Doce años de amores y amistad
Cédric Klapisch remata con 'Nueva vida en Nueva York' su trilogía sobre un grupo de amigos con Romain Duris y Audrey Tautou
Cédric Klapisch tiene un toque mágico de varita. Conecta con el público, sabe retratar la vida diaria con cierta perspectiva humorística. Solo hay un pequeño problema: la obra en la que se embarcó en 2002 ha sido igualada y superada por otro cineasta estadounidense de parecido estilo y superior talento: Richard Linklater. En 2002 Klapisch (Neuilly-sur-Seine, 1961) estrenó Una casa de locos, las aventuras de un grupo de Erasmus en Barcelona, en la que aparecían tres incipientes estrellas (Romain Duris, Audrey Tautou y Cécile de France), otros buenos secundarios (Kelly Reilly, Kevin Bishop) y la aportación española corría por cuenta de Cristina Brondo. Los amigos volvieron a reunirse en Las muñecas rusas (2005) y ahora, en lo que a priori sería el cierre de la saga, llega la tercera parte, Nueva vida en Nueva York, con más amoríos, amistad y la eclosión de la madurez –en forma de reflexión vital, de constatación de aciertos y errores- y de los divorcios. Sí, algo parecido a la trilogía de Antes de… dirigida por Linklater. “No he visto ni una de las películas de Linklater, he oído hablar de ellas, pero no sé si se parecen a las mías o no”, confiesa el director de Como en las mejores familias, París y Cada uno busca su gato: habrá que creerle.
“Esta tercera parte ha nacido de la devoción. Nadie me ha obligado. Cuando hice la segunda, que no me había planteado hacer, la idea era volverme a encontrar con los actores y con el estilo que usé en Una casa de locos, un estilo muy liberador que me atraía mucho. Siempre me ha movido ese doble deseo”. Nueva York es la tercera ciudad de la trilogía, una localización que complicó la vida del director como él ni se había planteado: “Pensé que la película iba a ser fácil, porque conozco a los actores, los personajes, sabía por dónde llevar la trama… Y sin embargo ha sido la más difícil”. Acompañar durante 12 años a los personajes, asegura Klapisch, ha logrado que tengan vida propia. “Los guiones han nacido cada vez más de ellos mismos y se han ido alejando de lo que a mí me ocurría en la vida real y podía por tanto servirme de inspiración. Es extraño sentir eso mientras escribía. Puede que de mí nazcan los grandes hechos dramáticos, la búsqueda de un hijo, el divorcio del protagonista, pero cómo lo encaran nace de ellos. El divorcio surge porque no tenía nada que escribir sobre una pareja feliz [una frase que curiosamente aparece en la película]… y probablemente porque era la única concesión que me permití de reflejar en la pantalla hechos de mi vida”.
Klapisch cuenta rápidamente quién está inspirando toda su carrera: François Truffaut. “Es mi guía. Aunque como él habla más de los años sesenta, y a pesar de que sea el mismo principio, los temas son distintos”. Al equipo de actores les habló mucho del maestro francés, y esa libertad ha facilitado el deseo de repetir de actores que durante estos años se han convertido en estrellas europeas como Duris [protagonista habitual del cine de Klapisch, su Jean-Pierre Léaud], Tautou o de De France. “Querían repetir conmigo y entre ellos: se quieren mucho. Esa libertad y confianza también me han permitido concentrarme en los cuatro personajes principales, no tener que forzar la situación para sacar a todos los amigos. Cuando tienes cuarenta años es difícil que vuelvas a ver a tus compañeros de estudios. Es mejor ser realista con eso, y no forzar la situación. ¿Y cómo justificaba que todos se reunieran en Nueva York? La película tenía que encontrar su propia identidad como filme, y no ser una mera continuación. Eso ha sido lo más difícil”.
En su carrera, el cineasta galo ha optado por convertirse en el retratista de su generación, definición con la que no está de acuerdo: “Para mí hay dos tipos de directores. Los que hacen siempre lo mismo y los que, como Hitchcock y Kubrick, no dejan de cambiar. Estos me encantan. Al principio yo sentí que tenía una incoherencia de estilo; ahora veo que tras 11 películas, y aunque haya intentado hacer algo distinto cada vez, hay un cierto tono común. Desgraciadamente soy prisionero de mí mismo. Trato de evitarlo, pero… [risas]. Al final quedan las cosas esenciales, que se repiten”. Un mensaje presente en Nueva vida en Nueva York. “Sí, y en general en la literatura francesa, como muestra Celine en Viaje al fin de la noche: tras todo un periplo se descubre que las cosas importantes están cerca”.
¿Se ha acabado el ciclo? “Creo que sí, pero no lo sé. Estará bien hacerse la pregunta dentro de diez años, plantearse si hay una cuarta parte… sabiendo que esa continuación será la más arriesgada”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.