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EL RINCÓN

“No tengo más libros que los que leo en cada momento”

La ensayista argentina Beatriz Sarlo dedica su última obra a la "aventura ideológico-imaginaria" de sus viajes de juventud, mochila a cuestas, por América Latina

Beatriz Sarlo se acostumbró desde la dictadura argentina a escribir fuera de casa.
Beatriz Sarlo se acostumbró desde la dictadura argentina a escribir fuera de casa.Ricardo Ceppi.

¿Cuántos intelectuales llegan a convertirse en la voz de un tono telefónico? A Beatriz Sarlo (Buenos Aires, 1942), experta en crítica literaria e historia cultural que ha devenido en una de las analistas políticas más agudas de Argentina, le pasó en 2011, cuando la respuesta que dio a un columnista de un programa televisivo progubernamental, que pretendía provocarla en vez de argumentar, se viralizó en las redes sociales y empezó a flamear incluso en camisetas.

Fueron apenas tres palabras —“Conmigo no, Barone”—, pero se convirtieron en contraseña de resistencia frente al relato kirchnerista, que gobierna desde 2003. “Siempre fui una anfibia: tuve un pie en el territorio académico y cultural y el otro en la militancia política. Lo que pasa es que el kirchnerismo espectacularizó todo como pelea y nos hizo más visibles”, resume ahora Sarlo, mate de por medio, en la oficina que ocupa desde hace 20 años sobre la calle Talcahuano, a seis cuadras del Congreso: un departamento muy luminoso, de paredes tapizadas por bibliotecas que se prolongan incluso en la cocina (“si necesitás, puedo recomendarte un carpintero muy bueno”).

Especialista en literatura (Borges, un escritor en las orillas), vanguardias (La máquina cultural: maestras, traductores y vanguardistas), cultura urbana (Escenas de la vida posmoderna) y cultura popular (El imperio de los sentimientos), Sarlo fue una militante de paso fugaz por el peronismo. “Estaba cerca de la CGT Paseo Colón, es decir, de un sindicalismo alternativo y revolucionario”, define. Luego comprometida con el Partido Comunista Maoísta “no guerrillerista” y, a partir de la llegada de la democracia en 1983, con el Club Socialista (“lo dejé en la década de los noventa siguiendo a un político, Chacho Álvarez, cuando se fue a fundar el Frepaso”), la ensayista acaba de publicar un libro atípico en su producción: Viajes. De la Amazonia a las Malvinas (Seix Barral).

En él recupera en primera persona, sin ahorrarse autocríticas, la experiencia de su “aventura latinoamericana”, a mediados de los años sesenta, cuando América Latina era un continente de viaje, no de turismo. “Cuando nos encontrábamos con gente en medio de la inmensidad de ese paisaje —recuerda ahora— nos preguntaban qué vendíamos, qué sabíamos hacer, si reparábamos ollas, si éramos penitentes que estaban pagando alguna promesa”. Ese peregrinaje, casi sin agua ni comida y mochila a cuestas (“17 kilos de carga en la espalda; un tercio de mi peso”, cuenta), la llevó a descubrir Bolivia y a pasar frío en la Puna, a internarse en la selva peruana y convivir con un pueblo jíbaro, la etnia de los aguaruna, a deslumbrarse en Brasil (“la potencia del futuro, una especie de vanguardia industrialista”) y, ya en el nuevo siglo, a conocer las Malvinas. “Yo soy los viajes de Viajes —subraya—. No podía escribir el libro sino en primera persona. Pero me costó mucho armarla porque no quería que tuviera el saber de la persona que escribía, sino contarlo tal como era al momento de viajar: sin entender casi nada de lo que estaba viendo y al mismo tiempo teniendo una experiencia directa, realizando una aventura ideológico-imaginaria en el territorio de la revolución futura. Fue un problema narrativo formal. Cuando decidí cómo iba a ser esa primera persona, que oscilaba entre el singular que era yo y el plural del grupo, supe que el proyecto podía convertirse en un libro”.

Lo escribió en el sitio donde ahora conversamos. “Desde la dictadura me habitué a escribir fuera de casa. Al principio lo hacía en locales de la primera cadena de hamburguesas que se instaló en el país, Pumper Nic, que por alguna razón no era visitada por la policía. Después, en bibliotecas. Eso tuvo una buena consecuencia porque separé la escritura del cigarrillo”. A las razones de seguridad de aquella época se unen las personales: “Soy fóbica, mi casa es un lugar absolutamente privado; nadie molesta a mi gata Naná y no tengo libros, salvo los que estoy leyendo en ese momento”.

En pareja con el cineasta Rafael Filipelli, Sarlo descarta la escritura de ficción: “Nunca habrá una novela en mi vida. No soy capaz. La literatura exige un tipo de fantasía que no tengo y, además, quisiera seguir siendo libre para leerla y hacer crítica literaria”.

¿Qué pasó con lo que su generación fue a buscar en aquellos viajes? “Ese territorio fue bañado en sangre cuando empezó la década de los setenta. Se convirtió en el territorio de una gran derrota. Pero en algunos países hoy me reencuentro con algo que deseaba ver entonces. El proceso político y social de Bolivia —una república organizada con el protagonismo de todas sus comunidades étnicas— está sucediendo”.

Cuestión de gustos

1. ¿En qué libro se quedaría a vivir? Hace meses que estoy dando vueltas por Ulises,de James Joyce. Me quedé enredada en él.

2. ¿A qué autor invitaría a cenar? A Sarmiento, el escritor argentino más importante del siglo XIX y uno de los tres más grandes de América Latina.

3. ¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida como intelectual? ¿El más feliz? La transición democrática, desde el fin de la dictadura a fines de 1983 hasta el juicio a las Juntas Militares. Fueron años como un estado de enamoramiento permanente.

4. ¿Qué encargo no aceptaría jamás? Los cargos de escritura que tienen que ver con los Gobiernos, eso me haría perder una independencia que ya es mi identidad.

5. ¿Qué libro no pudo terminar? A Jonathan Franzen —Las correcciones, Libertad— lo dejé. Me aburre.

6. ¿Qué hizo el último fin de semana? Fui a la Usina del Arte a ver la puesta de Marcelo Lombardero de una selección de canciones de Happy End y La ópera de los tres centavos.

7. ¿Qué está socialmente sobrevalorado? La juventud. Su definición abarca hoy de la adolescencia a los 40 años.

8. ¿A quién le daría el próximo Cervantes? ¿Sergio Pitol lo sacó? ¿Fernando Vallejo? Podría ser, ¿no?

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