Aaron Sorkin es Dios


Ya está, finalmente se ha estrenado The Newsroom (en España la veremos en Canal + en septiembre), la nueva serie de Aaron Sorkin para HBO. En principio el tándem debía ser una garantía de calidad, un lujo incomparable: la mejor cadena de televisión del mundo y uno de los guionistas más reputados. Sin embargo, parece que lo que ha conseguido The Newsroom es abrir la caja de Pandora.
La semana pasada aparecían las primeras críticas a la serie, que –para ser sinceros- eran una especie de pelotón de fusilamiento mediático encabezados por el fusil de Emily Nussbaum, la crítica del New Yorker. Nussbuam, al igual que los críticos del New York Times, el Washington Post o el Los Angeles Times, han puesto a parir lo nuevo de Sorkin, pero además la periodista de la famosa revista neoyorquina ha convertido su diatriba contra la serie en una especie de vendetta donde carga contra el guionista con una fiereza francamente desconcertante (llega a compararlo con Shonda Rimes). Difícil ponerle luz y taquígrafos al tema pero no cabe duda de que a Sorkin le tenían muchas ganas.
Si hacemos caso de esto último entonces deberíamos borrar de un plumazo cualquier vestigio de cine y televisión inteligente basándonos enteramente en la dicción, la velocidad de reacción y la capacidad de argumentación de sus protagonistas. Cierto, los personajes de Sorkin no titubean y andan como si tuvieran prisa mientras pontifican sobre lo divino y lo humano. Cierto, siguenuna línea editorial muy clara (Sorkin es un ferviente seguidor del partido demócrata, nunca lo ha negado, y sus criaturas son tan demócratas e intransigentes con los adversarios como él); esa ha sido siempre la marca de la casa, la que personifica Bradley Whitford tanto en El ala oeste de la Casa Blanca como en la mencionada Studio 60. Eso es lo que gusta (nos gusta) a los seguidores de Sorkin: la idea de que –efectivamente- hay esperanza en el intelecto, que uno puede refugiarse en la sabiduría ajena, aunque sea una patraña pergeñada para la pequeña pantalla. Nos gusta que pontifiquen y diriman en un minuto como el mundo sería un lugar mejor, y que cuando acaben no haya lugar para la duda ni grieta donde meter el dedo. Nos gusta la solidez de sus personajes, inmensos espejos públicos donde podemos mirarnos porque el reflejo nos hará parecer más guapos (y más listos).
Sorkin es un genio, un rara avis, gritón, solitario e iracundo. Famoso al otro lado del Atlántico por la mala leche que gasta (ahí podríamos encajar algunas de las críticas que ha recibido la serie) y por su fe en un único dios: él.
¿Y cómo es The Newsroom? Pues The Newsroom es una grandísima serie que tiene lo mejor (y algo de lo peor) de Sorkin, pero que en términos de calidad es una gozada. La serie cuenta la historia de un presentador (un anchorman, como reza el término estadounidense) harto de la bazofia, los intereses empresariales, la falta de valentía y el concepto de que la noticia es un sujeto zarandeado por la política y sacrificado en el altar del corporativismo (que decía David Simon). La perversión del periodismo y su caída a los infiernos es la obsesión de Sorkin en Newsroom. Probablemente las reacciones de los suyos (alejadas de la cobardía imperante en la vida real) son materia de ciencia-ficción, pero también lo era un presidente como Joshia Barlet (Martin Sheen) en El ala Oeste y aún no he oído a nadie decir que aquel tipo era un farsante. Lo creímos porque nos gustaba pensar que algún día un hombre como aquel podría cubrir nuestras espaldas.
Newsroom (entrando en materia) cuenta con una dirección esplendida, a fuego lento, obra de Greg Mottola (curiosísima elección, director de Supersalidos pero también de varios episodios de la magistral Arrested development), donde se cruzan todos los productos Sorkin, desde Sports night (de hecho Newsroom parece una actualización estilizada y chulesca –por la actitud de sus protagonistas- de aquella) a Studio 60 pasando por El Ala oeste.
Los personajes centrales son Emily Mortimer, una productora de corte radical –para los parámetros estadounidenses- que cree que es posible cambiar la faz de las noticias, y el presentador interpretado por el siempre magnífico Jeff Daniels. Mortimer se sale: tiene la química, la energía y la fuerza necesaria y hasta me atrevería a decir que es el primer personaje femenino absoluto de Sorkin (el equivalente al mencionado Whitford) en el mundo televisivo. Mortimer le da a su papel varias capas de color hasta convertirlo en el Pepito Grillo de una cadena que tiene que reinventarse. Ella es la conciencia de las noticias, la vocecita en el oído que te dice cuando algo está mal. Will McAvoy (Daniels) y Mackenzie (Mortimer) deciden crear un espacio que no esté regido por la dictadura de las audiencias y en ese proyecto se instala el núcleo de la serie, la madre de todos los conflictos (verdad vs pasta). La pareja (de hecho expareja, otro detalle importante) ataca todas las líneas de flotación del periodismo dubitativo con el impulso de Patton en la Segunda Guerra Mundial. Son idealistas de una pieza, de esos que sólo habitan en los guiones pero que resultan extremadamente placenteros para todos/as aquellos/as que creen en un periodismo mejor, más vivo y comprometido.
Y sí, sin querer revelar detalles, la gente camina rápido y habla a toda velocidad. Y sí, no titubean (ojo al papelón de Sam Waterston, uno de esos jefes que no necesita dar puñetazos en la mesa), y sí, pontifican sobre todo lo pontificable. Así es y así ha sido siempre en la obra de Sorkin, para el que esto firma uno de los maestros de la ficción catódica. Criticarle porque sus personajes te miran por encima del hombro es como despreciar a Richard Price porque sus diálogos son demasiado realistas o a Giovanni Pascoli porque sus poesías eran tristes.
The Newsroom puede sentar cátedra si –paradójicamente- HBO apuesta por ella sin hacer caso de lo que digan los unos y los otros y si (como hizo con The wire, serie que por cierto fue destrozada por muchos críticos después de ver el piloto porque era “aburrida”) confía en que la audiencia acabará encontrando el atajo hasta Sorkin.
Quizás Aaron Sorkin crea que es dios; a veces tiene razón.
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