Ayana Mathis: “Celebro el desbarajuste de la gente normal”
La escritora estadounidense traza en 'Las doce tribus de Hattie' el dolor de una familia en la Gran Migración de afroamericanos que huyeron del Sur
Sobre la mesa de Ayana Mathis, junto a una taza de café humeante, descansa una Biblia abierta por la mitad. En el mural de corcho un salmo ("No te alejes de mí, porque la angustia está cerca y no hay nadie para ayudar") y un poema de la canadiense Anne Carson ("Quién puede dormir cuando ella… / a cientos de millas oigo ese vasto aliento…") depositan en el visitante cierta desazón. El despacho del Dorothy and Lewis B. Cullman Center for Scholars and Writers, en el segundo piso de la magnífica Biblioteca de Nueva York, es minúsculo, adusto, nada extraordinario, tal vez el espacio adecuado para una revelación como Mathis, autora de Las doce tribus de Hattie,una novela épica protagonizada por gente corriente: la que abandonó el sur de Estados Unidos en el primer cuarto del siglo pasado huyendo del terror blanco y en busca del Norte esperanzador. Afroamericanos como Mathis. Héroes que hacían historia sin saberlo.
"La gente vive unas vidas normales y corrientes que acaban siendo extraordinarias. Si sales a la calle y pides a las personas más banales que te hablen de su vida, de sus sentimientos o de a quiénes conocen, te contarán cosas extraordinarias. Mi novela es una celebración del maravilloso desbarajuste de la gente normal. Habla de esas personas que hicieron algo tremendamente heroico y difícil, personas normales que hicieron cosas extraordinarias", explica Mathis, de 40 años. Rodeada de otros escritores como ella, todos becados por la Biblioteca, entre ellos el catalán Jordi Puntí, no quiere alterar el trabajo de los demás, cada uno en su despacho, en medio de un agradable silencio roto sólo por algún claxon de la Quinta Avenida. Allí, la autora de Filadelfia prepara su segunda novela. Atrás queda la resaca del éxito de Las doce tribus de Hattie, publicada en 2012 en Estados Unidos y que acaba de llegar ahora a España (Salamandra).
La tentación de abordar a Mathis bajo el cliché de otra-escritora-revelación-afroamericana-que-escribe-sobre-afroamericanos está ahí a pesar de que la palabra negro no aparece ni una sola vez en la novela. El contexto histórico de la obra y los propios prejuicios del lector colorean a los personajes. No es una casualidad, sino una rebelión, un golpe de mano de la escritora. “Asumo, y creo que todos lo asumimos en Occidente, que cuando leemos los personajes son blancos. Sólo se identifica a alguien cuando no lo es: unos somalíes andan por la calle, unos chinos doblan la esquina… No se identifica a nadie por ser blanco porque es el estándar. Me parece ridículo que haya que poner un adjetivo a todo aquel que no pertenece al modelo estándar. Así que lo quise cambiar a propósito, para que esas personas, mis personajes, no fuesen identificadas como negras”.
La gente vive unas vidas normales y corrientes que acaban siendo extraordinarias
PREGUNTA. ¿Asume entonces su condición de escritora afroamericana, con todo lo que ello conlleva?
RESPUESTA. No lo sé. Parte de lo que me interesa hacer como escritora es cuestionar y subvertir la idea que tenemos de qué es un ser humano, qué historias son universales y cuáles no. Hay categorías, como la de ficción afroamericana. Sin duda tiene una enorme importancia reconocer que mi novela es una ficción sobre personajes negros. Estoy muy contenta de que eso suceda, y probablemente siempre escribiré sobre personajes negros. El problema son las subsecciones, porque hay historias universales y otras que no lo son. Don DeLillo o Saul Bellow escriben libros universales, pero yo, sin embargo, escribo historias sobre negros. Es como una subcategoría. Es extraño. Mi trabajo consiste en tratar de escribir los mejores libros que pueda. Es muy molesto, y a veces doloroso, el tener que plantearme estas cosas, pero es lo que hago.
Las doce tribus de Hattie es la historia de Hattie Shepherd, su marido August y sus 11 hijos a lo largo de seis décadas del siglo XX. El contexto es la Gran Migración de seis millones de afroamericanos a partir de los años veinte hacia el norte desde el sur de Estados Unidos. Hattie emigra con su hermana y su madre desde Georgia tras el asesinato de su padre por hombres blancos. Filadelfia es su tierra de promisión. Allí conoce a August y se casa con 15 años. Se instalan en una casa bonita de una calle bonita. Y punto. A partir de aquí la novela entra en una espiral de dolor, sufrimiento y supervivencia, con el amor encerrado para siempre en el corazón de Hattie.
