La difícil vida de los escritores sin el Muro
Con la RDA desaparecía también una literatura comprometida con un país anómalo
Por sorprendente que hoy pueda parecer, la mayoría de los escritores de la RDA saludaron con alivio y esperanza la construcción del muro de Berlín. Como intelectuales que eran, creyeron que el drástico cierre de la frontera posibilitaría una liberalización interna y el debate sobre una transformación social en la que se sentían implicados. Los primeros años parecieron darles la razón: mientras la economía de la RDA registró un impulso efímero, aparecieron libros influyentes y controvertidos como Spur der Steine (Erik Neutsch), Die Aula (Hermann Kant) u Ole Bienkopp (Erwin Strittmatter), y el régimen pareció alimentar la crítica dentro de ciertos márgenes. El 11º pleno del partido en 1965 clausuró abruptamente ese periodo y señaló a algunos creadores como chivos expiatorios; el tira y afloja se prolongaría hasta 1976, cuando la expatriación de Wolf Biermann enterró las últimas ilusiones y parte de los escritores relevantes abandonaron el país. Sin embargo, en todos esos años se siguieron publicando libros originales y audaces, en permanente tensión con la voluntad dirigista del partido. A diferencia de lo que suele creerse, la censura parece haber sido más bien un acicate que un freno a la creación, y los escritores gozaron en la RDA de un prestigio y una credibilidad que sus colegas occidentales les envidiaban.
La caída del Muro puso fin a ese extraño idilio entre los autores socialistas y un público ávido por ver reflejados en libros sus problemas reales. Con la desaparición de la RDA desaparecía también una literatura comprometida con un país anómalo; como diría años después un personaje de Ingo Schulze, "¿qué iba a hacer yo, un escritor, sin Muro?". No hay razón para añorar aquella dictadura paranoica, pero el hecho es que, bajo sus rigideces, proliferaron los libros arriesgados e incisivos, mientras que el final de la censura no hizo aflorar más que un par de obras imperecederas: la novela inconclusa de Werner Bräunig, Rummelplatz (el autor prefirió abandonarla a hacerse la autocrítica), y los diarios de Brigitte Reimann (que no se escribieron para publicarse). Con la posible excepción de Volker Braun, tampoco los autores más señeros de la RDA aportaron nada esencialmente nuevo tras 1989: el final del régimen abrió el paso a otra generación, pero también conllevó la comercialización y banalización del grueso de la industria literaria.
Quizá lo más perdurable que produjo la RDA (al margen de los monocordes bloques de viviendas que jalonan su paisaje) fueran sus escritores. Hoy pocos discuten que Heiner Müller fue el mayor dramaturgo alemán después de Brecht, o la calidad de autores tan diversos como Jurek Becker, Wolfgang Hilbig o Günter de Bruyn. Quedan por rescatar otros que se desenvolvieron en los márgenes, muy lejos del realismo socialista, como el despendolado Fritz Rudolf Fries (que es de Bilbao) o el bullicioso Adolf Endler. Y por encima de todos, quizá, las tres autoras de culto feminista, nacidas en 1933 y muertas prematuramente: Brigitte Reimann, Irmtraud Morgner y Maxie Wander. Las leyes del mercado y la oportunidad política relegaron a la mayoría de ellos al olvido, pero quizá la distancia temporal, o la experiencia de un país que padeció una dictadura bien distinta como España, pueda contribuir a su lectura sin las anteojeras de la Guerra Fría.
Ibon Zubiaur es autor de la antología Al otro lado del Muro. La RDA en sus escritores (Errata Naturae).
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