Sin tregua y sin piedad
El director palestino Hany Abu-Assad no es panfletario, sino realista y amargo
Recurro a la memoria sobre el cine palestino que he visto en los festivales y en muy raras ocasiones en la exhibición comercial de los cines de este país y constato que en él no existe la menor tentación por el entretenimiento, el folclore, la comedia, géneros en los que pueda ser atenuado o disfrazado el agobio que les provoca su realidad. Apelando a la lógica deduces que los habitantes de esa parte del mundo marcada con odiosa frecuencia por la violencia y la tragedia también poseerán sus vías de escape de la realidad, que existirán narradores de aventuras y gente con sentido de la comicidad, historias para divertir a los niños y telenovelas amorosas, pero las escasas películas con nacionalidad palestina de las que he sido testigo casi siempre hablan de lo mismo, de la permanente belicosidad entre ellos y el pueblo israelí, de la imposible paz, del desgarro, el riesgo y el miedo. Atenuado ese drama por cierto y surrealista humor en el insólito caso del director palestino Elia Suleiman, cuya película más conocida es Intervención divina.
El estreno de Omar, dirigida por el palestino Hany Abu-Assad, coincide con noticias especialmente pavorosas que nos llegan de Israel y Palestina. El asesinato de tres chavales judíos que habían sido secuestrados, el hallazgo del cuerpo calcinado de un crío palestino, presuntamente sacrificado en venganza por los colonos israelíes, la previsible y siempre desproporcionada respuesta militar de Israel cuando matan a uno de sus ciudadanos. O sea, la terrible historia de siempre, el renovado catálogo de barbaridades, la sensación de que esa guerra entre fuerzas tan desiguales es a perpetuidad, que algo tan razonable como una paz duradera pertenece al reino de la utopía.
En Paradise now, una anterior película de Hany Abu-Assad, este contaba las múltiples dudas sobre la obligación de inmolarse, recibiendo a cambio la bendición de Alá en la eternidad, de un joven palestino al que sus jefes le exigen que actúe como terrorista suicida. Nada era lineal en la visión del director, todo desprendía vocación de complejidad.
En Omar retorna a ese territorio volcánico en el que las erupciones no son la excepción sino la norma. Y la lava la provocan y la sufren todos. La protagoniza un palestino especializado en jugarse la vida saltando ese muro ignominioso. Lo hace para ver a la mujer de la que está enamorado. No es el único. Y para que ese amor termine en matrimonio no solo tiene que estar de acuerdo la dama, sino ante todo su familia. Y no solo va a encontrarse con esa mujer. También con sus colegas. Se sienten humillados, agredidos y acorralados por los soldados israelíes. Son el irreconciliable enemigo. Y refugiados en la oscuridad, matan a un soldado. La represalia estará protagonizada entre otras cosas por la abominable tortura física y psicológica, esa actividad que transforma en un guiñapo a sus victimas, que quiebra las voluntades más solidas, a la que nadie puede resistirse.
Hany Abu-Assad no es panfletario ni maniqueo. Describe la fragilidad de la voluntad humana ante el chantaje, la traición hacia su propia gente motivada por la necesidad de sobrevivir, el terror o los privilegios que aporta venderse al enemigo. No simplifica las cosas salvando o condenando a los personajes. Es realista y amargo. Hace creíble la interpretación de actores que no parecen profesionales. Te contagian el malestar, el desasosiego y la incertidumbre de los personajes. La realidad debe de ser muy parecida a lo que describe este interesante director.
OMAR
Dirección: Hany Abu-Assad.
Intérpretes: Adam Bakri, Leem Lubany, Waleed F. Zuaiter, Samer Bisharat, Eyad Hourani.
Género: drama. Palestina, 2013.
Duración: 97 minutos.
Babelia
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