Voces quebradas para una medianoche antigua en la bienal sevillana
Pedro el Granaíno y Miguel Laví protagonizan un mano a mano entre Granada y Jerez
Hay noches que se encomiendan a sones de otros tiempos, a voces con tintes antiguos y cantes de otros tiempos más duros y más crueles que los que vivimos hoy. A medio camino entre Granada y Jerez, Pedro El Granaíno y Miguel Laví protagonizaron anoche un recital a medias al amparo de la blanca claridad del compás de Santa Clara. La Bienal de Sevilla se viste de graves cantes en la noche oscura de septiembre.
Aunque algunos se quedaron con las ganas de ver a los dos cantaores compartiendo más tiempo en el escenario, el recital en dos tiempos supuso una de las grandes sorpresas de la jornada en la Bienal sevillana. Comenzaba Pedro con un cante casi en la oscuridad: debla, martinete y toná sin apoyo de guitarra con esa voz ronca casi a punto de partirse que exhibe el cantaor. Voz de acero que sabe que tan importante es jugar con el sonido como saber manejar los silencios.
Laví también arranca con un cante por tonás, solemnidad amarga de La Plazuela de Jerez. De pie, apoyado en el respaldo de una silla sevillana de enea, aprovecha el silencio desnudo del convento para alardear de voz de bronce, algo menos ronca que la de Pedro pero igual de sombría. Si Pedro juega con los roncos quebrantos de su garganta, Laví apura los tintes nasales de su voz para alargar el quejío hasta que parece que vaya a desfallecer y quedarse sin aire.
Ambos eligen los tangos para marcar el ecuador de sus cantes. El de Granada entona con solemnidad unos cantes graves y dolientes de unas épocas antiguas de dolor insoportable que muchos solo podemos imaginar. Su voz se mezcla en el patio con el tintineo de las monedas que pagan copas de vino tinto que calientan gargantas en la noche fresca del Guadalquivir mientras el cantaor lamenta por tientos “que el mundo es una mentira”. Los tientos de Laví son también de un consumo lento y reposado, tientos que se sienten cómodos en el frescor del patio más que en la ampulosidad del teatro. Con frases largas y dramatismo en las pausas, el jerezano cambia tientos por tangos al ritmo de las palmas que Pedro no ha querido utilizar. Palmas programadas en escena y espontáneas en las últimas filas del claustro que conducen a un éxtasis flamenco bien orquestado por la guitarra certera de Manuel Parrilla.
Una vez calentadas las voces, cómodos los cantaores y conquistado el público, Pedro se introduce a fondo en lo jondo con una seguiriya en la que la voz suena tan antigua como la guitarra y juega a encontrarse entre sombras y luces con ella retando a una cuerda que se ha desafinado quizá con la humedad de la noche. Una solemnidad que tiene también la malagueña elegida por Laví para demostrar que su capacidad pulmonar es casi inabarcable, desplegando una a una las frases con un aire que parece no agotarse, en un duelo con la guitarra en el que el cantaor siempre sale vencedor.
Para terminar, dos cantes elegidos como espejo de dos personalidades y dos voces particulares y únicas. Para Pedro, la mejor opción es terminar por fandangos. Seduce el granadino con su voz ronca y se lanza, tras un rápido trago de agua y unos aplausos impredecibles, hasta el borde del escenario. Allí, desprovisto de la amplificación del micrófono, canta cara a cara a las primeras filas y su voz se mezcla con el rumor del agua de la fuente que preside el patio. Para Laví, la elección se decanta por la bulería. Una bulería en la que la guitarra es una verdadera fiesta y al cantaor, al fin, se le dibuja una sonrisa en la cara que no desaparece. Igual que Pedro es de palma solemne y paralela, Laví es de palma ladeada y festiva para acompañar un cante con el que disfruta aunque las gotas de sudor le iluminen la frente tras tanto esfuerzo. Como colofón, al fin se unen en el escenario los dos cantaores ante un público sorprendido y excitado, y tras fundirse en un abrazo regalan a los asistentes unas bulerías emocionantes que cierran una noche de corte antiguo con dos cantaores que dejan con ganas de más y avisan con sus voces sinceras que aún tienen mucho que decir y que no los pierdan de vista.
Babelia
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