Privilegiados entre esclavos
Cuatro de los galardonados en los premios Ceres repasan el estado del teatro español
Cuando se encuentran, son todo abrazos y “¡Qué de tiempo!”. Tan enfrascados están en ponerse al día que tardan en felicitarse unos a otros efusivamente. No es para menos: Concha Velasco, Magüi Mira, Lluís Homar y Kiti Mánver reciben el jueves noche la estatuilla en forma de deidad de los premios Ceres. Organizados por Festival de Teatro de Mérida y el Gobierno de Extremadura y votados por críticos de los principales medios, los galardones reconocen los mejores trabajos del año. Mira en dirección por Kathie y el hipopótamo y En el estanque dorado, Homar como actor en Tierra de nadie, Mánver como actriz en Las heridas del viento… Concha Velasco es otra historia: la actriz recibe el Emérita Augusta a toda su carrera, ganado en las pasadas ediciones por Héctor Alterio y Nuria Espert.
La vallisoletana es el centro de la reunión en la 60ª edición del certamen, la tercera de los premios. No solo es la veterana en esta cuadrilla de experimentados profesionales. Además, Concha Velasco (1939) se recupera aún del cáncer que sufre y por el que fue operada el pasado junio. Lluís Homar alza una copa de agua: “Vamos a brindar por Concha”. Sus compañeros le siguen, burlándose de los supersticiosos, antes de enzarzarse en una acalorada conversación sobre el estado de la profesión en la que la actriz lleva la voz cantante.
Saben que son excepciones dentro del medio. Todos trabajan. O, como explica Mánver: “Todos aquí tenemos el privilegio de ser esclavos”. Esclavos de una profesión con un 75% de paro según los sindicatos que ha visto reducidas sus representaciones en 17.700 (un 26%) desde 2008. No hay una pizca de levedad en su voz cuando Concha Velasco espeta: “Hay gente en este mundillo que se está muriendo de hambre”.
Palmarés de los Ceres
Concha Velasco, premio Emérita Augusta a toda una vida.
Lluís Homar, mejor actor por Tierra de nadie, de Harold Pinter, dirigida por Xabier Albertí.
Kiti Mánver, mejor actriz por Las heridas del viento, de Juan Carlos Rubio.
Jordi Galcerán, mejor autor por El crédito.
Magüi Mira, mejor directora por Kathie y el hipopótamo y En el estanque dorado.
Kamikaze Producciones, mejor espectáculo del año por Misántropo
Andrea D'Odorico, mejor trayectoria empresarial
Max Glaenzel, mejor escenógrafo por Viaje a ninguna parte, La rosa tatuada, El crédito, Els dies feliços, Mitad y mitad.
Tatiana de Sarabia, mejor vestuario por En un lugar del Quijote.
Valentín Álvarez, mejor iluminador por Los Mácbez.
Garbiñe Insausti, mejor caracterización por André y Dorine.
María Ordóñez, premio de la Juventud por El eunuco
El eunuco, premio del público
El primer motivo por el que explican la caída no tarda en salir: el “maldito IVA” cultural, subido al 21% por el Gobierno, copa en varios momentos la conversación. Magüi Mira se lanza mientras sus compañeros asienten: “La gente sigue llenando las salas y eso genera impuestos que no se reinvierten en nuestra profesión. Me parece cruel”. Pero este, al que suman la falta de financiación municipal que antes sostenía buena parte de la programación, no es el único elemento al que achacan la crisis.
Kiti Mánver se adentra en la autocrítica. “Nosotros hemos tenido nuestra burbuja. Espectáculos de millones de euros que cabían en siete teatros en España”, reflexiona la actriz. Pero Concha Velasco advierte: “Lo que no se puede es haber avanzado muchos años y, aludiendo al derroche, resignarse al retroceso”. Sus compañeros coinciden en que la precariedad que ha terminado aceptando el sector (pocos medios, bajos sueldos) ha sido a la vez una tabla de salvación y una condena. “Cuando empezamos en Cataluña [con el Teatro Lliure] en el 76”, cuenta Homar, “no había nada. Y eso daba una fuerza especial. Cuando se consiguieron los equipamientos, por muy necesarios que fueran, esa esencia se perdió. El no tener nos hace estar despiertos, pero hay que estar igual de despiertos cuando se tiene”.