Los dos primeros hijos del matrimonio, los gemelos Filadelfia y Jubilee, mueren de neumonía siendo bebés por no disponer de medicamentos. Ese suceso rompe en pedazos los sueños de Hattie e instala la infelicidad en la casa. Hattie se vuelve hosca, dura, incapaz de manifestar cariño. La vida se convierte para ella en un enemigo al que derrotar. Cuida de sus otros hijos como un animal, como una loba cuidaría de sus cachorros, sin cariño, alimentándoles, endureciéndoles para los terrores de la vida.
A partir de ahí, el relato crece, se hace épico, vuela. La prosa áspera, entrecortada, de Mathis recorre a cada uno de los hijos, década a década, a modo de escenas. No hay compasión. Six es un predicador niño que acabará convertido en un farsante mujeriego; Floyd, un talentoso trompetista que busca el amor en los parques incapaz de asumir su homosexualidad; Alice, una ama de casa perdida en los pasillos de su mansión; Franklin, un soldado que aguarda en Vietnam la mina que le destroce mientras se adormece entre drogas; Cassie, una enferma mental sometida a sus demonios… La novela termina con Sala, la nieta de Hattie, la última oportunidad para la ya anciana de recobrar con un simple gesto su descomunal amor, sometido durante años y años.
P. ¿Por qué tanto dolor?
R. Los protagonistas se muestran muy aislados, muy tristes. Pero esos momentos no son necesariamente representativos de toda la vida de esas personas. Es una colección de momentos difíciles, de crisis más que de tristeza. Hattie, el personaje principal, es diferente, porque a ella la ves en el arco de toda su vida. Lucha contra la vida, el no tener dinero, la época, el racismo, sus demonios.
P. Y hace infelices a sus hijos.
R. Hattie no entiende que forma parte de una comunidad, de su familia, del barrio… Se considera alguien singular con unas dificultades que nadie ha experimentado nunca y que nadie puede entender. La forma en que afrontaría la vida sería totalmente diferente si pudiera cruzar la calle y tomar un café con su vecina. Pero es incapaz.
P. La historia de Bell, una de las hijas, es un ejemplo de lo inclemente de la novela. Castiga a su madre teniendo relaciones con el único hombre que la hizo sonreír, su amante. No hay redención para ninguno de los personajes.
R. No. En cierta manera la hay. No es un libro sobre la redención, pero el principal personaje, que es simbólico, avanza hacia ella. Hattie, al final, se convierte en una mujer que ve una posibilidad de esperanza, de piedad, de gracia, algo que no vio en toda su vida. Cuando sus hijos mueren, se ve incapaz de ver el mundo como otra cosa que no sea un lugar doloroso y cruel. A lo largo de su vida va criando a sus hijos con un amor infinito, pero con dureza, porque piensa que tiene que endurecerlos. Descarta la posibilidad de que haya bondad, piedad, cualquier cosa. Pero cuando llega al final tiene un gesto con su nieta Sala, es un pequeño gesto, una especie de redención.
P. Sus personajes tienen algo de épico y, en mi opinión, el libro tiene un sentido muy fuerte de la vida. ¿Qué es la vida para usted, sobrevivir?
R. En cierto sentido, la vida es supervivencia, pero sólo en cierto sentido. Tiendo a ver a la gente como eslabones de una larga cadena, de una gran empresa humana. La gente está en una lucha perpetua. La familia de la novela, que viene del Sur y se establece en el Norte, es la primera generación que nace ahí y tiene que afrontar muchas dificultades. Hattie es un eslabón; sus hijos son eslabones. Y la vida es la continuidad de la gente, de cómo se las arregla para sobrevivir, avanzar, experimentar el mundo en toda su belleza y en toda su tristeza.
P. Es difícil no sentir compasión por sus personajes. ¿Es ese el efecto que pretendía crear en sus lectores?
R. Sí. Es la palabra adecuada. Pero también más que eso. Quería que fuesen totalmente humanos. No quería que sólo estuviesen enfadados, o tristes, o que sólo fuesen valientes o heroicos. Quería que fuesen como es la gente.
Ayana Mathis se crió en un barrio obrero de Filadelfia con su madre, Norma. Es hija única. Su padre las abandonó cuando la escritora tenía dos años. No tiene ningún recuerdo de él. Su adolescencia transcurrió entre continuos cambios de domicilio. Su madre padecía problemas mentales, lo que obligó a Ayana a vivir temporadas con sus abuelos. Estudió en varios college, sin sentirse cómoda en ninguno. "Estaba algo confusa", recuerda.
Tiendo a ver a la gente como eslabones de una larga cadena, de una gran empresa humana. La gente está en una lucha perpetua
P. Es inevitable pensar que algo de su vida está en el libro.
R. No creo que funcione así. Creo que todas nuestras experiencias, recuerdos, impresiones las incorporamos cuando están sucediendo y, luego, tanto si eres escritor como si no, se organizan de forma narrativa. Es lo que hace la memoria, que es narrativa: organiza los hechos, las impresiones, los estados de ánimo, los sentimientos en forma de historias. Y si eres escritor, en algún momento, todas esas cosas aparecen. Pero no reflejan necesariamente lo que te sucedió, ya que han pasado por un filtrado. Ni yo ni mi madre somos Hattie.
