Bestias eléctricas: Rik Mayall
La semana pasada encontraron muerto a Rik Mayall. De 56 años. En su casa. Al parecer, murió de repente. Como un pajarito, que suele decirse. Pero menudo pájaro y menudo vuelo. Era uno de los cómicos con más peligro que he visto nunca, con una intensa vena de locura salvaje. Un hijo espiritual de Peter Cook y Spike Milligan (quien, por cierto, le repudió: demasiado bestia para su gusto). Le llamaron “el príncipe del humor pospunk”, trono que compartió con su eterno colega Adrian Ade Edmondson. Los dos se habían conocido en la Universidad de Manchester y presentaron sus primeros números en el Raymond Revuebar, un strip club del Soho. En 1982 saltaron a la galardonada BBC con The young ones,una de las cumbres (absurda, ruidosa, frenética) de la comedia televisiva de la época, que escribió Mayall con su novia de entonces, la guionista Lise Mayer, y el también jovencísimo Ben Elton. En la serie, Mayall interpretaba a Rikk, un pomposo poeta anarquista, y Edmonson a un punk tarado llamado Vivvian. En el último episodio, los protagonistas se lanzaban en un coche al abismo entre carcajadas.
Rik Mayall se especializó en papeles extremos, en una franja que iba del ultraidiota al ultracanalla. Combinó ambas modalidades en The New Statesman (1987), quizá su mejor creación y su mayor éxito, que permaneció varios años en antena. Era una sátira feroz de los tories (ojo: con Margaret Thatcher en el poder), en la que Mayall encarnaba a Alan B’stard, un Ricardo III con traje de Savile Row que acababa fundando el New Patriotic Party y haciéndose el amo del país.
Su faceta escénica es menos conocida aquí, pero desde 1991 no paró de llenar teatros, la mayoría mano a mano con Edmonson. Debutaron a lo grande, en el Queen’s Theatre y nada menos que con Esperando a Godot, que no se había repuesto en el West End desde su estreno en 1955. Mayall era Vladímir, Edmonson era Estragon, y Christopher Ryan (otro de los young ones) era Lucky. Dirigía Les Blair y la escenografía era de Derek Jarman. Mayall dijo: “Me gusta Beckett por su sencillez, su vulgaridad, su violencia”. De su inmersión en Godot surgió la idea de una nueva serie, Bottom, más bárbara que nunca, cuyos protagonistas eran dos infraseres, cafres y brutales, que compartían un piso ruinoso. Tras tres temporadas, la extraña pareja recorrió Reino Unido con Bottom live entre 1995 y 2003: sus números de slapstick eran tan arriesgados que en varias ocasiones acabaron en urgencias.
Su faceta escénica es menos conocida aquí, pero desde 1991 no paró de llenar teatros
Entre show y show, Mayall interpretó un papel dramático en Cell mates (1995), de Simon Gray, en el Albery, sobre dos espías ingleses que vendieron secretos a Rusia, según una acrisolada tradición británica. La función tuvo corta vida porque su pareja de cartel, Stephen Fry, sufrió una crisis nerviosa a los tres días del estreno y escapó a Bélgica. En 2006, Mayall llevó The New Statesman al teatro. Gran idea: B’stard se ha pasado al Partido Laborista y es primer ministro. Y gran título: Blair’stard project. Sus autores, Mark y Gran, añadían cada semana nuevo material a partir de las noticias políticas. Esta vez fue Mayall quien abandonó el espectáculo en 2007, en pleno triunfo, agotado por la gira. Me encanta el responso que le ha dedicado Edmonson: “Cuando escribíamos juntos estuvimos varias veces a punto de morir de risa. Y ahora resulta que ha palmado en serio. ¡Sin mí! ¡Bastardo egoísta!”.
Babelia
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