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Netflix sueña con Cuba

El escritor cubano analiza el anuncio de la principal red de televisión en línea del mundo de entrar en la isla, donde el control de la programación es total

Leonardo Padura
Dos espectadoras ven la televisión durante una de las comparecencias de Raul Castro
Dos espectadoras ven la televisión durante una de las comparecencias de Raul Castro

Netflix ha anunciado su llegada a Cuba. Luego del retumbante anuncio del inicio del proceso de restablecimiento de relaciones entre la isla y Estados Unidos, la noticia de que los cubanos con acceso a Internet de banda ancha y tarjetas de crédito internacionales podrán contratar los servicios de la principal red de televisión en línea del mundo, podría ser la novedad más significativa dentro del nuevo panorama político abierto por los dos gobiernos.

No es un secreto que en Cuba la difusión de la información es asunto de Estado. Los medios de comunicación son dirigidos por diferentes instancias oficiales, que responden a la línea política del gobierno. Y la televisión, por su gran impacto y capacidad de penetración, siempre ha tenido una especial atención en cuanto a los contenidos que se difunden desde sus canales y programas.

En la actualidad Cuba cuenta con cinco canales televisivos de alcance nacional, con perfiles definidos. La programación se ha ido abriendo, diversificando, universalizando y los cubanos tienen acceso a una notable cantidad de ofertas generadas en el país o fuera de la isla, y no solo en el caso de las programaciones deportivas, dramáticas, cinematográficas, sino incluso informativas, como es el caso del canal internacional Telesur, del que Cuba es accionista.

La difusión de la información en Cuba es un asunto de Estado

Con mucha frecuencia los cubanos disfrutan en sus pantallas domésticas de productos creados en los propios Estados Unidos y, en ocasiones, con una inmediatez asombrosa, sobre todo en obras cinematográficas, seriales dramáticos y documentales de diversos perfiles. No es raro, por ejemplo, que mientras en los cines de España se están exhibiendo películas nominadas a los premios Oscar, los cubanos ya las hemos visto en la televisión pública, sin pagar un centavo por el visionaje. En este sentido la calidad de la oferta televisiva cubana puede estar entre las más altas del mundo, pues sus programadores tienen un enorme banco del cual seleccionar las obras de mayor calidad estética y conceptual.

El talón de Aquiles para el televidente cubano es, en cambio, su relación con la escasa y en muchas ocasiones poco atractiva producción doméstica, en especial la de más alto consumo: los programas dramáticos. Muchas veces la compleja situación económica que por años ha arrastrado el país limita las posibilidades creativas y técnicas de esa producción, que por lo general muestra sus debilidades desde su mismo origen, los guiones, que rara vez logran ser atractivos y capaces de cumplir con las expectativas del gran público. Así, en el caso específico de las telenovelas, el género dramático contemporáneo por excelencia, el televidente cubano siempre se decanta por las importadas —especialmente las brasileñas— y en mucha menor medida por las de realización nacional.

Sin embargo, es un programa humorístico de factura doméstica el que hoy alcanza los más altos niveles de consumo en el país. Vivir del cuento, que sale al aire los lunes en horario estelar (20.30), consigue no solo esa abultada audiencia, sino que cada semana se convierte en uno de los temas de conversación de los moradores de la isla.

Vivir del cuento podría ser uno más de esos espacios de estampas costumbristas que han existido desde los orígenes de la televisión. Pero las peripecias de sus personajes, encabezados por el anciano Pánfilo Epifanio y su amigo Chequera, se han ido convirtiendo en el reflejo más incisivo de las condiciones de la vida en el país, una crónica muy desembozada de las más descabelladas estrategias de supervivencia que deben practicar muchos cubanos en su realidad cotidiana.

El ICRT se ha sentido legitimado para piratear las series de Estados Unidos

No obstante, pese a la incrementada variedad de la programación televisiva y su casi siempre cuidada calidad estética, una gran cantidad de cubanos muestran su insatisfacción por los productos que reciben y buscan alternativas extraoficiales, como la conexión a antenas que reproducen canales hispanos de Miami y el muy popular “paquete”, un compendio de productos muy diversos —incluidos humorísticos, informativos, deportivos— que no se programan en Cuba y que circula a través de discos duros externos, a un costo de tres o cuatro pesos convertibles semanales (unos 3 euros).

Netflix, con su llegada a Cuba y su archivo de dos mil millones de horas de series y películas, sin duda puede cambiar todo el panorama del actual consumo televisivo en Cuba, y convertirse en el principal rival de los programadores oficiales y extraoficiales… Pero, por ahora, unos y otros duermen tranquilos. Porque aunque los cubanos puedan suscribirse a las ofertas de Netflix si sus parientes en el exterior asumen el pago del servicio… ¿dónde y cómo podremos ver la tercera temporada de House of Cards si bajar por un correo electrónico doméstico un archivo de 4 megabytes es casi una misión imposible y ver un corto de dos minutos en YouTube uno de los siete trabajos de Hércules? Con un acceso al Internet como el que todavía es común en Cuba, acceder a Netflix es como viajar al mundo de Blade Runner.

¡Que viva el embargo!

Mauricio Vicent

Hace ya una década larga un presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), dependiente del Comité Central del Partido Comunista, bromeaba así: “¡Que dure el embargo, que a nosotros nos conviene!”. El choteo venía a cuento por la pregunta ingenua de este excorresponsal sobre cómo era posible que siendo el enemigo imperialista Estados Unidos, un 70 % de las películas de la televisión cubana fueran norteamericanas.

Efectivamente, gracias al embargo durante medio siglo el ICRT se sintió libre y legitimado para piratear cuanta película o serie estadounidense le vino en gana, desde Los Soprano a los últimos filmes salidos al mercado, incluso algunos que acababan de ganar un Oscar, sin pagar derechos ni nada parecido.

Para los cubanos, igual que para aquel expresidente del ICRT, el embargo fue una bendición en este sentido, pues ni siquiera en los momentos de mayor fervor revolucionario las películas soviéticas tuvieron aceptación en la isla. Famosa es la anécdota de un viejo programa infantil en el que el presentador, ante la algarabía descontrolada de unos pequeños, amenazó en pleno programa: “niños, pórtense bien que si no les pongo los muñequitos [animados] rusos”. Por supuesto, el desliz le costó al hombre no hacer más televisión por una larga temporada.

Ahora, si en verdad llegan a normalizarse las relaciones con el antiguo enemigo, algo que más de uno duda —al menos a corto plazo—, la televisión cubana se encontrará ante un dilema espinoso: o pagar derechos inasumibles por los audiovisuales del nuevo amigo americano, o volver a los ladrillos rusos.

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