Tesoros plasmados por Ballester
El artista reflexiona sobre el vacío en más de 60 imágenes en la muestra 'Umbrales del silencio'
Al borde del silencio se percibe mejor el ruido, pero para encontrarlo se necesita atravesar los obstáculos que lo impiden y someterse al entorno. En las grandes ciudades la contaminación acústica es tan potente que apenas queda espacio para la meditación. En la iglesia segoviana de San Antonio todo es regio y humilde. Basta bordear el claustro —donde un par de visitantes miran extasiados los frescos pintados por las monjas— y abrir la puerta del jardín —donde solo se escucha manar una fuente enmarcada entre dos laureles centenarios y se ven dos cigüeñas volando en busca del nido— para percibir esa sensación. Apenas un instante en que el tiempo parece ralentizarse. José Manuel Ballester (Madrid, 1970) ha dedicado los últimos siete años a documentar el vacío y el silencio para un proyecto del Museo Esteban Vicente, patrocinado, entre otros, por Abertis Autopistas. Monasterios de clausura con sus espacios vedados al público, edificios históricos y rincones naturales de la ciudad castellana han sido inmortalizados por este artista para la exposición Umbrales del silencio, que se inauguró ayer. Las imágenes desprovistas de figuras humanas reflejan momentos de reposo, redibujados al estilo de este creador que fue premio Nacional de Fotografía en 2010, bien a través del puro instante fotográfico, el dibujo, la pintura o la impresión sobre tela. Se trata de espacios descontextualizados, obras en las que la equiparación entre pintura, fotografía y naturaleza incitan a meditar sobre el presente. En ocasiones los límites entre la realidad y su visión son tan sutiles que no se percibe la diferencia: ¿son lugares fotografiados, pintados o soñados? Otros son fruto de la visión de dos imágenes distintas, como el collage en el que un árbol sustituye la visión del presbiterio desde el espacio del coro de la iglesia de Santa María del Parral.
Sesenta y cuatro obras del artista (52 se han realizado ex profeso y el resto corresponde a la serie Espacios ocultos, realizada a partir de la recreación de obras maestras de la pintura universal que vacía de personajes) se exhiben por monumentos emblemáticos de la ciudad, como El Alcázar, la Academia de Artillería, el Museo Zuloaga y el Museo Esteban Vicente, que acoge la mayor parte de la muestra. Un primer grupo está organizado en torno al agua, en relación con el origen de la vida; el segundo, en torno a la luz; el tercero, al espacio, mientras que el último grupo fotográfico está dedicado al tiempo.
La muestra incluye un circuito y guías que cuentan la vida de una ciudad de más de 50.000 habitantes, en la que todavía se puede caminar por calles estrechas sin encontrar ni siquiera un comercio. Extramuros, desde el camino que conduce al Alcázar segoviano, cortado por el río Eresma, se divisan algunas de las iglesias y monasterios —en uno de ellos está enterrado san Juan de la Cruz— que marcaron la vida de Segovia en el pasado, con sus huertas, casas medievales y manantiales. La lejanía permite contemplar la belleza de joyas históricas que permanecen intactas, aunque las congregaciones de clausura languidecen lentamente sin apenas renovación y son prácticamente ignoradas por los turistas. Lo contrario que el Alcázar, uno de los monumentos, junto con el Acueducto de época romana, que comparten los cerca de 600.000 turistas que visitan la ciudad cada año. Precisamente, en una de las salas, junto al retrato de Felipe II, se ha instalado como parte de la muestra una de las pinturas vaciadas de Ballester: El jardín deshabitado, a partir del cuadro del Bosco.
El revuelo de los visitantes, cargados con cámaras o comprando recuerdos, contrasta con el silencio que sugiere el entorno. Apenas una docena de monjas entre los 80 y 50 años conviven todavía en los tres claustros de Santa María del Parral; una parte se ha abierto al público como hostería, pero el resto permanece como si el tiempo se hubiera detenido en el reflejo de su estanque, bañado por 16 fuentes de agua potable. La antigua huerta, en la que una monja trabaja integrada en el paisaje, funciona al 10 % de su capacidad. La granja hubo que cerrarla, pero todo sigue ahí como esperando a que se le dé un sentido, un mundo arcaico y ecosostenible que todavía puede resultar eficaz si se sabe utilizar. ¿Pero qué destino le espera a este patrimonio? José Manuel Ballester se resiste a creer que un día no muy lejano semejante belleza acabe reconvertida en un parador o un restaurante donde se celebren bodas y bautizos, como ha ocurrido con otros emblemáticos edificios. El progreso no se detiene. De momento, una firma que expende agua embotellada ya puja por el manantial.
