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Los hijos tóxicos

La primera novela de la escritora de cuentos Samanta Schweblin es una inteligente variación del tópico del “monstruo exterior igual a monstruo interior”

Que lo verdaderamente monstruoso es la naturaleza, la de afuera y la humana, es algo a lo que nos ha acostumbrado el terror clásico: el bosque y la selva funcionan como escondite de lo reprimido por la razón y los hijos son el comienzo de la extrañeza. Así, donde creíamos encontrar seguridad, en el mundo y en el tiempo, hallamos la advertencia de nuestra extinción. La primera novela de la escritora de cuentos Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es una inteligente variación del tópico del “monstruo exterior igual a monstruo interior”, algo que la relaciona con una corriente de la narrativa latinoamericana atenta a dar el golpe de gracia al discurso colonial de la inocencia del paisaje. Amanda y su hija pequeña pasan unos días en el campo en una casa alquilada a Carla, una atractiva mujer cuyo hijo, David (siempre según la versión de Carla), después de intoxicarse bebiendo agua de un arroyo y tras una curación ritual, perdió la mitad del alma. Dentro de esa clave improbable el lector participa de una historia que tiene mucho de alucinación: a partir de la conversación entre Amanda y David, un niño con inquietante voz de adulto, reconstruimos el momento en que Amanda pierde la “distancia de rescate” con la que protegemos a nuestros hijos (“esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”).

Distancia de rescate es un relato (mejor que una novela) que comparte con los del anterior libro de Schweblin, Pájaros en la boca (Lumen, 2010), un estilo poético a fuerza de sustraer lo accesorio, la visibilidad de su escritura y la confianza en que el tema de un cuento se halla en la perspectiva desde la que se narra. En este caso un diálogo de dos voces inquisitivas, un adulto y un niño transmutados (es el niño el que sabe y el adulto el ingenuo), y aislados en un lugar confuso que nos cuidamos de desvelar en esta nota. Y aunque la habilidad de Schweblin para manejar una perspectiva tan compleja es manifiesta, lo forzado del punto de partida y el apoyo en una escritura minimalista de época, hacen que el relato sea demasiado insistente cuando uno adivina el desenlace (porque apuesta demasiado al giro argumental). No obstante, son muchos los aciertos de esta variación sobre un tema inmunológico: el enemigo llegado de afuera (el virus, el elemento tóxico) es a la vez lo más natural. E incluso pone en duda la pervivencia de una estructura de nuestro imaginario del peligro, porque al emparentar sutilmente las plantaciones de soja transgénica con el temor a la deformación, física y moral, de la propia descendencia, Schweblin trasciende dos posibles lecturas de su novela (la maternal y la ecológica) y desmonta el concepto de naturaleza. La “distancia de rescate” se transforma en el vulnerable espacio del cuidado del humanismo burgués, una familiaridad con el mundo ya perdida.

Distancia de rescate. Samanta Schweblin. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 124 páginas. 13,90 euros.

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