Cuéntate otra, Manolo
Se ha ido Manuel Ruiz-Castillo, uno de esos tipos que parecía que no iban a morirse nunca
Cuesta creer, pero se ha ido Manuel Ruiz-Castillo, uno de esos tipos estupendos que parecía que no iban a morirse nunca. Salió por el foro justo después de Amparo Baró, y he esperado un poco para despedirle como merece, porque hablar de dos grandes muertos seguidos provoca una considerable tristeza. Aunque Manolo lo pasó muy mal las últimas semanas no perdió nunca la zumba: a una amiga que, por Skype, se le ocurrió soltarle “Qué flaco estás, chico” le contestó: “Ya me gustaría a mí poderte decir lo mismo”. Y es que Manuel Ruiz-Castillo, muy castizo y muy británico, era uno de los grandes del humor español. Baste citar dos de sus cumbres: El extraño viaje, de Fernán-Gómez, que escribió con Pedro Beltrán, y Duerme, duerme, mi amor,de Francisco Regueiro, que firmó con la compañera de su vida, la no menos formidable Esmeralda Adam. Venía de una familia suntuosa. “Yo era un niño bien”, me contaba, “que iba para diplomático, jugaba de maravilla al tenis y me había educado en el Colegio Francés y el Colegio Estudio de Jimena Menéndez Pidal, de los poquísimos laicos y mixtos en la España de los cuarenta. Mi abuelo, José Ruiz-Castillo, era el editor de Biblioteca Nueva. Y mi tío Arturo, que luego fue director de cine, había participado en las Misiones Pedagógicas de la República”.
El teatro tiró más: a los diecinueve ganó el Premio Nacional Calderón de la Barca con Un diablo llamado Leopoldo. Y cuarenta y tantos años después se llevó el Nacional de Teatro de Humor por Eutanasio, que, si no recuerdo mal, fue la obra en la que se basó Duerme, duerme mi amor. Entre una y otra, en 1963 escribió una comedia delirante, a la medida de sus amiguísimos Tip y Coll, El sueño de unos locos de verano, y poco más tarde otra locura, con Carlos Muñiz, llamada Oiga, mire, buena mujer (una de las muletillas favoritas de Tip). Y con Coll adaptó nada menos que A Funny Thing Happened on the Way to the Forum, el musical de Sondheim, que titularon Golfus de Roma. Y, ahora que me acuerdo, también hizo para ellos el guion de La garbanza negra que en paz descanse, su primera (y diría que única) película, que dirigió Luis María Delgado.
A Manolo Ruiz-Castillo yo le debo carcajadas sin tasa, que intenté compensarle promoviendo la publicación de Muchos recuerdos de Tip, las memorias imaginarias (pero muy verídicas) del Groucho levantino. Le debo, por ejemplo, una de las grandes alegrías de mi infancia: un desternillante y loquísimo programa televisivo que se llamó, en su segunda época, La tortuga presurosa, hijo de su antecesor, La tortuga perezosa. Manolo fue uno de los pioneros de los estudios del Paseo de la Habana, y entre 1959 y 1964 hizo muchas series de humor. Aunque, para cumbre cómica, el relato de sus aventuras con Pedro Beltrán y de cómo escribieron juntos El extraño viaje, que recogí en Ronda del Gijón. O la historia de aquel sereno bajito llamado Marcial, que de madrugada les abría a Tip y a él la puerta de un bar, sacaba taburetes a la calle y les servía cubalibres mientras charlaban viendo amanecer. Allí, en aquella calle de un Madrid que ya no existe, imagino a Tip y a Manolo ahora, bebiendo y charlando y riendo. Y al sereno Marcial que, naturalmente, era San Pedro.
Babelia
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