adquiriendo el artista en sus inicios. Cabañas, campesinos, telares y minas constituyen los escenarios de sus cuadros y dibujos en los cuales se aprecia su cambio no solo en el trazado y el material —del lápiz al pincel, de la acuarela al óleo—, sino del colorido y la proporción deformada tan característicos de Van Gogh.
Además, esta pequeña pero valiosa exposición ofrece siete de las 652 cartas que el pintor y Theo, uno de sus seis hermanos menores, se escribieron entre diciembre de 1878 y octubre de 1880. Pluma de tinta negra. Puño firme y letra elegante, algo inclinada y minúscula. Las cartas, de las que solo se conservan las escritas por Vincent gracias a que Theo las guardó, están redactadas en holandés y francés. “Eran políglotas: hablaban también alemán e inglés”, explica una guía de la muestra.
En los dos pisos del recorrido expositivo se explica cómo se hizo artista. Después de innumerables idas y venidas por Europa (Londres, Bruselas, Ámsterdam, París) necesitó la ayuda económica y moral de Theo para aparcar definitivamente la evangelización, coger el lápiz y comenzar a retratar a los monteses en el entorno minero y rural del siglo XIX, cuando Bélgica estaba a la cabeza de la industrialización mundial tras Gran Bretaña. De esta forma, se le bautizó entonces como “el Cristo de los mineros de carbón”.
Un cristo que sufrió su propio calvario. Van Gogh falleció joven. Sufría episodios de locura transitoria —lo que hoy se diagnosticaría como bipolaridad— que le llevaron a internar voluntariamente en el hospital psiquiátrico de Saint Paul de Mausole, en la Provenza francesa. A los 37 años se pegó un tiro en el pecho. Murió dos días después.
La vida de Van Gogh como artista fue muy corta y jamás conoció el éxito. Solo pintó durante la última década de su existencia. Y de los cuatro años finales proceden las obras que hoy ocupan las más prestigiosas salas de museos y galerías de arte de todo el mundo. Sus inicios más oscuros quedaron ocultos tras el estallido de color. Esos dos primeros años de transición entre un evangelista frustrado y un artista incipiente han regresado ahora a donde todo empezó: Borinage.
Una impoluta capital europea de la cultura
“Figúrate una enorme cafetera flanqueada encima del vientre por cuatro teteras menores. Sería una cosa fea si no fuese grande. La magnitud la salva”. La descripción que hizo el célebre escritor Víctor Hugo (1802-1885) del llamado Beffroi —torre de vigilancia— de Mons a su esposa Adèle durante un viaje en 1837 por Bélgica es, sin embargo, el orgullo de todo montés. Esta pequeña gran ciudad, a tan solo una hora en tren al sur de Bruselas, es este 2015 la capital de la cultura europea junto con Pilsen, en República Checa.
Ostentar el título, que otorga la Unión Europea, no solo significa patrocinar una localidad sino disponer de una infraestructura sostenible para mantener cada evento y acoger a los visitantes. La Comisión Europea “premia” a las ciudades ganadoras con 1,5 millones de euros para desarrollar el proyecto y tenerlo todo a punto. San Sebastián (España) y Wroclaw (Polonia) disfrutarán de esta financiación el año que viene.
Mons, una unión de 19 aldeas que nació rodeada de minas de carbón, está impoluta. Los dorados de la punta de los tejados relucen y las atracciones turísticas, como la imponente colegiata de Santa Waudru, los recorridos guiados por la ciudad (en varios idiomas), el Ayuntamiento de 1456 —el único gótico de toda Valonia— y las conexiones en tren o autobús con otras ciudades de la región, funcionan a la perfección.
Desde 1930, cuando fue trasladado desde Bruselas, Mons cuenta con el privilegio de acoger el Mundaneum. Se trata de más de 12 millones de fichas que engloban la vasta documentación mundial. Paul Olet lo comenzó a crear en 1910 y quería que la ciudadanía pudiera tener algún día acceso a él desde sus hogares. Se le considera uno de los precursores de la enciclopedia.
Esta pictórica ciudad tres veces amurallada acogerá hasta el próximo diciembre más de 300 actividades relacionadas con el cine, la literatura, la música, la ciencia y la pintura. Las calles estrechas y adoquinadas de Mons, su Grand Place —típicas de Bélgica— y tejados en escalera del siglo XV dejan claro el carácter histórico de esta urbe de unos 93.000 habitantes.
Al mismo tiempo, el moderno Museo de Bellas Artes (BAM, en sus siglas francesas), la pasarela de la estación de tren (aún en construcción) diseñada por el español Santiago Calatrava y el inmenso palacio de Congresos al otro lado de las vías del ferrocarril que durante el siglo XIX prácticamente solo transportaba carbón, dan un aire de vida a esta ciudad, históricamente minera, que merece la pena visitar, como hizo Víctor Hugo en el verano del año 1837.
Babelia
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