Tres viejos leones
Mickey Donovan es un reptil de sangre caliente, un canalla seductor y feroz, radicalmente amoral. Con él uno no sabe nunca a qué carta quedarse, y eso, dramáticamente hablando, es un gran regalo. Mickey Donovan se ha chupado veinte años de cárcel por comerse un marrón ajeno. Como buen irlandés, para él la familia es lo primero, pero ha destrozado las vidas de sus hijos (y casi todo lo que toca). A los 76 años, Jon Voight ganó con este extraordinario personaje un cantado Globo de Oro, desmintiendo el dicho de que no hay terceros actos en las vidas americanas, sobre todo si son vidas de actores. No es el único actor veteranísimo en Ray Donovan, la poderosa serie (algo inadvertida aquí, me temo) escrita por Ann Biderman, casi la respuesta femenina a Dennis Lehane. Ahí está también Elliott Gould, nacido, como Voight, en 1938, y James Woods, algo más joven que ellos (1947) pero frisando los setenta. Me parece sorprendente y maravilloso que estos tres viejos leones hayan coincidido en una misma serie. Están haciendo ahora en televisión lo que muy raramente les ofrecían en cine: personajes redondos, complejos, que parecen escritos para ellos. Y si no que le pregunten a Bruce Dern cuánto tuvo que esperar a que le ofrecieran un papel como el de Nebraska.
Los actores maduros no solo aportan su experiencia: llevan en el rostro los ecos de los personajes que interpretaron como si fueran sus vidas anteriores, y si tienes una cierta edad han viajado contigo, y tú con ellos. Yo veo a Jon Voight y diría que el director de reparto debió recordar su rol como padre (simbólico) y malvado de Tom Cruise en Misión imposible, pero sin duda vio también a Joe Buck, el inocente cowboy de medianoche, atravesando un Nueva York helado junto al cojitranco Ratso Rizzo, y al soldado que volvió de Vietnam en silla de ruedas, del mismo modo que miro a Elliot Gould, que en la serie interpreta a un millonario judío carcomido por la culpa y las alucinaciones, y veo al Trapper John de M.A.S.H, y a Marlowe yendo de madrugada a buscar comida para su gato. Con James Woods no hay que viajar demasiado en el tiempo porque casi siempre ha interpretado rotundos bastardos, y aquí ofrece una destilación absoluta, puro Pacheen de cincuenta grados: Patrick “Sully” Sullivan, un genuino perro rabioso con la energía psicótica de James Cagney en Al rojo vivo, parece inspirado en la figura de Whitey Bulger, el fugitivo capo mafioso de Boston en la década de los noventa.
También hay leonas (de todas las edades) en Ray Donovan: mujeres fuertes, llenas de determinación, como la esposa (Paula Malcomson), la hija (Kerris Dorsey) y la aguerrida lugarteniente de Ray (Katherine Moennig); como Sheryl Lee Ralph, la antigua amante de Mickey, y Brooke Smith, a la que adoro desde que la vi en Vania en la calle 42, y Rosanna Arquette, en un rol breve y desagradecido, pero tras cuyos ojos todavía asoma el brillo de la chica de Buscando a Susan desesperadamente. Cierro el paréntesis porque vuelven a merodear alrededor de mi cabeza los tres viejos felinos, con el paso alerta, riéndose del retiro con todos sus colmillos, y pienso en lo difícil que sigue siendo ver en nuestras pantallas y en roles protagonistas a tantos veteranos y veteranas de gran zarpazo.
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