La estética de la felicidad
Second, Amaral e Izal protagonizan la penúltima noche conciertos en el festival de Sonorama
No basta con la música, y lo saben. En un festival, el concierto se mide también por el espectáculo ofrecido, la tasa de temas coreados, el número de móviles desenfundados para inmortalizar el momento, de saltos por canción. Por eso, los tres principales grupos que se medían el viernes, penúltima noche del Sonorama Ribera de Aranda del Duero, habían puesto a punto su estética particular. La de Second, el aire futurista (concretamente, del 2502). La de Amaral, ese medio camino suyo entre el pop sencillo y el rock engalanado. La de Izal no se veía, se hablaba: el grupo hecho a sí mismo, el que ha ido trepando poco a poco y recoge eufórico su premio, el grupo feliz que comparte felicidad con el público.
Comenzaron los de Murcia ataviados con su tradicional pijama interestelar (no hay, por cierto, uniforme de verano) y la misteriosa presencia de un bailarín enmascarado. Todo para empezar el viaje al futuro lejano con 2502. Su paso por el festival puede ser también, de hecho, un salto al pasado: pisaron por primera vez la cita en 2003 y han regresado en varias ocasiones (2009, 2011...). Esta vez lo hacen con la Sinfónica 2502, un conjunto de cuerda más una trompeta que, aunque sin mucho protagonismo, alejaba el sonido final de los clásicos violines empaquetados en un teclado.
El show de Amaral era bastante más complejo. Desde el comienzo, con su nuevo tema Ratonera (un prólogo a otras dos canciones aún no editadas, Unas veces se gana y otras se pierde y Cazador), la actuación presagiaba algo distinto. Una especie de luna artificial a ras de suelo presidía el escenario por el que desfilaron algunas de sus canciones más conocidas con ligeros virajes hacia los temas que habían hecho de segundones en sus anteriores discos.
Se escuchó Estrella de mar y Salir corriendo, se escuchó El universo sobre mí y Hacia lo salvaje, pero también Antártida o En solo un segundo. La inquietante versión de su propio tema -para la que descolgaron incluso una enorme bola de discoteca-, oscura y luminosa por momentos y mucho más densa que la original, cerró el recital en un atrevimiento que iba con mensaje: también somos esto. Le había precedido Revolución, habitual en los directos del grupo e infalible para provocar saltos y coros. ¿Se puede unir un theremín y una armónica en el mismo concierto? Se puede. ¿Se puede llamar a la revolución a través de un megáfono forrado de espejitos? Se puede. ¿Se puede trufar el tema con una versión en castellano del Heroes de Bowie? Se puede. Porque también son eso.
“En 2010 este festival nos permitía colgarnos por primera vez una acreditación con la palabra ‘artista’. Ahora todo tiene sentido”. Así de emocionado (y más: “Llevábamos esperando este concierto desde siempre”) se mostraba Mikel, el cantante de Izal (comparten con Amaral la rima y haberse bautizado con el apellido del vocalista). Los madrileños pasaban de tema pegadizo a tema más pegadizo aún: Magia y efectos especiales -el verso “Todos a la mierda, sobre todo tú” se leía en multitud de camisetas-, Hambre, Despedida... que el público cantaba como si llevaran años sonando en la radio. Mikel recordaba que su último disco se grabó en Aranda de Duero, en las bodegas Neo. Recordaba el concierto el pasado año en la plaza del Trigo. Recordaba, y celebraba. Los cañones de confeti cortesía del grupo ponían la purpurina necesaria en la fiesta mientras sonaba Qué bien: “Qué bien que en mis pupilas siga entrando luz del sol.
Qué bien que en mi cerebro se produzcan intercambios de información...”. Una apuesta ganadora: la estética de la felicidad.
Babelia
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