Los caminos del español se cruzan en Guadalajara
La FIL ha conseguido poner en contacto a los amantes del libro de toda Hispanoamérica
Uno de los recuerdos preferidos del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince se fraguó alrededor de una mesa que vio correr varios tequilas. Era otoño en Guadalajara. Con él se encontraban Rubem Fonseca, Gabriel García Márquez y Paco Porrúa, el editor que hizo al mundo leer Rayuela y Cien años de soledad. “Tomamos tanto que terminamos recitando en voz alta a Quevedo y a Jorge Manrique. Es una de esas noches formidables que no olvido”, rememora el autor de El olvido que seremos.
En México los caminos de un brasileño, dos colombianos y un argentino-español amantes de las letras solo pueden encontrarse en la Feria Internacional del Libro (FIL), que a lo largo de 28 años ha logrado convertirse en un elemento que cohesiona las diversas manifestaciones culturales de Iberoamérica. “La FIL es un crisol de acentos de una lengua rica hablada por una comunidad de más de 400 millones de personas”, dice Marisol Palés, directora general editorial para América Latina de Grupo Planeta.
“La FIL ha sabido colocarse como una especie de evento panhispánico”, opina Antonio Ortuño (Recursos Humanos, La Fila India), que visitó la primera feria con 10 años, en 1987, obligado por su escuela. “La maestra nos pidió que no nos aceráramos a los libros. Eran para verse, no para tocarse. Estaba preocupada de que nos cargáramos algo”, dice. La educadora fracasó en su advertencia y fue ahí donde Ortuño supo que quería ser escritor. Desde entonces la FIL ha estado íntimamente ligada a su vida. En la de 2004 consiguió editor, en la de 2005 firmó contrato para publicar y un año después fue aplaudido por los lectores de El buscador de cabezas, su primera novela. “He ido puntualmente a todos los días de todas las ferias, a excepción de la de 2001, cuando me casé”, presume.
La experiencia de nueve días, del 29 de noviembre al 7 de diciembre, reunirá en 34.000 metros cuadrados a 653 autores de 32 países y a 1.900 editoriales. A diferencia de otras ferias importantes del mundo, como la de Frankfurt, donde las citas entre los profesionales de los libros se hacen con dos o tres meses de antelación, en México impera la informalidad latina. Los pasillos son los sitios donde se juegan los negocios.
A pesar de la gran cantidad de profesionales del libro – el año pasado fueron 20.400—la venta de derechos no es aún un punto característico de Guadalajara. “Es una feria en la que se prima al público que asiste, que disfruta con los libros y con escuchar a sus autores preferidos”, dice Palés. El año pasado 750.000 personas deambularon por el gigantesco espacio. Es una de las más concurridas en América, solo superada por la de Buenos Aires (1.200.000 personas, pero dura 20 días), y por encima de la de Bogotá (433.000 en 14 días).
“La caracteriza el buen ambiente, la alegría, la vitalidad y la fiesta”, afirma Damián Tabarovsky, que como editor ha llevado a Argentina a escritores mexicanos como Elena Garro y Carlos Monsiváis. Ahora quiere aprovechar ese canal de comunicación interamericano que la FIL abre para impulsar la editorial Mardulce en México, donde busca distribuidores. Lo hace con buenas armas. Bajo el brazo trae el catálogo de Selva Almada, el rostro del nuevo boom literario de Argentina, el país invitado de esta edición.
Además del espíritu festivo, la FIL dibuja un marco para los debates de las añejas obsesiones con el castellano que se tienen en ambos lados del Atlántico. “La relación entre lengua y mercado es el gran tema de estas horas. Guadalajara es una caja de resonancia para estas discusiones”, opina Tabarovsky. “La última versión del diccionario de la Real Academia Española (RAE) quiere dar cuenta de ello. Lo hace de manera errada, sigue pensando que hay americanismos, pero no españolismos”, agrega. Esta edición será una inmejorable oportunidad de tratar el asunto. El martes 2 de diciembre se celebrarán los 300 años de la RAE con una sesión pública de las academias de la lengua y la presentación de la edición 23 de su diccionario.
Sin importar que la ruta comience en la provincia argentina de Entre Ríos; Ourense, en Galicia o Cartagena de Indias, los caminos del español desembocan una vez al año en Guadalajara. El encuentro de escritores, editores, periodistas, lectores y académicos es necesario para que Hispanoamérica se siga entendiendo. Como dice Abad Faciolince: “Si la FIL no existiera tendríamos que inventárnosla. Allí asisten cientos de miles de jóvenes ansiosos por leer y volverse más cultos y sensibles. ¿Qué más se puede pedir?”
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