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el hombre que fue jueves
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Constelaciones

La versión en catalán de Ivan Benet de ‘Informe para una academia’ es un un espectáculo soberbio

Marcos Ordóñez

Hará cosa de cuarenta años cayó en mis manos una biblia llamada La condena, de un tal Kafka, y aquella edición de Alianza incluía Informe para una academia y Deseo de ser piel roja, que se me anudaron como en un extraño pacto de sangre, y poco más tarde crucé la calle y entré en un saloon llamado Capsa y allí estaba José Luis Gómez alzando el mentón orgulloso, y aquella enorme historia, al encarnarse, se me juntó con los relatos de la caída de los indios americanos. Ahora veía, de golpe, la hermandad entre quienes fueron reyes libres de las praderas y vagaron luego alcoholizados por los suburbios de las horribles ciudades, y Pedro el Rojo, el gran simio de la Costa de Oro, atrapado por los cazadores alemanes, que aprendió a hablar para escapar de la jaula, y giraba por cabarés y academias contando su vida como el viejo jefe Sitting Bull en el circo de Buffalo Bill, un circo que, supe, había estado en Barcelona, quizás muy cerca de donde yo pisaba entonces, como un petróleo profundísimo.

Había descubierto aquel álbum de fotos sepia repentinamente animadas en Pequeño gran hombre, y por un momento quise ser un piel roja siempre alerta, “cabalgando a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida”, y la película de Arthur Penn me llevó a Enterrad mi corazón en Wounded Knee, y el libro de Dee Brown me condujo hasta Indios, de Arthur Kopit, que acababa de aparecer en la colección de teatro de Cuadernos para el diálogo, y me había quedado con el nombre de Kopit porque era el autor de Oh papá pobre papá, la deslumbrante función que el TEI acababa de presentar en el Poliorama, un saloon que estaba al otro lado de la calle.

Imposible ser piel roja porque más rostro pálido no podía ser, pero todas esas cosas se conectaban y hervían en mi cabeza por aquella época, y así empezábamos a entender la cultura entonces, como constelaciones de estrellas fulgurantes que seguíamos en el cielo igual que figuras de tiza en una pizarra, aunque no utilizábamos la palabra cultura, no nos hacía falta darle nombre a nada, nuestras cabezas eran como bolas de millón yendo de luz en luz, de timbre en timbre, como Pedro el Rojo saltando de una habitación a otra, de un maestro a otro, para aprender, para escapar. Para escurrirnos entre los matorrales, decía Pedro, calle arriba, contra el viento.

Aquellas estrellas tan remotas volvieron a conectarse la otra noche en el Espai Lliure, donde Ivan Benet está representando Informe para una academia, que ha traducido al catalán. Un espectáculo soberbio, emocionantísimo, que te tiene en vilo, levantado palabra a palabra, mirada a mirada, ojos encendidos, sabios y feroces, en una puesta imaginativa, cuidada hasta el último detalle, que firma (su primera puesta) con Xavier Ricart. Y, otro regalo, con música de Sílvia Pérez Cruz: música de quinqué de acetileno para una voz épica, la voz de los grandes narradores. La otra noche volvió a ser aquella primera noche, y viéndole abrir sus cajas secretas como un niño desplegando sus juguetes, pensé que a Chéreau le hubiera complacido mucho este trabajo, más Chinchón seco que Anís del Mono. Canta, Pedro. Bienvenido a la reserva, bienvenido al show: “And I was so drunk, and I was so happy, and I was so sad…”.

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