Francisco Vidal revive el ‘Zoo de Cristal’ de Tennessee Williams
El actor y director presenta la adaptación de la obra "con el humor potenciado"
El sonido del viento ruge en un escenario casi a oscuras. En el patio de butacas, el actor y director Francisco Vidal, perfeccionista hasta la extenuación, repasa las decenas de notas que se amontonan en los márgenes y las entrelíneas de un guión. Ese momento puede encajar con el comienzo de cualquiera de los ensayos de la nueva adaptación de El zoo de cristal, de Tennessee Williams. Libreto tentado sobre la madera y tras la pantalla, por profesionales y aficionados, con mayor o menor fortuna, desde un 31 de marzo de 1945, cuando Laurette Taylor fue la primera Amanda en el Playhouse Theater de Broadway.
Uno de los últimos directores que removieron los entresijos de la familia Wingfield en España fue Agustín Alezzo, sin contar la reposición de José María Pou sobre un estreno de Víctor Oller en 1992. Era 2005, Cristina Rota encarnó a esa madre arrebatadora —Amanda la revolvió entera después de más de dos décadas sin pisar un escenario— que desmadejaba y volvía a hilar a Luis Tosar, que fue Tom, frustado escritor, contable de profesión, el cronista de la historia. Ahora, ocho años después de aquella pieza, Francisco Vidal se empeñó en volver a ella. "Hubiese querido ser ese narrador alguna vez, pero se me pasó el arroz. Es una obra que me cautivó hace años, y ahora era el momento. Se lo propuse a Galán y dijo sí".
Me entusiasmó la idea. Me pareció que el texto reunía algo que conecta conmigo, como son los demonios familiares. Todos los hemos tenido en una u otra posición a lo largo de la vida Eduardo Galán
Eduardo Galán es un guionista-autor-novelista-ensayista y un etcétera que se detiene en profesor de Lengua y Literatura en un instituto madrileño y cuyos alumnos suponen su máxima prioridad. Galán no lo ha tenido muy difícil para adaptar la obra. Tennessee Williams y Arthur Miller son para él dos emblemas. "Me entusiasmó la idea. El texto reunía algo que conecta conmigo, como son los demonios familiares. Todos los hemos tenido en una u otra posición a lo largo de la vida".
Después de conseguir a Galán, cuya adaptación tiene a Vidal encandilado, fue a por su irreductible protagonista, Silvia Marsó fue la elegida. Ya habían trabajado juntos sobre las tablas en El Extranjero, y la adula sin pudor alguno: "En un principio pensé que tan joven y tan guapa quizás no encajara, pero lo hizo. Fue una decisión estupenda". Marsó se ríe abiertamente y niega con la cabeza. "Aunque Amanda es una madre en mitad de la década de los 30, tiene energía como dos veces yo. Una sureña que es un tanque que sale por su propio pie de un bombardeo. Y eso era un problema, porque no podía hacer composición física del personaje". La caracterización y leves movimientos lo solventaron: alguna cana, la cara lavada con leves rictus, y algún gesto que deja entrever la edad. Eso, y la propia intensidad del personaje hicieron el resto: "Amanda me agota psicológicamente. Mucho. Es cien mujeres en una. Pasa de un estado emocional a otro en segundos".
El zoo de cristal es la pelea entre los sueños, los deseos, las fantasías y la realidad Francisco Vidal
Esas líneas que Williams usó para autobiografiar parte de su vida son ya un clásico. Impertérritas, resisten a las décadas y a los cambios. La capacidad de supervivencia de Amanda se traslada a 2014, y ella son todas las madres del mundo: la acaparadora, la tierna y la neurótica, la protectora y la autoritaria, la obsesiva, la arrepentida y posesiva, la culpable, la ilusionada, la combatiente y la feliz. "La esperanzada", apunta Marsó, radiante, "Amanda quiere que sus hijos triunfen porque ella fracasó". Había crecido en una familia rica, se casó con el hombre equivocado. Un trabajador de la compañía telefónica que los abandonó. Pero fue a quien eligió, al que amó. ¿Fracasó Amanda, entonces?
Sus batallas son constantes. Una es mantener a raya los modales y las ilusiones de su hijo, Tom —el recuerdo que el propio dramaturgo tenía de su yo adolescente—, interpretado por Alejandro Arestegui, y en boga constante entre la culpabilidad de haber dejado solas a su madre y a su hermana y la libertad que le permitió dejar de boquear como un pez que vuelve al agua.
Amanda me agota psicológicamente. Mucho. Es cien mujeres en una. Pasa de un estado emocional a otro en segundos Silvia Marsó
La otra es casar, a toda costa, a su hija Laura (Pilar Gil). "La pureza, la víctima, el cordero propiciatorio", la define Vidal. La inerme Laura, el verdadero cristal de la obra y la delicada pieza en torno a la que todo gira. Coja y envuelta sobre sí misma, callada, inexistente para el mundo más allá de las puertas de su propia casa. Una invisible que su madre pretende encender con neones para Jim (Carlos García Cortazar), el supuesto pretendiente y compañero de trabajo de Tom que acabará, como el omnipresente y sempiterno padre, esfumándose de sus vidas.
"Es la pelea entre los sueños, los deseos, las fantasías y la realidad", define Vidal la obra. "Cómo, para sobrevivir, se cierran los ojos a esa realidad, para no aceptar lo que ocurre", suma Galán. "Y el esfuerzo colosal por los hijos. El de los años 30, el mismo que el de ahora", apunta la actriz protagonista. "¿Cuántos padres no luchan porque sus hijos estudien? Luego, cuando terminan, no hay nada para ellos. Los más preparados con las mínimas oportunidades".
Coinciden los tres en que los cuatro personajes tienen su perspectiva lógica, su razón y sus razones. Todos perdedores en un mundo en el que dejaron de encajar en algún momento. Sobre todo Amanda. La extremista que se columpia entre Blanche DuBois y una madre coraje, a veces también patética, a la que el espectador odia y ama por momentos. "Lo único que le ocurre a Amanda es que es torpe. Cree que es la más lista y la más inteligente, y con eso lo manipula todo, aunque sin ninguna intención de hacerlo. Ella cree que hace lo correcto", profundiza Vidal.
Este zoo emocional se estrena este jueves, 6 de noviembre, en el teatro Fernán Gómez. Una obra tan tormentosa como tierna en una adaptación que no ha minimizado la poesía; que entresaca el humor de la amargura y que intensifica el lirismo inherente a Tennessee Williams. Como el baile mágico de Laura en brazos de Jim, mientras desaparece la cojera, mientras deja de ser ella para ser alguien que no tiene miedo. Pero las luces se encienden, se rompe el unicornio de cristal, y ella vuelve a cojear. El escenario se queda en la penumbra, y se escucha, de nuevo, el sonido del viento. Y nada más.
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