Medio siglo intentando comprender la figura (y la psique) humana
La galería Thaddaeus Ropac presenta en Francia una retrospectiva del pintor neoyorquino Alex Katz centrada en el retrato
Si se mira fijamente a los ojos de los personajes que ha retratado el pintor Alex Katz a lo largo de medio siglo, llama la atención un detalle cuya lectura es, queda admitido de partida, subjetiva y por tanto perfectamente cuestionable: los ojos femeninos en sus cuadros resultan más expresivos, cobran más vida que los ojos masculinos. Y son los iris azules los que más facilitan la conexión con el espectador. Esa impresión queda subrayada por la fuerza de los cut-outs (figuras recortadas en aluminio) Women in jackets, que abren la retrospectiva Alex Katz, 45 Years of Portraits 1969-2014 en el espacio que posee el galerista austriaco Thaddaeus Ropac en Pantin (Francia).
Al igual que el galerista español Javier López en Madrid, Ropac ha aprovechado su sede satelital en las afueras de París —un antiguo edificio industrial reconvertido— para exhibir las obras de gran formato de Katz, cuya observación requiere de una distancia considerable y cuyos colores resultan vivificados por la luz natural que inunda el inmenso espacio.
"Cuando inauguramos esta sede invitamos a Alex y a Ada [su esposa] a visitarla", explica Ropac. "Le dije a Alex que sería un sueño poder hacer una retrospectiva de sus retratos desde finales de los 60". Su sueño se ha cumplido, como atestigua la exposición inaugurada el pasado 2 de marzo en presencia del artista y el catálogo que acompaña la muestra, con textos del escritor e historiador del arte Adrien Goetz y la periodista Suzy Menkes (Condé Nast).
En el recorrido de la exposición centellea especialmente el tema de la mujer como figura bella y enigmática
"Aunque hay algunas obras puestas a la venta", añade Ropac, "fue un proyecto esencialmente no comercial, y estamos orgullosos de poder contar con obras increíbles de colecciones privadas, públicas y muchas de la colección del autor".
En esa labor, el carisma y el vigor del casi nonagenario Katz (Brooklyn, Nueva York, 1927) han jugado un papel importante. "Nada más bajar del avión [que le trajo a París desde Nueva York], sin darse tiempo a descansar ni un minuto, vino a la galería; en una hora, aproximadamente, había replanteado la disposición de las obras. La exposición resultó así mucho mejor de lo que habíamos planeado", asegura el galerista.
Con una inequívoca ilusión en la mirada, su inconfundible acento de Brooklyn y entre intercambios de miradas cómplices y enamoradas con su esposa, Katz se aviene a explicar a la prensa, en diálogo con el galerista, algunas de las obras expuestas, que componen un tratado sobre la figuración y el uso del color como evocador de la melancolía estilizada.
Katz afirma que sus figuras recortadas en metal, pintadas con óleo sobre aluminio, tienen su origen en "una obra que estaba pintando que no iba bien". Al recortar la figura humana pintada sobre un lienzo adosado a la madera, no le gustó la rugosidad de los bordes de la madera recortada. En el aluminio hallaría un material que le ofrecía los resultados deseados al pintar un retrato y delimitar la silueta en metal. Los cut-outs también le llevaron a la conclusión de que "no existe el tamaño real en pintura. Esa proporción es arbitraria".
En el centenar de obras que incluye la retrospectiva encontramos con frecuencia a su esposa Ada, a amigos y familiares, y a hombres y mujeres que se alinean en series o se agrupan en lo que Katz llama overlapping volumes (volúmenes superpuestos). Katz, que ha colaborado extensamente en la producción de espectáculos de danza (a la que ha dedicado una gran parte de su obra), parece actuar como coreógrafo cuando dispone sus personajes en diferentes planos, como en la obra Private domain (1969). Y borda el retrato psicológico y anímico en cada rostro presentado, desde sus primeros cuadros hasta las obras más recientes, de 2013.
Como ocurriera con los cuadros de Hopper existe el peligro de que Katz guste sin ser comprendido
Adrien Goetz
En el recorrido de la exposición centellea especialmente el tema de la mujer como figura bella y enigmática. Más allá de la presencia recurrente de Ada, la especialista en moda Suzy Menkes lleva la interpretación a su terreno al afirmar que Katz suele retratar a mujeres "con un toque subversivo" y "un lenguaje corporal refinado, cultivado". No siempre es así: muchos de sus cuadros, prescinden de ropa, fondos y objetos para que el espectador no pueda sino sumergirse en la mirada de la persona retratada (Clarissa), 1989).
Adrien Goetz nos advierte de que, "como ocurriera con los cuadros de Hopper, existe el peligro de que Katz guste sin ser comprendido". Cita para ello la presencia de temas recurrentes en sus retratos: "Los placeres suaves de la vida, los privilegios elitistas del nuevo mundo, las conversaciones silenciosas que uno desearía poder escuchar y prolongar, el modo en que esos rostros envejecen de forma tan bella…". No se dejen engañar, dice Goetz en el texto que introduce al artista. "No hay nada fácil en su obra. Es un intelectual, complejo, y no se puede apreciar a primera vista" esa posición singular que ocupa "en la línea divisoria entre la abstracción y la figuración".
Este año podría ser bautizado como 'el año Alex Katz': a esta retrospectiva se unen las exposiciones del Museo Mattatuck en Estados Unidos (con obras de la colección del Whitney Museum) y las que le dedicarán el Albertina Museum de Viena y la Tate Modern de Londres. Y el artista sigue un ritmo frenético: "Trabajo los siete días de la semana, y no he tomado unas vacaciones en los últimos 15 años".
Como muestra de esa fertilidad expositiva y ejemplo de esa laboriosidad, Thaddaeus Ropac, que lleva exhibiendo a Alex Katz desde 1998, nos presenta una vertiente del artista —el retrato— que no calma sino acrecienta la sed de comprensión, de introducirse en los personajes. ¿Por qué? El propio Katz nos deja esta idea para la reflexión: "Te crees que ves a través de los ojos. No es así. Ves a través de tu cultura".
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