Regreso a Tennessee
John Lahr es uno de mis críticos teatrales favoritos: sus reseñas y perfiles crearon escuela en el New Yorker —recomiendo dos libros: Light Fantastic (1996) y Show and Tell (2001)—, ganó un Tony por el texto de Elaine Stritch at Liberty, escrito mano a mano con la enorme actriz (es el primer crítico, que yo sepa, que gana un Tony), y ahora acaba de publicar en la editorial WW Norton una biografía de Tennessee Williams cuyo título parece el de uno de sus turbulentos dramas: Mad Pilgrimage of the Flesh. Me encantó la biografía que escribió Donald Spoto (The Kidness of Strangers, 1985), pero esta ha tenido una acogida superlativa. “Probablemente es el mejor libro de teatro que he leído nunca”, dice John Guare, y al coro de alabanzas se suman Tony Kushner, Bill Bryson, Helen Mirren, André Gregory, Robert Brustein y muchos otros.
Desde la muerte del dramaturgo, en 1983, se han publicado más de cuarenta libros sobre su vida y obra. ¿Qué tiene Mad Pilgrimage of the Flesh que no tengan los otros? De entrada, mucho material inédito.
La historia del libro, según leo en el New York Times, es endiabladamente liada. Trataré de resumirla en pocas líneas, porque vale la pena. Tennessee Williams designó como biógrafo a un amigo suyo, Lyle Leverich, productor teatral de San Francisco, pero, paradoja, poco más tarde nombró albacea de su obra a Maria Saint Just, una mezcla de adoradora fatal y madre suplente que tras la muerte de TW pasó a controlar publicaciones y montajes con previsible fiebre de cancerbera. En 1983, a raíz del éxito de Prick Up Your Ears, su biografía de Joe Orton, a Lahr le proponen colaborar con Leverich, pero en esa época vive en Londres y rechaza la oferta. Diez años más tarde, ya en el New Yorker, escribe un artículo de apoyo a la publicación de Tom: The Unknown Tennessee Williams, de Leverich, que llevaba cuatro años bloqueado porque la temible Saint Just no autorizaba citar ni una frase de las piezas, cartas y diarios del dramaturgo. En 2000 muere Leverich antes de poder abordar la segunda parte y, sorpresa, pasa a Lahr el testigo, legándole, en agradecimiento, todos sus archivos: siete cajas de textos diversos y setenta cintas de conversaciones todavía por transcribir. Lahr decide ponerse manos a la obra empezando de cero (es decir, desde la infancia de Williams) y completando el legado con sus propias investigaciones y entrevistas, lo que le llevó trece años de trabajo. Aquí hay ganchos para todos los públicos. Unos se abalanzarán sobre las cartas de los amantes de TW (con Pancho Rodríguez y Frank Merlo a la cabeza), nunca publicadas hasta hoy; otros se frotarán las manos ante la correspondencia con Elia Kazan (que tuvo un papel determinante en la forma final de La gata sobre el tejado de zinc, La rosa tatuada y Dulce pájaro de juventud, entre otras) o con su agente Audrey Wood, más consejera literaria que negociante. Pero, por encima de todo, me gusta que las obras de TW sean el centro del libro, como debe ser. Y que Lahr se haya tomado el trabajo de leer y analizar críticamente toda la escritura dramática, publicada e inédita de sus últimos años (“una mezcla de interesantes fracasos y piezas muy sólidas, como A House Not Meant to Stand). ¿Quién se anima a publicar Mad Pilgrimage of the Flesh en castellano?
Babelia
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