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CRITICA | MIL NOCHES, UNA BODA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Que el ritmo no pare

En el mundo de esta película no hay tiempo, ni espacio para figuras redentoras, ni tópicos príncipes azules

Angélique Litzenburger en 'Mil noches y una boda'.
Angélique Litzenburger en 'Mil noches y una boda'.

Angélique trabaja en un bar de carretera ubicado en un no lugar de la frontera francoalemana. El tiempo ya no juega a su favor —lleva cumplidos los sesenta años—, pero la noche sigue siendo su aliada, mientras ejerce de party girl, baila en la pista, alienta a los clientes a seguir pidiendo consumiciones y disfruta de la pequeña Arcadia de complicidad que le proporcionan sus compañeras de trabajo. De vez en cuando, la humillación hace acto de presencia, en forma de clientes agresivos que la toman por la prostituta que nunca ha sido o de jóvenes arrogantes que creen estar haciendo un favor a su feminidad otoñal. En el mundo de Mil noches, una boda no hay tiempo, ni espacio para figuras redentoras, ni tópicos príncipes azules, pero sí para posibles complicidades de última hora, para la extemporánea gestión de esa estabilidad siempre postergada.

Su cliente más asiduo y afectuoso, Michel, un minero retirado con la mirada desvalida de un bebé abandonado en un hangar, ofrece la propuesta de matrimonio que ya nadie esperaba a estas alturas. Un cambio de vida cuando quizá lo que menos apetece —y procede—es cambiar.

MIL NOCHES, UNA BODA

Dirección: Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis.

Intérpretes: Angélique Litzenburger, Joseph Bour, Mario Theis, Samuel Theis, Séverine Litzenburger, Chantal Dechuet, Vincenza Vespa.

Género: drama. Francia, 2014.

Duración: 96 minutos.

Ganadora de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes, Mil noches, una boda maneja un material delicadísimo y carga con una historia detrás que hace aún más asombroso el tono del relato que toma posesión de la pantalla.

Angélique Litzenburger, la protagonista, se interpreta a sí misma, rodeada de sus hijos (que también asumen sus propios papeles), uno de los cuales (Samuel Theis) es uno de los tres directores y guionistas que firman el proyecto.

Es redundante subrayar que lo que muestra la pantalla tiene muy poco que ver con un modelo de familia tradicional, pero sí que es necesario insistir en que no hay rastro de ajuste de cuentas en este retrato de familia desestructurada, sino comprensión, profunda empatía con todos los personajes, madurez en la mirada y mucha verdad.

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