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universos paralelos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El último guerrillero

Diego A. Manrique
El compositor y cantante Rodrigo García.
El compositor y cantante Rodrigo García.

Ahora que se multiplican los documentales sobre figuras oscuras del pop, sorprende que nadie se haya atrevido con Rodrigo García (Sevilla, 1947). Un personaje fascinante que además firmó temas de categoría superior, populares al menos entre minorías: desde Linda primaSolo pienso en ti, pasando por LauraDe piel trigueña. Su dominio del lenguaje podría avergonzar al 99 % de los autores de canciones nacionales.

Pero no, finalmente tampoco me extraña: Rodrigo no es detectable por los radares más modernos. Un maldito pero fuera del malditismo comme il faut. Ni drogas ni alcohol: todo lo más, vinos con denominación de origen. A pesar de su fama de erotómano, en su repertorio hay más desencuentros que consumaciones. Y está fuera de las preocupaciones mundanas.

Por ejemplo, ni siquiera parece impresionado por la reputación internacional de Los Speakers, el grupo que comandó en Bogotá en los sesenta, típico proyecto que pasó de las versiones a la psicodelia sudamericana (en realidad, mucho de aquello sonaba a pop barroco). Con menos aplausos, otros ya se habrían reunido para explotar el mercado del revival.

En la música, la Tercera Vía suponía realizar un pop culto para un público inteligente. No funcionó

No es su estilo. A ver cómo lo explico sin que suene a reproche. Rodrigo es un indignado, pero muy escorado a la derecha. Una herejía que se agradece entre la caterva de rebeldes que cacarean tópicos. Que, aunque obedezcan a la empatía, nos revelan mentes automáticas, imaginaciones de encefalograma plano.

En el último número de la revista El Estado Mental, un monográfico sobre La ira de los frustrados, May Paredes asegura detestar a “los artistas comprometidos que utilizan sus videos como un supuesto azote social descaradamente populista, sobre obras de contenido baladí”. Como contraejemplo, menciona un clásico de Rodrigo: ”en un momento histórico de castración verbal contó en Señora azul mucho más que los nuevos artistas protesta, y además con una enorme belleza musical y literaria”.

En origen, Señora azul era simplemente un corte de mangas a un periodista arrogante, a un mandamás de la radio musical. Pero las canciones poderosas crecen y se hacen polivalentes: terminó retratando a los cuadros que controlaban el país en el tardofranquismo. De hecho, hay videos en YouTube que ilustran la canción con la actual plana mayor del PP.

Mi teoría: sobre Rodrigo ha caído la maldición de la Tercera Vía. En la música, la Tercera Vía suponía realizar un pop culto para un público inteligente, música tan alejada de los productos industriales como del mimetismo de las tendencias internacionales. Rara vez se comieron un colín: piensen en Vainica Doble o los grupos del propio Rodrigo, de Solera a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán.

No quisiera hacer aquí una requisitoria contra la industria musical o los medios españoles. Quizás tengamos lo que merecemos, lo que nos hemos ido “ganando” por acumulación de sucesivas renuncias. Además, Rodrigo también puede ser parcialmente responsable de su invisibilidad: pertenece a una generación que atribuía poderes mágicos a las discográficas y se dejaba hacer, sin reaccionar. Tampoco fue un compañero práctico, consciente del vector común, según recuerdan sus socios Cánovas, Adolfo y Guzmán.

Desde hace años, Rodrigo vive en Chiclana. Se desahoga en un blog, http://reflexionesdelhipocampo.blogspot.com.es/. Si quiere editar algo, libro o disco, lo hace por su cuenta, asumiendo que aquello terminará en números rojos. Lo último que ha sacado se llama V. Curiosas fijaciones en la vocación irremediable y otros conflictos, un CD conteniendo 20 canciones, disponible a través de irenegbueno@hotmail.com. Viene empaquetado en un estuche de DVD donde el artista luce como el cardenal Richelieu (no pregunten).

Ese no es el principal problema. Rodrigo ha renunciado a sus espléndidas guitarras, alegando artrosis; en el encarte aparece conduciendo un apabullante trike, moto de tres ruedas. Hace sus discos con esmero pero usando teclados, con lo que suenan a –lo siento- maquetas caseras. Y aún así, son artesanía exquisita, un regalo que sospecho no nos merecemos. Canciones de lujo para una España sorda.

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