P. Los hombres en su novela son buenas personas, fáciles de querer, pero débiles, incapaces de sostener a una familia. Su padre abandonó a su madre cuando usted tenía dos años. De nuevo es difícil pensar que en el libro no hay algo personal.
R. Es entrar en un terreno difícil. Cuando piensas en los hombres que aparecen en la novela tienes que situarte en la época y en los roles de cada sexo. Es una mujer en la década de los cuarenta, cincuenta y sesenta, por lo que la libertad que podría tener de huir, de salir todas las noches, de hacer todo lo que le apetezca no existe. El matrimonio está en una situación difícil, tienen muchos hijos, no tienen dinero, los tiempos son duros… Una mujer en esos años tenía unas opciones muy limitadas. Su marido, August, es débil, pero puede llevar su vida. Ambos actúan frente a las circunstancias, pero para él la puerta está abierta, y si quiere ir al bar o a buscar a otras mujeres, puede hacerlo. Hattie no puede.
P. El contexto de su novela es la gran migración de millones de personas negras desde el sur de Estados Unidos al norte. El título, Las doce tribus de Hattie, hace referencia a Jacob, padre de las 12 tribus israelitas de la Biblia. Tanto en la Gran Migración como en la búsqueda del Israel, la tierra prometida no resulta ser exactamente como la esperaban.
R. Es el libro del Génesis. Lo utilicé para las referencias bíblicas y el vocabulario. No porque sea una persona religiosa, pero me parece que en la Biblia se expresan alguna de las preguntas de nuestra existencia de forma muy precisa, aunque no estoy de acuerdo con las respuestas. Antes de convertirse en Israel, antes de convertirse en 12 tribus, los hijos de Jacob eran sólo eso, hombres que no sabían en qué se van a convertir. Pensé que era una comparación muy acertada con los hijos de Hattie, ya que son la primera generación que nació en el Norte. No tienen la brújula de su futuro,no saben lo que vendrá después. Dentro de ellos hay una nación, pero no lo saben.
La memoria, que es narrativa: organiza los hechos, las impresiones, los estados de ánimo, los sentimientos en forma de historias
Oprah Winfrey, uno de los miembros más relevantes de esa nación, tal vez la afroamericana más influyente de Estados Unidos, descubrió a Ayana Mathis en la sección de libros de su programa de televisión. Leyó las galeradas de Las doce tribus de Hattie y quedó impresionada. Allí había una escritora. La llamó por teléfono para una entrevista, y Mathis pensó que era una broma. La editorial imprimió 125.000 ejemplares más del libro, que enseguida se aupó a las listas de más vendidos. "Me dejaron sin aliento las primeras páginas. No recuerdo haber sentido nada igual salvo con Toni Morrison", proclamó la famosa presentadora, actriz, editora y empresaria.
Hasta ese momento, Mathis había trabajado como correctora (fact cheker) de revistas, es decir, su relación con la escritura se sostenía en las obras de otros. Su novela se gestó en Iowa. Allí, asistió a un taller de escritores. Una profesora, Marilynne Robinson la puso en contacto con un agente y la animó a convertir unas memorias que habría preparado ("eran ridículas") en el libro de ficción que después sería Las doce tribus de Hattie. El agente vendió el libro a la editorial Knopf. Después llegó Winfrey y el éxito.
P. Usted alcanzó la cima con su primera novela sin proponérselo. ¿Cómo lleva la presión que eso supone a la hora de escribir su segunda novela?
R. Estoy empezando y, de momento, no me preocupa mucho. Nunca pensé que me dedicaría a escribir. Empecé relativamente tarde. Tenía una relación muy diferente con la escritura de la que tengo ahora. No era mi profesión.
P. Se siente plenamente escritora…
R. Sí. Pero hay una diferencia. Cuando estoy aquí hablando con usted me veo como una autora con A mayúscula. Ser escritor es algo muy diferente. Gran parte del truco es volver a ser escritor cuando pasas mucho tiempo siendo un autor. No es fácil. Pienso que soy una escritora. Pienso que es mi profesión, la profesión de mi vida.
P. Pasó cinco años en Italia. ¿Qué se trajo de allí?
R. James Baldwin dijo que nunca entendió hasta qué punto era estadounidense hasta que vivió en París. Eso es lo que me traje. Parece estúpido, pero cuando me marché pensaba que Europa era fantástica y que en EE UU todo el mundo era gordo e idiota. Bush era presidente. A medida que pasó el tiempo, comprendí que era inquietante y sorprendentemente patriótica, en el sentido de que si amas una cosa la criticas.
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