Ver para odiar


Es un fenómeno curioso, más extendido de lo que parece y que va un paso más allá del 'placer culpable': ver una serie para después despellejarla en público (y obtener cierta safisfacción de hacerlo). El hate-watching, como lo llaman los anglosajones, es un fenómeno que ha surgido con la consolidación de las redes sociales, donde cualquiera puede acudir para expresar su punto de vista sobre cualquier materia. En el mundo televisivo, esta actividad ha superado la categoría de tendencia para ser ya una costumbre arraigada que vuelve con el regreso de las series que sirven de diana a los haters, esas personas que odian la serie pero que siguen contando entre sus seguidores (muy a su pesar, según proclaman una y otra vez en Twitter, Facebook, Tumblr o blogs). Odian verla pero encuentran un placer inexplicable en criticarla en público. Algo parecido a ver una alfombra roja para poner verde el estilismo de las estrellas con los amigos pero trasladado al mundo de las series y las redes sociales.
Un auténtico hatewatcher (sentimos recurrir tanto al término inglés, pero la traducción al castellano es complicado reducirla a pocas palabras: ¿espectador que odia lo que ve pero le encanta comentarlo?) busca su objetivo con cuidado y lo suele encontrar entre series con grandes pretensiones. Una de las favoritas en este sentido era Smash, la serie centrada en el mundo de Broadway y con Spielberg en la producción. Tras un gran arranque, se desinfló a la velocidad del rayo para nunca recuperarse. Sin embargo, un puñado de personas siguieron fieles a ella hasta el final de su segunda y última temporada, algunas lamentándose por la cantidad de horas desperdiciadas en ver tamaña tontería. ¿Haters? ¿O simplemente fans de la serie aunque no lo quieran reconocer?

Algo parecido ocurre cada año con Girls. La serie de Lena Dunham es una de las que más discusiones provoca entre fans y detractores. Ya lo hemos dicho: o la amas o la odias, sin término medio. La intención de ser "una voz de una generación" pone muy alta la vara de medir. En este caso, Dunham es muy consciente de esa dualidad y explota el potencial que le ofrece. Una muestra es la muy comentada portada del último número de Vogue en Estados Unidos y las "curiosas" fotos que acompañaban al reportaje: Lena en el baño, Lena tumbada en la cama, Lena con una paloma en la cabeza... Más munición para los haters.
Este será el último año en el que The Newsroom será centro de odios varios. La serie de Aaron Sorkin contaba con el nombre de su creador como principal carta de presentación, lo que situaba las expectativas muy altas. Pero pronto empezaron a llegar las críticas: el tratamiento de los personajes femeninos, la arrogancia de los masculinos, diálogos imposibles... Tras el primer contacto, llegó la segunda temporada, y los supuestos defectos volvieron a surgir, incluso aumentados. Fue difícil no unirse a la lluvia de críticas. Eso sí: para hacerlo, había que verla. En la tercera y última temporada, The Newsroom tendrá una oportunidad para la redención. ¿Lo conseguirá? ¿Los haters ya habrán desistido o seguirán acudiendo a la llamada de Sorkin atraídos por una fuerza invisible que hace que no puedan abandonar la serie por mucho que quieran?

Hace un año, en Chicago Tribune analizaban el fenómeno del hate-watching y lo diferenciaban del odio a secas. Según el autor del artículo, el hate-watching se trata de un acto irracional y compulsivo que mezcla satisfacción y disgusto. "Hate-watching es la única forma de odio que tiene sentido", decía. Sin embargo, en un momento en el que tenemos tantas series a nuestro alcance, tanta variedad donde elegir, ¿por qué malgastar el tiempo viendo algo que, en el fondo, no nos gusta? ¿Qué sentido tiene? Si la sigues viendo después de, digamos, diez capítulos, asúmelo: hay algo en ella que te gusta.
Un consejo: si de verdad la odias, no sigas viéndola. Y si sigues viéndola, igual es que, en el fondo, te gusta. Piénsalo.
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