La creativa soledad de Liv Ullmann
La cineasta vuelve a dirigir, 15 años después de su última película, con ‘La señorita Julia’
Hacía 15 años que Liv Ullmann no dirigía una película. Fue Infiel, guion de Ingmar Bergman que la noruega filmó en la casa que el cineasta había construido para ambos en la isla sueca de Faro. El último gran papel de la actriz llegó con Saraband en 2003, telefilme dirigido por Bergman. Desde entonces solo dos cortos como protagonista y dos personajes secundarios en la gran pantalla. “El teatro me ocupa mucho tiempo”, asegura. La sombra de Bergman llega hasta los últimos rincones de la carrera de Ullmann (Tokio, 1938), que sin embargo salta como un resorte cuando oye sombras y Bergman en la misma frase. Mañana cumple 75 años y pareciera que con La señorita Julia, que estrenó el pasado viernes en España, Ullman se alejara del trabajo de su mentor, sino fuera porque el estilo de su puesta en escena, su manera de filmar -tan heladora que arde la pantalla- una pasión amorosa recuerda a la mirada del maestro.
Desde Riga (Letonia), donde el sábado entregó el galardón a la mejor dirección de los Premios de la Academia del Cine de Europeo, la cineasta explica por teléfono –la entrevista acabará entre lágrimas- su versión de la obra de August Strindberg, en la que ha contado con Colin Farrell, Samantha Morton y Jessica Chastain, que se lleva de calle la partida a pesar de que sustituyó en el último momento a la actriz inicialmente prevista, Michelle Williams. “Solo puedo hablar bien de los tres, pero reconozco que Chastain ha sido una maravillosa aportación”. En su versión, Ullmann añade peso dramático al personaje de la cocinera (Morton), que en el drama original no se entera mucho de la noche de pasión y enfrentamiento que viven la hija del dueño de la mansión y su criado. “Strindberg era un misógino, se centra en una lucha de clases, de sexos, en los que claramente desprecia a las mujeres. Yo he tenido que igualar la contienda. Obviamente soy una mujer, debía encararlo de otra manera. Yo hoy estoy sola, entiendo el dolor de la soledad, un sentimiento que invade a gran parte de la sociedad. Creo que cualquier mujer comprende a Julia, y probablemente cualquier hombre. Hoy en día nos falta que hablemos más entre nosotros”. Ullmann escogió La señorita Julia cuando unos productores le ofrecieron la oportunidad de adaptar al cine la obra que quisiera. “Acababa de dirigir en teatro Un tranvía llamado deseo con Cate Blanchett, y Tennessee Williams estaba obsesionado con La señorita Julia. Para mi trabajo indagué mucho en este drama, lo tenía muy presente y además me parecía sencillo trasladarla al inglés y localizarla en una mansión irlandesa en 1880. Me parece que Irlanda y la Suecia original de la obra tienen mucho en común”.
A estas alturas de su vida, Ullman asegura que disfruta mucho más de la dirección que de la interpretación. “Sobre todo la teatral, porque te permite una construcción más intensa y personal de la pieza artística, aunque sea escrita por otro. La colaboración que surge entre diversos artistas es mágica, la búsqueda de ese momento es lo que impulsa mis energías. Creo que he tenido una carrera lo suficientemente larga como para poseer mi estilo propio, como para no pensar en cómo lo haría este o el otro, aunque en algunos momentos caiga en la tentación. Un buen director no debe de pensar en dónde poner el micrófono, sino que tiene que centrarse en hablar: con los actores, con el equipo… Exprimir la creatividad de todos ellos”.
¿Por qué Ullmann se ha centrado en el teatro? ¿Cuestión de oportunidades, que en cambio no le llegan del cine? “Me atraen ambos, pero meterte en una película ocupa un par de años de mi vida, y ya no estoy para perder el tiempo”. La conversación lleva hasta Bergman, hasta dónde se alarga su sombra. “Ni se le ocurra calificarla de sombra. Era luz, inspiración, un maravilloso artista. Este es un mundo de hombres y yo acepté por mí misma recluirme en la isla de Faro durante nuestra relación”. En esos cuatro años, Ullmann, que había abandonado a su familia en Noruega, solo tenía permitido salir un día a la semana de la casa. Acabado el amor y con una hija en común, quedó la amistad y juntos siguieron haciendo grandes películas: en total rodaron diez. “Conocía perfectamente sus sombras, sus celos, sus pasiones y por eso insisto: era un ser luminoso, un artista como no ha habido otro y un gran ser humano”. En la despedida, Ullmann agradece la llamada y pide apoyo para su película. Es entonces cuando rompe a llorar: “Oír palabras amables sobre mi trabajo me emociona mucho. De verdad no es tan habitual”. Curiosa confesión para un mito del cine.
Babelia
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