La idea que sugiere la muestra es que sean los propios cuadros los que hablen en relación con el espacio: “Esta exposición puede servir como un test para la reflexión sobre el destino de estos monumentos. Los espacios ocultos pondrán en marcha al espectador que los contemple, obligado a reflexionar sobre un aspecto que está ahí y que conviene abordar desde un punto de vista patrimonial: ¿qué uso van a tener?, ¿se convertirán en spas o en centros de investigación o meditación?”. Más allá de la obra de arte, este artista espera que las fotos sirvan para sacudir conciencias. “Si quieres oír a los pájaros tienes que hacer un jardín o comprar una jaula. ¿En qué media tenemos que diseñar ese jardín para que los pájaros vengan?”.
Ana Martínez de Aguilar, comisaria —junto a Antonio Ruiz— de la muestra, conoció a Ballester durante su paso como directora por el Museo Reina Sofía y desde entonces ha seguido su trayectoria. Se siente tan cerca de su manera de mirar el espacio, de sus encuadres frontales, desafiantes, desnudos y simétricos que, a veces cuando contempla escenarios de rara belleza, piensa en cómo los miraría él. Uno de esos chispazos surgió el día que descubrió el interior de las cubiertas del Alcázar, “un universo geométrico de madera, que provoca asombrosas perspectivas, ceñidas por sólidas armaduras y precisas tracerías”. En ese espacio arrancó en 2007 el proyecto que luego fue evolucionando hacia el pasado y la arquitectura de Segovia. “Estaba segura de que su mirada creadora podría añadir una visión contemporánea al pasado oculto para hacer aflorar las diferentes vidas que encierra. De ese modo se lograría plantear el sentido de la historia en el presente, la continuidad de esos espacios en nuestros días y la responsabilidad de su preservación”. La fotografía de Ballester de las cubiertas, expuesta ahora en el Museo Esteban Vicente, “propone a la imaginación caprichosas figuras como las cuadernas de un barco invertido o el costillar del estómago de una ballena”, añade satisfecha la directora del museo.
Umbrales del silencio permite también obtener una visión histórica de la ciudad y para ello se ha necesitado la colaboración de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Las impactantes fotografías del Palacio Episcopal se exhiben en el Esteban Vicente, pero la biblioteca de la Academia de Artillería de Segovia, con sus 50.000 volúmenes científicos almacenados, acoge también una de las obras, La ciudad, según Giotto di Bondone. El acceso al recinto militar se realiza bajo ciertas medidas de seguridad, pero merece la pena franquear la barrera. Justo al lado del vetusto edifico se ubica el instituto donde impartía clases Antonio Machado. Estaba previsto que algunas de las fotografías que acompañan la muestra se ubicaran en los conventos de El Parral, San Antonio o San Vicente, escenarios donde ha trabajado libremente Ballester, pero, en el último momento, los religiosos se negaron. Dejaron pasar al fotógrafo con su equipo hasta las celdas, compartieron con él su comida y lo alojaron durante tres días en compañía de David Dorembaum psiquiatra y profesor de la Universidad de Medicina de Toronto, pero no quisieron mayor notoriedad. Ante la negativa, en los últimos días y a toda prisa hubo que reubicar algunas obras, como su visión de La última cena, que estaba destinada a la catedral en un punto de difícil acceso. El lienzo de 8,70×4,70 metros quedó instalado finalmente en el marco incomparable de la iglesia de los Caballeros (Museo Zuloaga) en el ábside de la nave central.
Dorenbaum tiene previsto regresar a Segovia a finales de abril para participar en el ciclo de conferencias organizadas alrededor de la muestra. Para el psiquiatra, entre las fotografías expuestas quizás se encuentran aquellas que no están muy lejos del vacío: “Al vaciar el espacio alrededor suspenden al mundo en el encuadre. Warhol solía decir que la fotografía ha de encontrar el vacío en el corazón de la imagen”, asegura. “Podríamos decir que, visto de esta manera, la fotografía documenta el mundo en nuestra ausencia y lo que nos presenta es un mundo que nunca es lo que es”.
Umbrales del silencio. Hasta el 14 de septiembre en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente. Alcázar, Academia de Artillería y Museo Zuloaga (iglesia de San Juan de los Caballeros).
Babelia
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