Memoria del primer zulú blanco
Johnny Clegg habla en el festival de Fez sobre su lucha contra el ‘apartheid’ La estrella sudafricana del pop rememora su relación con Mandela
Aquella época era muy distinta para Johnny Clegg, pero también para su país. En la Sudáfrica del apartheid, cuando Nelson Mandela pasaba sus años en una celda, este músico sudafricano de origen británico era conocido como el “primer zulú blanco”. “Todo empezó porque con 14 años me puse a bailar en un club de uno de los barrios negros a los que entraba sin permiso de mis padres y una mujer dijo: ‘Mira, ese blanquito baila igual que un zulú”, explica Clegg, sentado cómodamente en la cafetería de reminiscencias coloniales del hotel donde se aloja como artista invitado del Festival de Músicas Sacras de Fez.
Con motivo del evento musical marroquí, se deja ver por las vibrantes calles de Fez, especialmente por su irresistible medina, donde Clegg ofreció un emocionante concierto en la noche del domingo, compartiendo cartel con Youssou N’Dour. “Es un gran comunicador”, dice del cantante senegalés, auténtico emblema popular de la música africana en todo el mundo. Pero, a decir verdad, hubo un tiempo en que Clegg, hoy un sesentón de mirada cálida al que algunos daban por retirado, era tan mediático como lo es en la actualidad el llamado pequeño príncipe de Dakar. Tanto que prepara un proyecto musical basado en su propia vida.
Una vida ligada a la Sudáfrica segregacionista y a la figura de Nelson Mandela. “Mis padres se cansaron de que la policía me llevase a casa porque me habían visto en los distritos negros. El agente llamaba a la ventana y ahí estaba con él en la calle sin que nadie me entendiera”, cuenta de sus años adolescentes. A principios de los setenta, formó Juluka, una banda que mezclaba el rock con los ritmos negros urbanos de gen zulú. Esa combinación sonora era una osadía en una sociedad dividida, donde el Gobierno y las élites blancas rechazaban el acercamiento racial. Sus discos no se pinchaban en la radio y las autoridades boicoteaban sus conciertos, pero les funcionaba el boca a boca. “Pasamos más de una noche en el calabozo”, recuerda.
La policía me llevaba a casa cuando me veía en los distritos negros”
Al frente de Juluka, el joven Clegg afianzó su apodo, al tiempo que venía a ser una especie de Elvis Presley africano, hermanando en su música dos culturas enfrentadas como la negra y la blanca. “En el zulú se mueven mucho más las caderas que en el rock”, ríe. Al atrevimiento artístico se añadió en los ochenta el político, con canciones protesta que se referían a la tensión social y a los problemas de los trabajadores. ¿Y qué pasaba con Sixto Rodríguez, ahora que Searching for sugar man relata su éxito en aquellos agitados años donde se abría una brecha generacional? “Captó la atención de los universitarios blancos a los que no les gustaba que les dijeran cómo tenían que comportarse en la sociedad victoriana en la que vivíamos. Cosas como fumar, tener relaciones sexuales libres o salir a divertirse”, cuenta. “Nosotros éramos políticos”.
En ese ámbito, consiguieron el reconocimiento mundial. Fue en 1987 con el disco This world child, que contenía composiciones como Asimbonanga, que pedía a las bravas la liberación de Nelson Mandela. Clegg llenaba estadios, sumándose al enorme movimiento internacional que se creó a favor del líder negro. Hasta Michael Jackson tuvo que aplazar su actuación en Lyon en 1988 porque coincidía con la suya.
Madiba me dijo que la música y el baile le daban paz al mundo”
La liberación del héroe de la causa negra sudafricana en 1990 le pilló en Italia. Recibió numerosas llamadas de comentaristas políticos que buscaban su opinión. “Mi mujer le conoció antes que yo en una recepción oficial. Mi hijo estaba jugando con un coche y se le escapó. Mandela se saltó el cordón de seguridad y se puso a jugar con mi hijo. Le dijo a mi mujer que me diera las gracias por lo que había hecho con mi música por él”, explica.
A partir de entonces, ambos se vieron muchas veces, como aquella en la que reconoce que pasó miedo cuando, en 1992, participó en un concierto por la paz y el que ya era su amigo le presentó al líder zulú de extrema derecha Mangosuthu Buthelezi. El país respiraba una atmósfera de preguerra civil después de que hombres armados con machetes, hachas y pistolas asaltasen distritos negros como Soweto o Boipotong para perpetrar matanzas que alcanzaron una dimensión inédita desde la guerra de los bóers.Eran los últimos coletazos de la bestia del apartheid en un intento concertado de desbaratar la transición. Buthelezi, aliado con el aparato de seguridad del Estado y enemigo de Mandela, le miró fijamente a los ojos y le dijo en tono despectivo: “¿Así que tú eres al que llaman zulú blanco? ¿Y con ese nombre por qué no nos apoyas?”. El músico dijo que solo quería la paz, pero se quedó con la sensación de que Buthelezi y sus milicianos podían ir a por él.
Mejor recuerdo guarda de cuando Mandela le dio una sorpresa en 1999 y, ante decenas de miles de personas congregadas en el estadio alemán de Fráncfort, saltó al escenario para bailar y cantar Asimbonanga. “Fue mi cénit”, reconoce. “También fue cuando Mandela, que acababa de ser operado de la vista y llevaba unas gafas de sol que me recordaban a Ray Charles, me dijo mi frase preferida: ‘La música y el baile me dan paz, pero también se la dan al mundo”.
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