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FERIA DE MÁLAGA

¡Hay que acabar con Domecq!

La novillada que inauguró la feria de Málaga comenzó a las siete de la tarde y acabó a las diez menos veinte de la noche. Y no pasó casi nada, que es lo peor.

Antonio Lorca

A riesgo de ser condenado en la plaza pública del taurinismo andante -triunfalista, aplaudidor, forofo y sectario- no sería descabellado lanzar a los cuatro vientos la proclama siguiente: ¡hay que acabar con Domecq! Con el encaste, se entiende, y con todos los coletudos que sueñan noche y día con alcanzar la gloria al objeto de basar su carrera en esta plaga de toros que amenaza con espantar a los últimos aficionados y, a la postre, a la propia fiesta.

Hay que acabar con Domecq antes de que él acabe con todos nosotros. Hay que acabar con esos toros, culpables en grado sumo de la monotonía soporífera e insoportable en la que se han convertido los festejos taurinos. La novillada que inauguró la feria de Málaga comenzó a las siete de la tarde y acabó a las diez menos veinte de la noche. Y no pasó casi nada, que es lo peor.

¿Qué ocurrió, pues? Ocurrió, primero, que los novilleros están contagiados de una pesadez incomprensible, que ha puesto de maldita moda alguna figura incombustible. Hasta cinco avisos se escucharon, que pudieron ser más si el presidente mira con rigor el reloj. Chavales, los tres, que nunca encuentran el momento de finalizar y aburren a las ovejas con trasteos interminables e insulsos. ¿Qué ha sido de esos faenones de 25 pases y una estocada hasta la bola? Ni rastro.

Fuente Rey / Rey, Marín, Galdós

Novillos de Fuente Rey, bien presentados, mansurrones, sosos y descastados; destacaron primero, cuarto y sexto.

Fernando Rey: dos pinchazos _aviso_ y casi entera perpendicular (ovación); _aviso_, dos pinchazos, estocada _2º aviso_ (silencio).

Ginés Marín: estocada caída _aviso_ y cinco descabellos (ovación); dos pinchazos _aviso_ y descabello (ovación).

Joaquín Galdós, que debutaba con caballos: estocada (vuelta); estocada (oreja).

Plaza de la Malagueta. 17 de agosto. Primer festejo de feria. Casi tres cuartaos de entrada.

Y eso ocurre, fundamentalmente, porque los novillos de Domecq -los de ayer pertenecían también a tan noble familia- lo permitieron. El que sale bueno, porque no encuentra manos artistas que lo encumbren a la gloria. Y ahí ve usted a Fernando Rey, novillero malagueño poderoso, de buenas maneras y solvencia con los engaños, tratando de encontrar el modo y la manera de entusiasmar al respetable con la noble e incansable embestida del primero, con la que llegó a trazar muletazos muy estimables, -de alta calidad fueron algunos naturales-, pero no entusiasmó como el animal exigía. Claro que para triunfar con la nobleza desbordante de un Domecq hay que ser un artista exquisito. Rey no lo es, -todavía, al menos-, y se puso muy pesado. Insistió en el mismo defecto ante el cuarto, un novillo con genio al que sometió con firmeza y tiró de la embestida con entrega y conocimiento. Se justificó sobradamente Fernando Rey, pero el artista exigía más profundidad y el del genio más rotundidad.

Después llegaron los Domecq mansones, sosos, descastados y con poca clase. Y esos también son un peligro porque dejar estar a los toreros, les permiten alardes de valor y obligan al aficionado a un ejercicio de paciencia infinita que creían no poseer. Ante el novillo sin clase y de escaso riesgo aparente, el aspirante a la gloria trata de justificarse y las faenas son más largas que Lo que el viento se llevó. Se justificó desde el minuto uno Ginés Marín, al que le adornan buenos modales y no le falta valor. Su lote fue el menos propicio, pero dejó claro que no le asustan las dificultades de los Domecq.

Caso parecido fue el del debutante Joaquín Galdós, un joven peruano que se está haciendo torero en Málaga, y ha dicho alto y claro que le funciona la cabeza, que domina los nervios, que maneja con soltura capote y muleta, y que no le falta entrega ni pundonor. Demostró su capacidad ante el deslucido primero, y confirmó sus condiciones ante el sexto, un novillo con hechuras de toro al que no le perdió la cara y muleteó con entrega y pundonor.

Pero, lo dicho: hay que acabar con Domecq. Hacen falta toros; ni artistas ni descastados. Toros de verdad, de encastada nobleza; de esos que no permiten faenas largas y soporíferas, porque no hay corazón torero que las aguante.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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