El soberano, el padre y la devastación del amor
Núria Espert protagoniza 'El rey Lear' en el Teatre Lliure dirigida por Lluís Pasqual
"¡Antorchas!", pide Lluís Pasqual. "Antorchas, antorchas", la voz corre en la sala y entra un grupo de actores portándolas, iluminado el espacio con una luz bárbara, pagana y excitante, un resplandor que nos traslada al reino de El rey Lear, el territorio de la más trágica de las tragedias, ese gran drama desgarrador en el que la consecuencia del amor entre padres e hijos es la más absoluta desolación. "Locura, ceguera, amor y tragedia se amalgaman en un gigantesco desconcierto", describe magníficamente Harold Bloom en Shakespeare, la invención de lo humano (Anagrama, 2002). "¿Bloom?", resopla Pasqual mientras esperamos a que todo esté dispuesto para el primer pase completo del montaje que dirige, protagonizado por Núria Espert (en el rôle titre) y que se estrena el próximo día 15 en el Teatre Lliure de Barcelona (en traducción catalana de Joan Sellent); "espero que hayas leído algo más, él es de los que sostienen que El rey Lear resulta, en su infinitud, irrepresentable, que es una obra que derrota a directores y actores y debemos limitarnos a leer y no a escenificar, lo cual no es muy animoso. Auden, lee a Auden".
Auden escribió que el corazón humano es retorcido como un sacacorchos, algo que sabe cualquiera que se las haya tenido con su padre. De El rey Lear anotó (Trabajos de amor dispersos, conferencias sobre Shakespeare, Crítica, 2003) que sí es representable y que ofrece un retrato insuperable de la naturaleza humana. "El rey Lear es por encima de todo una obra sobre el amor y el desamor, sobre las consecuencias de ambos", explica Pasqual tomando asiento en la platea vacía con un cuaderno sobre las rodillas y un bolígrafo en la mano. "El amor de unos por otros y el desencuentro que produce, el amor decepcionado y la manera en que una chispa prende la ira y el desastre".
"En todo caso", continúa, "para nosotros es un diario ejercicio de humildad, lo que intuyes que hay detrás de esta obra es enorme y nosotros, los actores, este espléndido reparto, y yo, solo somos seres humanos, tan limitados. Hacer El rey Lear es como subir una montaña o recorrer el camino de Santiago. ¡Hay tanto y es tan arduo!".
Se respira en la sala esta noche de, precisamente, el día de Reyes, una atmósfera algo oscura, la propia de la obra y también de esa desconcertada marcha a través de un espeso bosque que caracteriza las últimas sesiones de ensayo de una gran producción, cuando todo va encajando lentamente, las dudas se resuelven, los personajes se materializan y la magia del teatro despunta en el avizorado horizonte del estreno como una promesa de alba.
“Trata sobre la facilidad de destruir los afectos sinceros”, dice Espert
"¡Antorchas!". El pase, el primero sin pausas, arranca. Nos adentramos, musita Pasqual, en un gran poema, como La tierra baldía de T. S. Elliot. El diálogo entre Kent (Ramon Madaula), el abnegado servidor de Lear y Gloster (Jordi Bosch), padre de dos hijos, el fiel Edgard (Julio Manrique) y el villano bastardo Edmund (David Selvas), y en cuya desgracia familiar se espejea la del rey, da paso a la primera entrada de Espert, para la escena del reparto del reino y el desafecto con la hija pequeña Cordelia (Andrea Ros), que desatan la tragedia. Una corona ciñe la frente de Núria Espert. Todos se ponen de rodillas. Es un Lear enjuto, de majestad interna. La rabia se le concentra en los ojos destelleantes y la mandíbula apretada. En un momento ha dado rienda suelta a la ira, ha desheredado a Cordelia, que no responde como él quiere a su exigencia de amor, y desterrado a Kent.
