Confianza
Son imaginables las presiones que ha podido sufrir el juez Castro al imputar a lo sagrado
Llamaban cínico a Diógenes porque al preguntarle qué demonios buscaba acompañado permanentemente de un farol, respondía que trataba de encontrar y hasta el momento en vano a un hombre honrado. No tengo claro que yo lo sea, solo a ratos, con lo confortable que debe ser para la conciencia saber que la honradez es algo irrenunciable en tu naturaleza y en tu sentido del bien y del mal. Pero ese hormigueo se calma al constatar que nunca he dispuesto de esa cosa al parecer tan opiácea llamada poder. Y si ha existido alguien cuyo sueldo o supervivencia cotidiana dependiera de mí, jamás se han quejado, sospecho que incluso me tienen cariño y respeto. En consecuencia, mi desconfianza hacia la honestidad de cualquiera que acumule auténtico poder sobre la vida de la gente, hace que aquel filósofo cínico y su farol, o la canción Cambalache, que escribió Santos Discépolo, representen en grado sublime la lucidez, aunque las conclusiones de esta solo puedan ser amargas o desoladas.
Los jueces disponen de un poder tan grande como el de otorgar la absolución o la condena de los acusados y no tienen buena fama entre los poetas. El liberado, ácrata y muy lascivo gorila que imaginó Brassens, entre la opción de violar a una anciana o a un juez, elegía sin dudar al segundo. Y cuenta que ese hombre implacable al que jamás le falló el pulso para firmar sentencias de muerte gimoteaba suplicándole piedad a su agresor.
Se supone que hay un pacto entre los grandes poderes para no joderse entre ellos. Que los grandes manguis nunca serán juzgados. Garzón se atrevió a pisar demasiados callos del poder. Ese hombre se jugó la vida en múltiples y tenebrosos frentes, pero el poder fue tan magnánimo que se limitó a inhabilitarle, anularle a perpetuidad.
Y deduces que a lo mejor Diógenes encontró lo inencontrable al constatar que el juez Castro ha logrado imputar a lo sagrado. Imaginas lo solo que se debe haber sentido en esa necesaria hazaña, las presiones que habrán intentado asfixiarle, el coraje que se precisa cuando embistes en soledad al gran poder. A las siete horas de la declaración de la sonriente dama rubia todo responde a lo previsible. O sea, no sabe, no contesta, no le consta. Y el matrimonio se basa en el amor y en la confianza. Qué bonito, qué conmovedor.
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