Richter y Polke: el poeta y el mago
Los dos gigantes de la escena artística alemana de los 60 tenían una relación de rivalidad
A primeros de los años 60, con el pop gobernando el arte estadounidense, algunos pintores alemanes trataban de proponer nuevas formas de acercarse al mundo. Era su particular aportación con una especie de “realismo capitalista” que de alguna manera no sólo revisaba las propuestas figurativas llegadas desde EE UU, sino que releía en clave paródica la propia situación en una Alemania dividida entre el comunismo y el capitalismo; entre las corrientes internacionales y ese “realismo socialista” que seguía imperando entre ciertos sectores. Un recuerdo de aquellos tiempos llega con la forma de dos exposiciones que han coincidido en el tiempo para enfrentar a dos de sus máximos creadores: Sigmar Polke (en Nueva York) y Gerhard Richter (en Basilea).
Eran pintores y se interesaban por las aportaciones mediáticas igual que los pop, pero sus propuestas estaban sumergidas en una especie de nostalgia o, al menos, una forma particular de entender la puesta en escena mecánica, tal vez porque en su caso estaban hablando de un mundo modernísimo que sólo a medias era el que vivían en la Alemania de la época.
Richter y Polke, los dos gigantes de la escena artística alemana de los 60 —y mucho más allá—, pronto establecieron una relación con algo de rivalidad y mucho de acicate en un juego que, hasta cierto punto, tenía tanto de especular, de complicidades en esa invención de una pintura contradictoria y ecléctica que para muchos subraya cierta posmodernidad avant la lettre. No en vano, ambos artistas son a un tiempo abstractos y figurativos, a ratos casi conceptualizantes en sus propuestas; dependientes de los medios y atrapados en una pintura que serpentea y se escabulle y es muchas cosas además de pintura.
Es esta forma de hacer suya lo que los relaciona con la propia vuelta a la pintura de los 80 del XX, en plena “fiebre posmoderna”, sobre todo en medio de un mercado neoyorquino que en esa década buscaba algunas raíces alemanas en el llamado neoexpresionismo, la corriente que estuvo de moda entonces y que propició un tipo de arte de grandes formatos, aquel que los más críticos leían como adecuado sobre todo para los lofts y museos. Se trataba de cierta sutura en la brecha conceptualizante, una sutura que volvía la mirada hacia al producto frente al proceso que había gobernado los 70. En este nuevo orden de los 80, Richter y Polke terminaban por ser los irrefutables, la matriz, el futuro, desde aquella exposición legendaria en la galería h de Hannover, donde expusieron juntos en 1966, o aquella otra de 1981, la de la Royal Academy de Londres, tan importante para la generación del regreso a la pintura: A New Spirit in Painting.
Pero ser irrefutables no es siempre una buena noticia y desde luego no lo ha sido en el caso de Richter, quien se ha venerado como el gran artista que es, si bien carente de una revisión crítica, algo que sería esencial para este intrigante y extraordinario artista, capaz de pintar como nadie antes había pintado.
Las nuevas exposiciones sirven para arrojar luz sobre sus personalidades, aportaciones y, sobre todo, sus proyecciones hacia todo el arte que ocurrió después. El fuego lo abrió una muestra en Christie's Londres (hasta el 7 de julio), donde se presentaron juntos reproduciendo el espíritu de la exposición de Hannover y que resulta casi conmovedora por ese leer entre líneas de lo que fueron codo con codo entonces. Aparecen el rigor y la prestidigitación, la poesía y la magia —Richter y Polke—, contrapuestos en este proyecto donde se descubren búsquedas semejantes con resultados diferentes, sobre todo ese sentido de lo ácido al cual se aludía. El diálogo ha seguido en otras dos muestras: la de Richter en la Beyeler de Basilea y Polke del MoMA —que en octubre viajará a la Tate de Londres—.
En estas dos exposiciones aparecen los dos artistas en la totalidad de su producción, mostrando sus relaciones con el pasado y, en especial, con el futuro. Y de pronto, la diferencia básica entre ambos se vuelve en contra de Richter, siempre bello y elegante, pero carente de la chispa de futuro que, sin embargo, se detecta en el Polke del MoMA, una propuesta que desvela un autor lleno de vitalidad, usando casi todos los medios y las propuestas posibles y con una proyección mucho mayor.
Se trata, pues, de una gran exposición que descubre a ese mago lleno de una actualidad imbatible, plagado de guiños hacia generaciones posteriores. Después del paseo, sin embargo, Richter se queda un poco relegado a su bella poética. Son las trampas del tiempo cuando pasa: a veces las cosas acaban por ser diferentes de cómo se recordaban. Quizás la modernidad ha aprendido más de los magos que de los poetas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.