"Todo va de eso, de la facilidad de destruir los afectos sinceros y dar pábulo a la maledicencia y el mal", explica después del pase la actriz. "Y de cómo una vida no es suficiente luego para enmendar todo lo malo que consciente o inconscientemente hemos provocado. Lear no consigue hasta el final encontrarse consigo mismo y enfrentarse a lo que ha provocado con su soberbia y su cólera, y solo porque el autor, benigno, le da una última oportunidad“. Es, recalca, una obra muy triste. "Muestra cómo deshacemos los afectos más profundos, como la soberbia y la mentira prevalecen sobre los sentimientos puros, cómo lo banal, la astucia, la adulación se imponen sobre la verdad de los corazones; es un gran aviso para navegantes". La historia se inicia con un aire de cuento ("había un rey con tres hijas…") para adentrarse en un hiriente discurrir sobre la condición humana. "Acumula capas profundas de dolor, con escenas casi insoportables, viendo como Lear se adentra en la locura como refugio, lenitivo contra el daño, con la culpa martilleando su espíritu. ¿Se pueden llevar más lejos los sentimientos? Creo que no. Es una obra inmensa".
“Las actrices tenemos más valor para hacer papeles que duelen”
El montaje de Pasqual es de una gran sobriedad. Vestuario contemporáneo en general, escenario central (un pasillo) desnudo en el que distintos módulos se levantan del suelo componiendo mesas o montañas, y dos grandes pantallas laterales, sobre el público, que muestran imágenes bellamente desazonadoras, sobre todo de cielos, creadas por Franc Aleu. La atmósfera del espectáculo se apoya en cantos, órgano y percusión en directo.
El pase avanza. Y llega la escena señera en que Lear desposeído, acompañado por el fiel Kent y su enigmático bufón (también encarnado aquí por una actriz, Teresa Lozano, sensacional con su bolsa de plástico en la cabeza para protegerse de la lluvia y que canta y hasta rapea) afrontan la tempestad del acto III, mientras el rey se aboca a la insania. Espert, con el cabello blanco y envuelta en un capote militar asciende, en medio de la niebla, por módulos convertidos en peldaños la montaña de su locura. Al otro lado de la neblina, Pasqual toma notas. "Este pase no lo cortaré, tienen que oírse y verse". Solo ha intervenido un momento, para apuntarle a la Espert una palabra que se le resistía. En la siguiente escena, muy isabelina, brutal, le arrancan los ojos a Gloster, al que guiará luego su hijo fiel Edgard caracterizado de loco. Lear prosigue su via crucis hasta ese final insoportable, con su hija muerta en brazos.
¿Cómo es para una mujer hacer de Lear, el emblema mismo de la paternidad y del poder destructivo del amor paterno?, ¿qué puede aportar una actriz al personaje? "Las mujeres, las actrices, tenemos más valor que los hombres, los actores para hacernos daño”, explica Núria Espert; “ellos tienen otras cualidades, nosotras menos miedo de provocarnos un estropicio interior, no nos reservamos. Eso para un papel como Lear es muy importante". Pasqual lo tiene claro: "He cogido lo mejor para el papel y resulta que es una mujer. En todo caso es un papel que trasciende el sexo. Lo importante son los sentimientos y las emociones de dentro".
La nariz y la majestad
Núria Espert emplea en su papel de Lear una nariz postiza. "Es una pequeña prótesis, minúscula", explica. "Me endurece algo la cara, porque la tengo muy femenina, los pómulos, la nariz. Es algo de lo que en la función ni te das cuenta, idea mía".La majestad del Lear de Espert, en todo caso, procede de dentro. Es un Lear que no atruena. Como el que sugiere hacer Laurence Olivier en On acting (Sceptre, 1989), donde escribe a propósito del papel: "La edad tiene una dignidad, una serenidad y cuando la furia emana de la edad no precisa ser gritada, explota con autoridad". "Eso es", dice Espert que, por supuesto, ha leído el libro, como todo lo que habla de Lear. "Su cólera no precisa de efectismos". A propósito de Olivier, vuelve a lo de la nariz. "A él, a Gielgud, a Richadson les encantaban las prótesis, hoy está demodé, como el maquillaje, pero me iba bien algo que me endureciera. Mi perfil es joven y femenino, lo probamos y funciona".
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