El apóstol del ‘free’
LeRoi Jones renegaba de la alianza de judíos y afroamericanos, especialmente fructífera en el mundo musical
Fue todo un acontecimiento: en 1969, cuando escaseaba la información sobre los sonidos negros (por no hablar de los discos), la barcelonesa Editorial Lumen publicó la obra cumbre de LeRoi Jones, Blues people.Música negra en la América blanca. Un libro que todos compramos, aunque pocos entendieron.
Blues people, editado en Estados Unidos en 1963, exploraba la brutal realidad social que latía detrás de aquella música. Sin acceso a las variedades que Jones denominaba primitive blues o classic blues, el tomo nos resultaba impenetrable pero insistíamos en descifrarlo.
En un mundo ideal, deberíamos haber empezado por los textos periodísticos que LeRoi Jones publicaba en aquellos años, cuando rompió con la subcultura de los beats y se transformó en airado nacionalista negro, rebautizado como Amiri Baraka. Con el tiempo, Jones/Baraka bordearía el antisemitismo, señalando al gobierno de Israel como autor del 11-S. Renegaba, ay, de la alianza implícita entre las minorías de judíos y afroamericanos, especialmente fructífera en el mundo musical, cuando los disqueros hebreos eran casi los únicos que ofrecían grabar a los artistas negros.
Ahora, Caja Negra traduce los escritos guerrilleros de LeRoi/Amiri, bajo el título de Black music. Free jazz y conciencia negra 1959-1967. Son crónicas candentes, despachos desde las trincheras de los clubes neoyorquinos donde batallaban John Coltrane, Archie Sheep, Cecil Taylor, Don Cherry e incluso figuras de épocas anteriores, de Billie Holiday a Thelonius Monk. De hecho, era una música tan áspera que frecuentemente tenía que encontrar su hueco lejos del circuito establecido, en lofts y cafeterías bohemias.
A veces, LeRoi/Amiri suena como esos musulmanes negros que te encuentras predicando en las calles de Nueva York, todo fuego y azufre, que vuelcan sobre ti —pobre turista curioso— un odio ancestral. Admiras su apasionamiento, envidias sus poderes retóricos… pero te vas alejando prudentemente de su perímetro.
Todo movimiento artístico rompedor necesita propagandistas, testigos convencidos, expertos en demolición de prejuicios. Jones/Baraka planteaba —¡en 1962 y en Down Beat, la revista oficial!— la paradoja de que el jazz, esencialmente una creación negra, tenía mayoritariamente críticos blancos. Denunciaba igualmente los prejuicios de la burguesía afroamericana, como aquel profesor universitario que exclamó: “¡es increíble la cantidad de mal gusto que hay en el blues!”.
LeRoi/Amiri asistió asombrado a lo que los medios estadounidenses denominaron la british invasión. Sagaz, determinó en 1965 la fórmula de éxito de los grupos británicos: “toman el estilo (la construcción, la energía, la forma generada, etcétera.) del blues negro, rural o urbano, y lo combinan con la imagen americana blanca del no conformismo, es decir, el beatnik”.
Al año siguiente, su valoración se había agriado. Dudaba incluso de su virilidad: “cualquier grupo de chicos blancos de clase media que necesiten un corte de pelo y hormonas masculinas pueden ser un grupo de pop”. Creía ver estereotipos negativos de la negritud en la elección de sus nombres (Animals, Zombies, Rolling Stones), comparados con el anhelo poético del ghetto, con su tradición ornitológica para los conjuntos vocales (Ravens, Orioles, Swallows, Sparrows) o la aspiración a la excelencia de The Supremes o The Miracles.
Esas apreciaciones aparecían en un texto vibrante que buscaba hermanar el R & B (el entonces triunfante soul) y lo que llamaba New Black Music (la new thing, el free jazz). Ahí le fallaron sus poderes de persuasión: el soul ignoró a la vanguardia de Manhattan o Chicago, mientras que las aproximaciones de Albert Ayler o Archie Sheep fueron coyunturales. Sería alguien que miraba desde la periferia, irritado por la rebelión free, quién fundiría jazz, rock y soul en una aleación propia: Miles Davis.
Pero uno no revisa Black music intentando descubrir un Nostradamus (Jones murió a principios de año). El libro debería ser de lectura obligatoria entre esos periodistas y radiofonistas españoles que invocan el comodín de free jazz cada vez que aparece un saxo bramando o un piano disonante. Y no, no es eso.
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