La clave está en el público. Uno de los logros de los últimos años es, según Magüi Mira, “estar imbricando el teatro con la realidad de la calle". "La gente reconoce el acoso al que estamos sometidos y nos apoya”, añade mientras sus compañeros asienten. El Festival de Mérida, al menos, ha visto crecer su taquilla desde que el empresario Jesús Cimarro se hizo con la dirección. El secreto, en parte, reside en las caras conocidas, a menudo gracias a la televisión, que pueblan la programación. Los premiados defienden con uñas y dientes la popularidad: “Si eres talentoso y mediático, mucho mejor, porque el público va a llegar antes”. Incluso el que no pisa un patio de butacas (el 79% en España en 2012). ¿Ese público captado gracias a las estrellas televisivas —Miriam Díaz-Aroca, Pepe Viyuela, Marisol Ayuso, Beth— regresará cuando estas no actúen? “Bueno”, tercia Homar, “aquí lo importante es que han venido. Y si se ha hecho bien, volverán”.
Ganadores y vendedores
"Este año os veo flojos, nadie me habla del IVA". Carlos Sobera, presentador de la gala de los premios Ceres, entregados en la noche del jueves, soltaba esta pulla cuando ya se cumplía una buena hora desde el inicio del espectáculo. Y era cierto: en comparación con las dos ediciones anteriores (utilizada la primera como baluarte contra la subida de impuestos a la cultura, la segunda protagonizada por discursos combativos como el de Sergio Peris-Mencheta), había poco espíritu de protesta en el ambiente.
Pero fue dicho y hecho. En cuanto calló Sobera, Verónica Forqué, presidenta del jurado de la 60ª edición, tomó la palabra. "Estamos aquí celebrando que podemos sortear todos los obstáculos, como el 21% de IVA", aventuraba la actriz, aunque agradeciera inmediatamente a José Antonio Monago, presidente de Extremadura, su postura a favor de la bajada. A partir de entonces las críticas fueron cayendo sin mucho ruido, gota a gota. Magüi Mira recogía su estatuilla con un elocuente: "Soy premio Ceres a la mejor dirección de escena, soy mujer, y no tengo silbato ni pienso comprármelo", en referencia a los consejos publicados por el Ministerio del Interior para evitar violaciones, que apremian a las mujeres hacerse con un silbato para usarlo en caso de ataque. El premiado a la mejor trayectoria empresarial, Andrea D'Odorico, instaba a "las administraciones que construyen aeropuertos vacíos y autopistas sin uso" a prestar más atención a la cultura.
Mientras se desarrollaba el mapping (espectáculo visual proyectado sobre monumentos) y las actuaciones de los cantantes Ana Belén y Miguel Poveda, se ponían en marcha otras reivindicaciones más sintomáticas, si cabe, del momento en que se encuentra la profesión. Los primeros en abrir la veda eran Miriam Montilla y José Luis Martínez, cuando subieron a recoger el galardón a mejor espectáculo en nombre de la compañía Kamikaze producciones por Misántropo, adaptación del texto de Molière por Miguel del Arco. Mientras el resto de la compañía viajaba hacia Iberoamérica para comenzar una gira con su primera y exitosa obra, La función por hacer, ellos apremiaban a los programadores presentes: "¡Queremos que Misántropo se represente en Extremadura!". Una vez puestos, Carlos Sobera se animó a eso de crear un espacio publicitario con su El ministro, y ni siquiera Concha Velasco, al recoger su galardón Emérita Augusta a toda su carrera, pudo contenerse de hablar de la obra que prepara para septiembre, Olivia y Eugenio.
"Pisar el escenario de Mérida era la gran ilusión de mi vida", explicaba la actriz refiriéndose al estreno de Hécuba en la pasada edición, dirigida por José Carlos Plaza, "pero se acabó convirtiendo en pesadilla y tuve que matar al personaje". Tras dar las gracias, emocionada, a un público que encadenaba un aplauso cerrado con el siguiente, Concha Velasco aseguraba que el premio le acompañaría "a lo largo de los años de carrera que me queden, porque he estado a punto de palmarla", en referencia al cáncer que la ha alejado de los escenarios en los últimos meses. Acto seguido procedió a vender su siguiente espectáculo. Así estamos.
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