El abecedario del arte gratis en Londres
Una ruta por museos sin pagar por la entrada
Si está usted este verano en Londres y es amante del arte y la cultura, tiene dos opciones: gastarse un montón de dinero viendo las grandes exposiciones del momento o buscar exhibiciones más modestas pero quizás con más intríngulis y, sobre todo, gratuitas.
Si el dinero no es un problema y le gusta presumir de la gran cultura de consumo, Malevich y Mattise le esperan en la Tate Modern, Virginia Woolf en la National Portrait Gallery, Dennis Hooper en la Royal Academy y Bill Viola en la catedral de San Pablo, por citar cinco posibilidades. Pero sepa que a un matrimonio con dos hijos y la abuela, ese baño de cultura le saldría por 333 euros, descuentos incluidos.
Otra opción es ir a los cuatro puntos cardinales de Londres y visitar exhibiciones que no le costarán ni un duro en el Imperial War Museum, la National Gallery, la Saatchi, la Whitechapel y la Wellcome Collection. Por supuesto, también puede visitar gratis las colecciones permanentes de los grandes museos y galerías.
Nuestro recorrido, solo una posibilidad entre muchísimas otras y no necesariamente la más interesante o la más a la última, podría empezar a primera hora de la mañana en el Imperial War Museum, en el sur de Londres, para ver las nuevas salas dedicadas a la I Guerra Mundial coincidiendo con el centenario de su inicio, que se cumple precisamente estos días. Conviene llegar temprano porque se puede encontrar uno con la sorpresa de tener que esperar varias horas para poder entrar debido a las colas.
Dentro le esperan todo tipo de recuerdos de la guerra, desde uniformes y armas cortas y largas a cuchillos, bayonetas, algún cañón de considerables dimensiones y numerosas pantallas de todas dimensiones que le transportarán en la penumbra hasta el frente del Oeste. Como ocurre casi siempre en Europa occidental, es una visión de la I Guerra Mundial centrada en las trincheras del frente del Oeste. Y, como no podía ser de otra manera, con el denominador común de la presencia británica por todas partes.
Pero tendrá ocasión de sentirse en el barro del Somme, calibrar el tamaño de una tanqueta o comprender pequeños detalles de la vida cotidiana en el frente, desde el sistema de censura de las cartas de los soldados a las latas de comida o las pequeñas tarjetas de visita que repartía un burdel especializado en servir a las tropas británicas, a las que atraía con la leyenda: “Où irons-nous ce soir? Chez Madame Juliette, 7 rue Héronval, ARRAS, English Spoken”. La calle aún existe en Arras, 180 kilómetros al norte de París y escenario en 1917 de una de las grandes batallas de la ofensiva británica en el norte de Francia. El burdel, seguramente ya no.
Para dejar atrás la pesadilla de la guerra nos podemos dirigir a la cercana estación de Lambeth North y viajar con la Bakerloo Line hasta Charing Cross, en el corazón de la capital. Son solo dos estaciones y el metro nos dejará a un paso de la National Gallery. Una vez dentro, no se deje amilanar por los rebaños de turistas que trasuntan por los largos pasillos de la gran pinacoteca londinense discutiendo a gritos si van a ir a comer a un pub o a un restaurante. Si quiere, déjese tentar por la gran exhibición del momento, Making colour. No es de las caras (los tres adultos pueden entrar por 23 libras en total y los menores de 16 años no pagan si van acompañados) pero difícilmente encontrará allí el recogimiento que se respira en la Sunley Room, donde se exhibe la minúscula pero deliciosa exposición Building the picture: Arquitectura en la pintura del renacimiento italiano.
Ahí podrá descubrir cómo el a veces anodino trasfondo arquitectónico de los cuadros renacentistas esconde claves sobre el lugar, la fecha o el simbolismo de la escena representada. En La Anunciación, con San Emidio (1486), Carlo Crivelli nos da numerosas claves de la época a partir de la arquitectura, pero por encima de todo utiliza el edificio para dar una visión privilegiada de María al observador externo que no tienen ni el Espíritu Santo ni el resto de personajes del lienzo. Otros autores se basan en los edificios para dar una idea del tiempo en que sitúan una escena. O pintan un edificio real para situarnos geográficamente.
La segunda jornada de este recorrido podría empezar en Chelsea, en el Oeste de Londres. En la Saatchi Gallery se exhibe Pangaea: Arte Nuevo de África y América Latina. La visita vale la pena aunque solo fuera por las hormigas gigantes del colombiano Rafael Gomezbarros que reciben al visitante y que ya invadieron en el pasado la fachada del Congreso Nacional en Bogotá o el Altar de la Patria en la Quinta Bolívar, en Santa Marta.
Si es su primera visita a la Saatchi, no se pierda 20:50, la genial instalación de Richard Wilson creada en 1987. Por desgracia, en su actual emplazamiento no se permite al público utilizar la pasarela que penetra en la obra misma (“para evitar incidentes”) anulando el 95% del encanto de la instalación. Pero, aún y así, no se lo pierda.
Luego vaya a Sloane Square y tome la District Line hacia el Este, hasta Aldegate East. En la puerta contigua a la estación se encuentra la mítica Whitechapel Gallery. Allí podrá poner a prueba sus dotes de intelectual zambulléndose en el mundo conceptual de Giulio Paolini, turinés de adopción nacido en Génova en 1940, y su exhibición To Be or Not to Be, que toma el nombre de una de sus obras clave. Si no le convencen sus montajes en plexiglás o sus fotografías con imágenes yuxtapuestas, tome de nuevo el metro y viaje hacia Noroeste con la Hammersmith and City Line hasta Euston Square. Allí, muy cerca, está la Wellcome Collection, un centro que combina arte, ciencia, pedagogía y actividades lúdicas puesto en marcha por el Wellcome Trust, una organización benéfica que explora las conexiones entre la medicina, la vida y el arte.
Allí puede visitar ABC idiosincrático de la condición humana, una exhibición que toma cada letra del alfabeto para explorar nuestra idiosincrasia. Desde la D de Deleite a la H de Hereditario, la M de Música o la Y de Yawn (bostezo), el visitante puede expresar sus emociones, compartirlas con el resto del mundo, probar su memoria o simplemente pensar e interactuar. Una forma de encontrarse con uno mismo si su baño de arte le ha hecho antes sentirse algo tonto o le ha hecho dudar de su lugar en el mundo.
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